Apague el despertador y resople al acordarme que hoy es Lunes, lo que indica, que empieza de nuevo la rutina de ir cada mañana a mi infierno personal. Ojalá llegue ya de una vez el día de mi graduación, o mejor, y lo que muchos esperan, el día de mi muerte. Para así, no volver a ver la cara de lo que hacen que yo misma odie mi presencia.
Me levanté de la cama, cogiendo antes mis gafas de mi mesilla. Me quedé mirando la pequeña ventana de mi habitación. Estaba amaneciendo. Se podía observar el color anaranjado en el horizonte y un color rosa pálido en el cielo. Los árboles se movían de un lado a otro, al compás del viento, junto con las hojas caídas. El cielo, cubierto de pequeñas nubes grisáceas, resaltan el color rosa del cielo. Estaba apunto de llover, y no me extraña, en estas épocas se pasaba el día y la noche lloviendo.
Respiré profundamente y deje caer mis hombros. A paso lento me dirigí a la ducha. Pegué un grito al sentir el agua congelada caer sobre mí, tensando cada músculo de mi cuerpo. Regule el agua a mi gusto, y me relaje cuando el agua ardiendo llegaba a mí cuerpo.
Cuando vi que ya había derrochado suficiente agua, salí y me vestí con algo calentito, cepille mi pelo y lavé mis dientes. Cogí mi mochila color negra y me encamine a mí pequeña cocina, encontrándome; un zumo, un cuenco de frutas y una nota de mi hermano.
Me ha llamado mi jefe, hoy llegaré más tarde de lo normal. No me esperes despierta. Cómete el desayuno, te quiero. Ten cuidado.
Me bebí el zumo y metí el cuenco de frutas en la nevera, ya me lo comería cuando llegase del infierno. Mire la hora en mi minúsculo teléfono.
«7:15am»
Tenía quince minutos exactos para llegar. Cerré la puerta de mi casa al salir, coloque mis audífonos y la música de mi móvil empezó a sonar.
Caminaba rápidamente alejada del borde que separa la acera de la carretera, no quiero que un coche me moje con algún charco. Había empezado a llover, haciendo que mi ropa y mi pelo, se comenzarán a mojar.
Al llegar a mí infierno, o como dirían otros, al instituto, sentí todas las miradas sobre mí, como todos los días. Limpie mis gafas como pude y me las volví a colocar, si llego a perder mis gafas estoy perdida. Sujete bien mi mochila, no quiero que vuelva a suceder lo de la semana pasada, y me encaminé a mi aula, donde la clase de Francés me esperaba. Llegaba un poquito tarde, espero que la profesora Beaulieu no se moleste por ello.
Aún con los audífonos puestos y la canción In my head de Peter Manos sonando pude oír comentarios despectivos dirigidos hacia mí. Seguí caminando, ignorando a todos.
Sólo me faltaba subir a la segunda planta para llegar a mi destino cuando siento como retiran violentamente mis audífonos, haciendo que ellos y mi móvil cayeran. Con la mirada clavada en el suelo sentía como los ojos me ardían y las lágrimas amenazaban con salir. Delante de mí se encontraban tres pares de zapatos. Abrí los ojos al darme cuenta de quién pertenecían.
Levanté la cabeza encontrándome con tres pares de ojos que me miraban fijamente. Apreté los labios y me mordí el labio inferior.
— Aparte de gorda y ciega, ¿ahora también sorda? —Me miró con una ceja levantada — Escúchame bien basura, la próxima vez que te llame, respondes —me agarró de las muñecas y yo reprimí un grito— ¿¡Entendido!? —Asentí rápidamente.
Una lágrima se escapó de mi ojo y recorrió mi mejilla. Estaba temblando y para mi mala suerte, él lo estaba presenciando. Él lo sabía, él sabe que le tengo miedo, y aun así sonreía. Le odio muchísimo, pero el miedo que le tengo supera mil veces el odio.
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BULLYING
Teen FictionAlaia es una de las miles victimas que sufren bullying en el mundo. Pero su historia es totalmente diferente, no es la típico cliché. Ella está rota, sin vida, es un cuerpo sin alma. Es una pobre liebre siendo cazada por un león. «EN EDICIÓN»