-Cenicienta- (03)

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Drisella hizo sonar el metal de las tijeras, moviendo el objeto como si estuviese cortando el aire.

Sonrió con malicia y algo parecido a la adrenalina se instaló en sus venas.

-Busca el vestido.

Annie siguió su orden sin rechistar, buscando la caja que guardaba el sueño de su hermanastra.

Esa habitación era un cuchitril maloliente, con una pequeña cama vieja y un armario igual de estropeado.

Sus ojos verdes observaron como el pequeño hámster corría en su rueda. Ese bicho seguía pareciendole una rata asquerosa.

-¡Lo encontré!

Se volteó para ver la satisfactoria sonrisa de su hermana pequeña. Un brillo de travesura lucía en sus enormes ojos café.

Drisella negó levemente con la cabeza. Annie parecía una niña de siete años, en lugar de los diecisiete que tenía.

Drisella le apartó la caja de las manos y se dió cuenta que pesaba menos de lo que ella pensaba.

Al quitar la tapa, lo comprendió todo. El vestido estaba, los zapatos no.

Ella apretó la mandíbula con rabia y estampó la caja contra la pared. El cartón se rompió y el precioso vestido salió volando hacia la cama.

¿Acaso aquella imbécil se había ido a tomar un batido con unos Yves Saint Laurent? ¿De verdad era tan idiota?

Por lo que fuese, los zapatos ya no estaban allí. Las hermanas Tremaine no podían acabar con el regalo de Ella y eso no hizo más que encender la furia de Drisella.

Agarró el vestido con furia y comenzó a rasgarlo con sus propias manos, ante la atenta mirada de Annie.

Rompió cada costura, cada detalle, todo lo que convertía a aquel vestido en un sueño hecho realidad. Ahora no era más que unos cuantos harapos azules sobre la cama.

-¿Qué te ocurre?

Annie observó a su hermana sin parpadear, quién parecía estar poseída por la rabia.

Su pecho subía y bajaba, gracias a su más que agitada respiración. Sus puños estaban cerrados a cada lado de su cuerpo, tan apretados que los nudillos se volvieron demasiado blancos. Y su mirada...eso era lo peor.

Sus siempre hermosos ojos azules tenían un cierto color añil que no presagiaba nada bueno.

- Traeme a esas putas ratas.

Annie tragó saliva. Una cosa era fastidiar a Ella y otra muy distinta era hacer daño a un animalito. Porque su hermana quería hacerles daño, de eso no había duda.

- ¿Qué les vas a hacer?

Drisella se acercó a su hermana con gesto amenazante, como quién vive con la seguridad de saberse temido.

Agarró a Annie de la camiseta y acercó su cara a milímetros de la suya.

- ¿Recuerdas aquella vez que tu precioso gatito Tom apareció muerto? -susurró con maldad, disfrutando de las lágrimas que se asomaban a los ojos de Annie- Recuerdas porque pasó, ¿verdad? Por cuestionarme, justo como estas haciendo ahora. Así que TRAEME-ESAS-MALDITAS-RATAS.

Annie sabía que su hermana mayor no bromeaba. Podía hacerle la vida imposible, igual que se la hacía a Ella. Era mejor tenerla de su lado, que contra ella.

Se acercó a la blanca jaula y agarró los hámster. Annie vió como Drisella se acercaba con una siniestra sonrisa pintada en su rostro y unas tijeras en su mano derecha. Cerró los ojos con fuerza. No creía que aquel espectáculo que estaba a punto de suceder fuese digno de ver.

- No puedo dejar de mirar tus zapatos. Son...

Maia intentó encontrar un adjetivo válido, pero era realmente difícil. Eran los zapatos más bonitos que había visto nunca. Pero hasta la palabra bonitos se quedaba corta.

- ¿Indescriptibles?

- Exactamente.

Ambas amigas se rieron, ambas mirando el brillo de aquellos zapatos.

Quizás un Starbucks no era el sitio más adecuado para lucirlos, pero combinado con unos jeans oscuros y una camisera negra, quedaban incluso bien.

Ella se observó en el espejo. Hacía años que no se veía tan bonita. Exactamente, hacía quince años.

Su madre era costurera, trabajaba en una boutique de ropa infantil. Por eso, cuando su pequeña Ella cumplió cinco años, le regaló un vestido. No era un vestido cualquiera. Ella eligió el color de la tela, dijo que quería un vestido de princesa.

El día de su cumpleaños, cuando llegó del colegio, allí estaba. Suave, brillante y lleno de tonalidades rosas. Una pequeña tiara descansaba sobre su cama, justo al lado del vestido.

Aquel día, Ella se sintió una verdadera princesa. Una princesa hermosa.

- ¿Qué piensas tanto?

La voz de Maia la sacó de sus recuerdos. Sonriendo dió un sorbo a su frapuccino.

-Te devolvere el dinero de la peluquería.

Su amiga rodó los ojos, negando despacio con la cabeza.

- Me importa un comino el dinero de la peluquería. Lo único que te pido es que disfrutes y te rías y bailes y sobre todo...

Maia agarró su Iphone y colocó la pantalla en las narices de Ella. La rubia frunció el ceño.

La pantalla la ocupaba un chico castaño, de piel blanca pero ojos oscuros. Bastante guapo, no podía mentir.

- Tienes que ligarte a este tipo.

- ¿Quién es ese?

Maia guardó su móvil pero sonrió a su amiga con picardía.

- Jaime Arthur, 22 añitos, estudiante de derecho, simpático, inteligente, carismático, deportista, amante de los animales y encima de todo...esta buenísimo.

Ella miró con los ojos abiertos como platos a Maia. No podía ser tan descarada. ¿Había montado todo eso para convertir el cumpleaños de ese chico en una especie de cita a ciegas? ¿Y una cita de ciegas donde ella tenía que dar el primer paso? Mala, malísima, nefasta idea.

- Y si es tan maravilloso, tan perfecto y tan guapo... ¿Porqué no te lo quedas tú?

La pelirroja suspiró, colocando los codos sobre la mesa.

- Porque es mi primo, estúpida.

- ¿Y le dices a tu primo que esta bueno?

- Es lo que dicen todas. Y hay que ser objetivas. Lo es.

En multimedia: Annie y Drisella

~Broken Disney~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora