Ella giró la llave dentro de la cerradura de su casa y un mal presentimiento azotó su corazón. Una punzada fría y profunda parecía avisarle que algo no muy bueno había ocurrido.
En el salón no había nadie, ni siquiera Lucy, quién siempre andaba correteando de aquí para allá.
Encima de la mesa, tres vasos vacíos descansaban al lado de una botella de ginebra también vacía. ¿Las brujas estaban de celebración? Todo era posible.
Con cautela subió las escaleras para dirigirse a su habitación. En cuanto puso un pie en el último escalón, un grito ahogado murió en su garganta.
No, sus hermanastras no podían ser tan crueles. Ellas no podían ser tan malvadas, no podían odiarla tanto...
Se agachó con lágrimas rodando por su rostro, fruto de la rabia y la impotencia. Agarró un trozo de tela deshecha y la apretó dentro de su puño.
La ilusión por ir a aquel cumpleaños, el esfuerzo de Maia por conseguir que Ella se sintiera especial... Todo se reducía a un vestido hecho jirones que ocupaba todo el pasillo de la primera planta.
-Hey Mugrientella.
Ella no tenía fuerzas, ya no. Aquel era un infierno que ella estaba destinada a vivir. Se rindió, liberando todas y cada una de las lágrimas que había estado guardando dentro de su alma.
Drisella no articulo palabra pero su risa burlona sonó con fuerza. Unos tacones contundentes subían con parsimonia la escalera.
- Niña, ¿qué haces en el suelo? ¡Levantate!.
- No se puede levantar, mami- Drisella dijo con voz de niñata estúpida. Era asombroso lo tonta que podía parecer cuando se lo proponía. -Necesita a sus super ayudantes.
Entonces rió a carcajadas, al mismo tiempo que lanzaba los cadáveres ensangrentados de los hamster contra la cara de Ella quién, en ese momento, no podía hacer otra cosa que hacerse más diminuta con cada desprecio, cada risa burlona y cada mala palabra.
Se limpió la mejilla con la mano temblorosa, mojando sus dedos de sangre y lágrimas a partes iguales. Apenas podía respirar, apenas podía seguir con los ojos abiertos.
- ¿Qué es este alboroto?.
Andrew se asomó desde la puerta de su habitación, mirando la escena con gesto confuso. Su niña, su pequeña, lloraba desconsoladamente en el suelo, cerca de un par de hámsters muertos. Su esposa miraba con desaprobación a Drisella, quién juntaba sus manos y las puntas de sus pies como una pequeña niña arrepentida.
- Nada, cielo. Las niñas discutieron, eso es todo. Ella molestó a Drisella y la estúpida de mi hija rompió su vestido. ¿No fue así, chicas?
La más mayor asintió, mordiendo su labio inferior. Tanto teatro le parecía demasiado, casi era incapaz de aguantar su risa. Ella la miró con odio, clavando sus pupilas de fuego en su madrastra. Annie se veía culpable, demasiado quizá. Pero asintió levemente, sin levantar la vista del suelo.
- Nada de eso fue cierto, papá. Lily es una puta perra mentirosa.
La mujer abrió los ojos como platos, el ataque de
dignidad de su hijastra le pillaba por sorpresa. En los diecisiete años que Lily llevaba siendo la señora de la casa, la pequeña Ella jamás le alzó la voz ni contradijo ninguna de sus decisiones. Siempre fue una niña obediente y fácil de manejar, un títere en manos de sus hijas. Sobre todo de Drisella, quién en ese momento miraba boquiabierta a su hermanastra.- Maia me invitó a la fiesta de cumpleaños de su primo, me regaló un vestido precioso y estos zapatos divinos- Ella señaló con orgullo sus pies, sabiendo que tanto sus hermanastras como Lily reconocerian la exclusividad de aquellos stilettos. -Pero este par de demonios destrozaron mi vestido y mataron a mis hamsters, dos animalitos inocentes solo por hacerme daño.
- ¡Eso no es cierto!
- ¡Callate, vieja estúpida! ¿Qué ocurre? ¿No puedes soportar que en esta casa viva alguien más joven, más guapa y más inteligente que tú?
Cuando la mandíbula de Lily tembló, Ella sabía lo que venía a continuación. Una sonora bofetada. Y efectivamente, así ocurrió, ante la atenta mirada de su padre. El hombre no abrió la boca, se limitó a mirar a ambas con el ceño fruncido.
Ella se dió cuenta entonces. Estaba sola, completamente desamparada. Su padre debía estar muy enamorado, muy ciego o simplemente... Era demasiado cobarde como para posicionarse al lado de su hija.
Ella apretó los labios y miró alrededor, a su familia. Lily se colocó al lado de Andrew y tomó su mano. Ambos la miraban con expectación pero con semblante tranquilo. Drisella la miraba con odio, Annie con algo parecido al arrepentimiento.
Y entonces algo hizo 'click' dentro de ella. Su alma sintió una sobrecarga de energía, posiblemente fruto de su decepción.
Con paso firme se acercó a sus hermanastras.
- Drisella y Annie, debería odiarlas pero me provocan lástima -con una sonrisa de desdén, las observó de arriba a abajo. - No son más que unas tipejas ridículas, llenas de complejos que necesitan humillar a alguien para, por un momento, sentir que sirven para algo.
Ella supo que tanto Drisella como Lily estaban deseando contestarle de mala manera. Pero no, eso había llegado demasiado lejos. Esta vez ellas escucharian.
Con paso firme y sin dejar caer una mirada sobre las otras chicas, Ella se colocó delante de su padre. Él ni siquiera la miraba a la cara, sus ojos azules estaban perdidos en algún lugar cerca de los pies de su hija.
- Y tú, papá... ¿Qué decir de ti? Eres tan cariñoso como cobarde. Has preferido vivir en esta casa miserable que abandonar tu jodido whisky. He recibido insultos, amenazas y maltrato psicológico casi a diario. Y tú, tu has sido incapaz de mover un dedo para cambiar eso. Ni siquiera has alzado la voz en mi defensa. Eres tan malditamente culpable como ellas.
Sus ojos, igual de celestes que los de su padre, se humedecieron. Sus manos temblaban, sus rodillas iban a fallarle en cualquier momento.
Pero su paciencia se habia agotado. Ella Greenway se marchó de aquella casa sin una maleta, sin un sólo recuerdo a sus espaldas. Se fue libre y eso era más de lo que podía pedir.
Buscaría un lugar donde quedarse, buscaría un trabajo. Y por supuesto, con vestido o sin el, Ella iría a aquella fiesta... Donde iba a brillar más que nunca.
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~Broken Disney~
ChickLitDisney, la fábrica de sueños. Contadonos dulces historias que nos hacen tener esperanza en los finales felices... ¿Qué pasaría si a las historias que conocemos le dieramos un tinte de realidad? Los cuentos de siempre como nunca te los han contado.