CAPITULO 3.

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Después de todo lo que me dijo Byron, mi mente había colapsado. ¿Había escuchado bien...? ¿Apuesta? ¿Madre de sus hijos? Lo mire a los ojos y pude ver una chispa de tristeza en ellos. Sus ojos azules miraban directamente a los míos, era.. intimidante. 

— Mierda Alaia, lo siento no debí decir nada de eso. 

—¿Es enserio Byron? ¡Después de dos años me entero que estuviese conmigo siete meses por una apuesta! —Mi cuerpo ardía de la rabia. Mi autocontrol había desaparecido de mi cuerpo, junto con la tristeza y angustia. De mis ojos no dejaban de salir lágrimas. 

— ¡Enserio que lo siento Alaia! Pero qué quieres que haga teníamos 14 años. ¡Éramos niños! Mis padres no iban bien económicamente y yo me había vuelto adicto al tabaco y necesitaba dinero y tu eras la vía más fácil. Leigh y Marco me ofrecieron ochocientos dólares si duraba contigo por lo menos un año. Yo acepté encantado, pero al paso de los meses me di cuenta de que no iba a poder acabar la apuesta, y la razón de esa conclusión fuiste tú. Te metiste tan profundo de mi ser que ya no sabía cómo abandonar esa puñetera apuesta. Cada día que pasaba me daba cuenta que estaba más que enamorado de tí. Que yo solo quería ver esa sonrisa radiante de felicidad en tu cara y me juré que si alguien te la quitaba le partiría la cara. Un día me harté de toda esa mierda y se lo fui a decir a los chicos pero cuando les dije que no quería seguir subieron el precio de la apuesta a novecientos cincuenta dólares si me acostaba contigo y te arrebataba la virginidad, y yo como tonto acepté. Pero no lo conseguí, no pude hacerlo. Y como todo niño adolescente tenía mi orgullo y no podía ir y decirle a mis amigos que me había enamorado de alguien. Así que la forma más rápida de acabar con toda esa locura fue siéndote infiel. Acabé liándome con Anna, e hice todo lo necesario para que me hicieran fotos y tú las vieras. Cuando viniste ese día a mi clase y delante de todos me pegaste un guantazo supe que ya lo habías descubierto. Poco después pensé que tú me superarías y que yo también lo haría así que no te volvía hablar. Pero cada vez que te veía desde alguna esquina y te veía llorando por mí, no lo aguantaba. Les pedí a mis padres que me cambiarán de instituto para así no más verte sufrir por mí, un gilipollas que no supo valorar lo que tenía. 

Sin palabras, literalmente estoy sin palabras. Mi corazón latía rápidamente, parecía un motor de coche. Después de dos años tengo aquí a Byron Righ, mi primer amor, confesándome sus sentimientos de niño. 

- Yo…- mi mente estaba en blanco, mi boca sin saliva y mi cuerpo se había vuelto extrañamente ligero. - No puedo, lo siento. - Sin darle tiempo a decir algo más. Subí a mi habitación y eche el cerrojo.

Con lágrimas recorriendo mis mejillas, me tumbe boca abajo en la cama y me quedé mirando por la ventana. Observaba cómo los árboles se movían al compás del viento y las hojas de ellos se iban cayendo poco a poco por la llegada del invierno.

El cielo comenzaba a volverse oscuro y mi estómago empezaba a pedirme algo de comida. Me di la vuelta y me quede viendo el techo de mi habitación. Recuerdos de Byron y míos comenzaban a asomarse por mi cabeza. 

No aguantaba más, eran tantas casas las que me carcomían que me estaban consumiendo. 

Cogí la pequeña caja de debajo de mi cama y de ella cogí una vieja amiga.

- Hacía tanto que no te veía… - de mis ojos seguían saliendo millones de lágrimas.

Me levanto la manga de la sudadera y paso mi vieja amiga por mi delicada piel blanca, y dejo que los pequeños hilos de sangre recorran la parte de mi muñeca y lleguen a manchar mi sabana de la cama. 

Repito la acción un par de veces mas, dejando de lado los trazos pequeños en mi brazo izquierdo, me tumbo en la cama. 

Mi angustia se va alejando de mi alma. Me concentro en el escozor de mis heridas y respiro profundamente.

BULLYINGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora