Eran las dos de la mañana y yo seguía llorando sin compasión. Mi hermano aún no había llegado de trabajar y eso me relajaba, no quería que contemplara esta escena.
Estaba sentada en la cama de mis padres, la cual estaba perfecta. No se había tocado nada de la habitación desde que ellos se fueron. Me encontraba allí para tomar la decisión de mi vida. ¿Sigo o me voy?
Miraba las pastillas color azul en mi mano izquierda y una botella de Whisky en la mano derecha.
Las palabras de Zedd golpeaban mi cabeza constantemente. Llevaba toda la tarde pensando en lo último que me dijo…
“Haces y harás todo lo que yo te digas si no quieres que te haga odiar tanto tu vida qué verás la muerte como tú mejor amiga”
¿Que pasa si ya veo a la muerte como mi mejor amiga? Y ya no es solo verla como mi mejor amiga, es verla como mi única escapatoria. Ahora mismo veo la muerte como mi salvación. Sé que si me uno a ella ya no sentiré nada. No sufriré, seré libre de esta cadena perpetua.
Sentí como me quemaba la garganta al beber por quinta vez un largo trago de Whisky. Sentía los efectos del alcohol. Estaba mareada, me daba todo vueltas.
Dejé la botella de Whisky en la mesilla de noche, y me quedé observando el marco de fotos que había en ella. Mis padres se estaban besando con una gran sonrisa en la cara. Mi madre se encontraba con su gran vestido de novia y mi padre con su gran traje negro. Ellos eran perfectos.
¡Joder! Los echo tanto de menos.
— Mamá, papá os necesito —susurré acariciando las sábanas— No sabéis la falta que me hacéis, ojalá yo hubiera estado en ese banco y no vosotros. Vuestra muerte es mi culpa, yo os he matado. Cuanto lo siento, lo siento tanto —agarre las sábanas en un puño— Pero ahora me veréis y me podréis castigar. Y me podéis decir todas las cosas que yo ya sé. Sé que fui mal hija, y ahora soy mala hermana. Sé que soy una desagradecida. Sé que soy una deshonra tanto como para la familia como para el resto del mundo. Pero a pesar de haberos matado yo siempre os he amado. Lo hago y lo haré, os amaré siempre.
Me quedé observando las pastillas nuevamente. Cada vez las veía más apetecibles. Me acerqué la mano a la boca y cerró los ojos. Después de tragar no sentiré nada.
— ¿¡Qué haces Alaia!?
Mi hermano había entrado a la habitación, las facciones de su cara estaban tensas. Sus ojos me miraban con dolor, con asombro. Su color verde esmeralda había desaparecido, ya no tenía ese brillo en ellos. Tenía los ojos cristalizados.
Se acercó corriendo a mí, colocándose de un salto en la cama, quitándome las pastillas de las manos para tirarlas al suelo.
— ¿¡Que narices te pasa Alaia!? ¿¡Qué mierda haces!? —Una lágrima cayó por su rostro.
— Yo, yo... les echo tanto de menos —mi voz sonaba débil, sin fuerza. Arrastraba las palabras por culpa del alcohol.
— Dios mío Alaia —me abrazo. Como echaba de menos este tipo de abrazos, es reconfortante. Apoye mi cabeza en su pecho y lo abracé con todas mis ganas. Sentía su corazón latir con fuerza— No sabes cuento la siento. He estado tan metido en mi trabajo para que no te faltara nada que no me he dado cuenta de lo que estabas sufriendo. Siento tanto no haber sido un buen hermano. —Me apretó más fuerte a su pecho— te quiero tanto hermanita.
—Tu has sido un buen hermano, siempre lo has sido. En cambio yo, he sido una pésima hermana. ¿Cómo es que no me odias Zac? Mate a nuestros padres, deberías odiarme no quererme —las lágrimas caían por mis mejillas, llenando mi cara de agua.— No debo seguir aquí, en este mundo.
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BULLYING
Teen FictionAlaia es una de las miles victimas que sufren bullying en el mundo. Pero su historia es totalmente diferente, no es la típico cliché. Ella está rota, sin vida, es un cuerpo sin alma. Es una pobre liebre siendo cazada por un león. «EN EDICIÓN»