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Cuando me enteré de que papá había muerto, me puse muy triste. Pero en el fondo, sabía que tarde o temprano pasaría. Quizá fue por eso por lo que no lloré en su funeral.
Quizá -también- fue por eso por lo que te enfadaste conmigo.
Nunca entendí tus razones para enfurecerte conmigo. Papá era un fumador empedernido, y menos de tres cervezas diarias ya eran poco para él.
Todo el mundo lo sabía. Él lo sabía. Yo incluso lo había asimilado. Y tú fuiste de los primeros en enterarte de que le quedaban semanas de vida.
¿Entonces?
Papá ni siquiera era una buena persona. Se gastaba nuestra manutención en apuestas de fútbol que siempre perdía. Una vez incluso te apostó cuando se quedó sin dinero con el que jugar. Y cuando te quejaste, te partió la cara, y dijo que no era culpa suya si sus hijos no comprendían la realidad.
¿Entonces?
¿O acaso has olvidado cuando rompí un plato, y me clavó los trozos de cerámica en la espalda?
- Para que aprendas -Alegó. Menudo castigo, papá tenía imaginación. Y encima, tú lo defendiste. Era culpa mía por ser tan torpe, obviamente.
Hace mucho tiempo que no nos vemos, ¿por qué será? Quería decirte que todavía conservo las cicatrices que él me dejó. Debería odiarte por pensar como él. También debería odiarle a él, por hacer lo que hizo, y por ser lo que fue.
Debería.
Pero no lo hago.
Supongo que hay ciertas personas a las que estás destinado a querer.
Quizá por eso tu mujer y tu hija no te odian. Pero deberían.
Realmente, nadie te odia. ¿Cómo lo haces? En serio, dímelo, porque me causa curiosidad.
Ellas siguen llorando por ti, para que vuelvas a casa.
Siempre fuiste muy bueno ocultando las cosas. Quizá es por eso por lo que nadie lo sabe aún.
Excepto yo.
Y por eso es que quiero que te pudras en la cárcel.
Con cariño,
Tu hermano pequeño.
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