Capítulo I

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April Williams.

Me encuentro en mi cuarto escuchando música, no quiero saber nada de nada de nada, mañana empiezan las clases y necesito descansar.

—When you feel my heat, look into my eyes, it's where my demons hid..—tarareaba Demons hasta que un horroroso sonido me interrumpió.

Se escuchó un estruendo en la casa de al lado que me hizo dar un gran salto y me asustó.

Oí a mi madre a llamarme y me quité los audífonos y resoplé fuerte.

—¡April! ¡Baja ahora mismo! —me gritó mi madre, una vez más y a lo mejor me tira su chancla voladora.

Sip, esa chancla sube escaleras, abre puertas y te da en la cara.

Mi madre tiene raíces latinas, y las costumbres de allá son muy diferentes a las de Norteamérica.

Baje las escaleras corriendo y un poco molesta por la interrupción.

—¿Qué quieres?

Mi madre estaba algo arreglada, se veía hermosa y a pesar de que estaba alrededor de los cuarenta, no tenía arrugas. La observé unos segundos, al parecer iba a salir o no sé.

—No me hables así, soy tu madre. Lleva este pie de manzana a los nuevos vecinos. —Rodé los ojos.

—Está bien. —bufé y tomé el pie de manzana. —Espera... ¿Nuevos vecinos? ¿Los que están haciendo desastres al lado? No tengo ni un poquito de ganas de conocer más gente ruidosa.

Antes, en esa casa vivía el señor Perkins y era un señor que hacía ruido hasta con los codos. Tenía una podadora de césped que era tan ruidosa que se oía por toda la calle, y él todos los días podaba su tonto césped.

Y ni hablar de su nieta, era una niña exploradora de ocho años, y si no les comprabas una de sus galletas que por cierto, tenían muchísima azúcar, ella gritaba como si le hubieran pegado o yo qué sé.

—Sé amable Pril ¿quieres? —la ignoré y caminé hacia la casa de al lado.

Toqué el timbre varias veces y a la cuarta vez me abrieron, e intenté poner la mejor expresión facial que pude.

—Hola soy...— interrumpí al chico.

—Bienvenidos al vecindario, disfruten de este pie que con gusto les hizo mi madre, mucho gusto, bye. —me apresuré a cerrar la puerta.

No me fijé mucho en el aspecto del chico pero tenía mal aspecto, un moretón en la mejilla y un corte en el brazo recién hechos, al parecer.

Al abrir la puerta de mi casa se desplomó una cubeta llena de pintura verde encima de mi.

—¡CAYTLIN! —grité lo más alto que mis cuerdas vocales me permitían.

Creo que desperté a todo el vecindario. Mi madre al verme casi le da un infarto, nótese el sarcasmo.

—¡April! ¿Qué te pasó? Bueno, no importa, se me olvidaba decirte que la agencia nos regaló un viaje a Cancún por los veinte años de trabajo, estás a cargo, cuida de tu hermana. —sin más, se fue en el taxi hacia el aeropuerto.

Cadena de mentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora