Un.

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Los segundos pasaron extraordinariamente rápido, solo pude escuchar el estridente chirrido de los neumáticos de un auto cernirse sobre mí.

Estaba segura que había cruzado con verde, o al menos eso recordaba. Luego de unas cinco cervezas y dos cocteles podía decir que mi percepción estaba algo afectada pero no creía, o más bien dimensionaba, hasta qué punto.

Si no hubiese sido por el idiota de mi ex jamás hubiese entrado a ese bar.

Si no hubiese sido por el idiota de mi ex no estaría tirada, como cual saco de papa, en este húmedo asfalto.

- Esta usted bien?–Murmuro una irreconocible voz sobre mí.

No podía ver bien a la persona que me hablaba, pero sí podía sentir como la lluvia me empapaba el rostro y como está, se entremezclaba con el sabor metálico de mi sangre, mi cabeza comenzó a zumbar de manera incesante imposibilitándome el discernimiento acerca de que si esto era por el efecto de mi ebriedad.

La gente se comenzaba a apilar, escuchaba sus murmullos consternados, mientras yo comenzaba a sentir que dejaba de respirar.

(...)

El sonido constante de un agudo pitido hizo que apareciera de nuevo ese agobiante dolor de cabeza.

Me había pasado, definitivamente lo había hecho.

Es sabido que el alcohol no soluciona los problemas y mucho menos los cura pero cuando Víctor me cito en aquel lujoso restaurante pensaba que por fin era el día en el que pediría mi mano.

Tenía veintitrés años y él veintiséis, ambos éramos muy jóvenes para un compromiso pero con Víctor teníamos un noviazgo de siete años y según mi mejor amiga, Lisa, había escuchado decir que me compraría algo tan caro con el fin de arreglar las cosas.

Si bien comprometerse no era una forma de solucionar los problemas, me emocionaba la idea de por fin estar juntos y vivir juntos, más cuando Víctor tenía la extrema regla de no quedarnos a dormir a la casa del otro...

Creo que la parte que más emocionaba del compromiso era recordar el matrimonio de mis abuelos, los cuales estuvieron por más de cincuenta años juntos hasta que fallecieron en un fatídico accidente automovilístico el año pasado, pero al menos murieron juntos... De solo recordarlo parecía zumbar mi corazón adolorido.

En cuanto llegue a aquel lujoso restaurante, ubicado en la avenida principal, un mayordomo recogió mi chaqueta. Con una sonrisa agradecí el acto para luego dirigirme a la mesa donde Víctor me esperaba.

Me detuve un momento a observarlo, su cabello corto y negro prolijamente arreglado hacia atrás, su diplomática sonrisa al hablar con sus clientes por teléfono y aquel atuendo de magnate que sólo a él le debía quedar, lo hacía ver tan irresistible que provoco cierta ansiedad en mi interior.

Definitivamente el compromiso era la mejor solución, hasta la sola idea hacia que me olvidara de todos los problemas que teníamos.

Sus ojos color miel me reconocieron para luego sonreírme y levantarse enseguida de su asiento, y cortando la llamada de inmediato.

- Amore–Murmuro besando mis mejillas.

Víctor odiaba los besos en público, decía que aquello era para persona de poca alcurnia por lo que el afecto más grande que podía hacer era tomar mi mano.

Desde la muerte de su padre hace cuatro años atrás, cuando él tan sólo tenía veinte años, Víctor tuvo que cambiar mucho su apariencia ya que se tuvo que hacer cargo de la empresa de su familia. Aquello implico tener que tomar clases privada con una de las mejores socialité, Hilda Golden la cual le enseñaba como comportarse frente a la clase alta, como vestirse, como hablar y hasta como llevarse con sus relaciones sociales.

El accidente perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora