Nunca voy a olvidar aquel día, un martes veintiséis de mayo del dos mil quince...
Me retiraron de la escuela, camino silencioso e incómodo a casa, todos sentados en la mesa. Mamá rompió el silencio, mis hermanas y yo ya imaginábamos que pasaba, pero no queríamos creer. Sus palabras, sus malditas palabras están todo el tiempo en mi cabeza. "Ella... no aguantó." Papá me abrazó, recuerdo haberle gritado que era mentira, que estabas bien. No sabes cuanto deseaba que fuera así. Después de esas tres palabras mi mundo se derrumbó.
Intenté imaginarme un mundo sin vos, sin tus abrazos, tus besos, tu mirada, pero no podía.
Habías ido a quimio, (como lo habías hecho en esos últimos 5 meses dos veces a la semana, semana por medio) era una de las últimas, te faltaba tan poquito, sólo una semana más. Siempre te ponías nerviosa por eso, el suero, los médicos, horas y horas en esa habitación.
Ahí estabas, en un rectángulo de madera, vestida de blanco...
Toqué tu mano, helada. Lloré a tu lado. Te prometí al oído. Todo pasó pero yo no caía, hoy, seis meses después, lo pienso y todavía no caigo, no entiendo.
Miré a mi alrededor y vi a tantas personas llorándote y supe que eso lo habías construido. Toda tu familia estaba ahí, la que te tocó y la que construiste.
Tu marido, tus hijos, tus nietos y bisnietas. Eso lograste, los domingos juntos, la mesa larga para comer, todos riendo. ¿No te sentís orgullosa de eso? Porque yo estoy orgullosa de pertenecer a eso.
Ahí estábamos todos, llorando porque te habías ido. Y si, tenías cáncer, (aunque técnicamente no te fuiste por eso) sabíamos que eso iba a pasar pero aún así nos sorprendimos. Teníamos esa esperanza de que todo saliera bien.