Uno mismo.

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       Nota 6       Viernes  27 Noviembre.

   Desde hace tiempo anhelo saber quien soy,  y hasta ahora no he tenido respuestas de lo que cada día me hace más fuerte para seguir luchando.
No sabía quien debía ser, pero sabía quien no debía ser.
Hoy, veintisiete de noviembre, quizás algunas de esas respuestas, que tanto he esperado, lleguen a mí. Y comprenda todo.
 
—¿Lista? Lista...— Me pregunté a mi misma, entre un pequeño sollozo. — Creo.

La última vez que la vi fue hace 7 años, en ese momento era inconsciente de las cosas que ella hacía a mis espaldas.
Nos damos cuenta de las cosas buenas que hacen por nosotros, cuando ya no las hacen; pero de las malas solemos estar ciegos del corazón, y ver con los ojos, donde suele ser más difícil encontrar la verdad.
   Llegue al lugar tan esperado y me atendieron cortésmente, una muchacha, con tez morena, tenía la piel curtida por el sol. Se la notaba al alcance de pocas riquezas, con ropa muy humilde y mirada penetrante.
Mis nervios subían a tope. Creí no poder resistir, me miró con una sonrisa y me abrazó fuertemente y entre un: "Te extrañe mucho" me invitó a pasar.
Unas rejas antiguas y oxidadas, se encontraban delante de mí. Las abrí lentamente, entre un gran chirrido.
Pase por un pasillo, largo y de cemento que me traía a la mente fragmentos.
Casi finalizando este camino, me encontré a mi derecha, con un pequeño cuarto. Tenía una ventanas con un leve color verde oxidado y despintado, y una cortinas que por la suciedad que traían su color no se notaba.
Sonreí, al recordar las veces que he llegaba aquí de pequeña. Preguntándome que abría en aquel cuarto, oscuro y misterioso.

—Ven, pasa pa' que te vean. —dijo aquella mujer de tez morena, luego de abrir una pequeña reja azul.

—Claro. — Sonreí y entré rápidamente.

Al entrar, me encontré con un gran patio. Entre algunos pasos, mis zapatos se ensuciaban con barro y el viento chocaba en mi cuello.
Alzé la mirada, y me encontré con una gran malezal, creciente y renovador. Recordaba entre los grandes yuyos, un conejo blanco como la nieve y ligero con una gacela. Solía mirarme tiernamente y con ojos penetrantes. Corría y corría, jugando solitario, esperando algún día compañía.
Giré mi mirada, y los encontré sentados en una mesa pequeña y humilde, y sillas a poco romperse.
Todos posaron sus ojos en mí y se levantaron para darme la bienvenida.

—¡Estas aquí pequeña!—exclamó feliz, para luego darme un fuerte abrazo.

¡Ay! Realmente lo necesitaba. Me miró fijamente, con una gran sonrisa. Recordaba su rostro, de tez morena y piel curtida, y reseca por su edad. Pero aún así me parecía perfecta. —¡Estás muy alta!

—Si...—Sonreí nerviosa — Hace mucho que no nos veíamos, abuela.
—Allí están tus tíos y primos. — dijo señalando una mesa donde se encontraban cada uno de ellos.

Eran tres mujeres de mediana edad y  dos muchachos muy jóvenes, quienes eras mis tíos. A algunos los recordaba muy bien, otros eran casi desconocidos.
Me senté en una de las sillas, socializando, con "mi familia".

—Hace mucho que no te veiamo' — dijo mi tía más joven, jugando con sus manos. — La última vez que nos visitante fue cuando tenías, como cinco años.
—Si. Han pasado como 7 u 8 años. — dije cabizbaja, con un poco de timidez.
—Estas muy hermosa. — dijo mi tía mayor, mirándome dulcemente.
Hubo un silencio que inundaba el lugar, nadie se atrevía a hablar.
—Trae el pastel. —ordenó mi abuela rompiendo el hielo e indicando la pequeña cocina.
—Claro. —dijo mi tía levantándose de la mesa en busca del pastel.

  Me levanté para recordar el lugar.
Me encontré con una habitación, exactamente igual como la recordaba. Con el mismo cubrecamas, donde hace años, jugaba inocente con mis muñecas.

—¡Acá esta el pastel!— exclamó llamando a todos a la mesa.
Me servía un trozo de el rico pastel al igual que todos mis familiares.
—Mira, Aquí hay una foto tuya de pequeña. — dijo entregándome un portarretratos con una foto mía a los tres años.

La tomé melancolica, y sonreí al verme tan inocente. Con un pequeño jardinero azul y ojos negros profundos, que aún sigo conservando.
Recibí un mensaje. Ya debía irme, así que me despedí de todos.
Salí por aquel pasillo, que me traía miles de recuerdos.
En ese momento, supe que debía amar  sobre todas las cosas y que por más que aquellas personas sean la causa de tu dolor deben tener tu amor y perdón. No podemos llenarnos de rencor, eso sería que peor para nosotros mismos que para los demás. A pesar de todo ese daño que me causó mi familia hoy en día me hacen feliz, porque son parte de lo que soy. Yo misma.
   Ese día recé. Recé por todos los que me hicieron bien y los que me han hecho mal. Deseando nunca más verlos con la maldad en sus ojos y en su corazón.
  
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