Prólogo

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Pensar que toda aquella gente había estado rumoreando a mis espaldas, mirándome de reojo y creando chismes, volteando la cabeza descaradamente y dirigiéndome la mirada como a un ser inferior. Pensar que ahora esa misma gente, que más vale llamarla gentuza, estaría ahora observándome con esos ojos sorprendidos que guardan una pizca de rencor; observándome entrar al escenario y esperando a ver el espectáculo. Pero esos ojos saben que su corazón les miente, que solo sienten odio. Esos ojos mentirosos que quieren comer mi alma y tratan de negar su pasado, sin lograrlo.

Desearía poder levantar mi brazo derecho en símbolo de triunfo, demostrando mi victoria, haciéndola un hecho. Desearía gritarles en la cara, empujarlos, decirles que perdieron la batalla y que pueden nombrarse caídos, que todo terminó, que sabían que iba a haber un fin de este descarado maltrato pero nunca pensaron que iba a resultar así. Decirles, fuerte, que se lo merecen, y que no imploren perdón; que no me miren con esos ojos culpables para que los acepte, si es que tienen el valor de hacerlo. Por supuesto que desearía hacerlo. Y sin embargo, deseo aún más hacerlo de esta manera.

El telón rojo comenzó a abrirse y mi corazón comenzó a golpear fuerte contra mi pecho. Mis ojos deslumbraron la fila de asientos, todos ocupados, y luego recorrieron la vista hacia el escenario: el escalonado camino al compositor y a su alrededor asientos para los instrumentos de cuerda; a lo lejos, se divisaban los tambores y más allá, los instrumentos de vientos acompañados de un arpa. Sentí como mis pupilas se agrandaban, y se endulzaban al mismo tiempo. Sujeté mi violín con mi mano derecha y el arco con la izquierda.

Mis piernas se encontraban frías, casi podían estar heladas. Mi vestido de seda caía pegado a mis piernas, calentándolas de a poco. Me acomodé el cabello y miré al frente: directamente hacia la multitud y con mirada desafiante me coloqué en mi puesto, cerré mis ojos, y a continuación del aviso del director, comencé con cierto ímpetu a deslizar el arco sobre las finas y gruesas cuerdas del violín. Y juré que nunca lo olvidaría, y así es, nunca lo haré, cuando mis manos se pusieron al compás de la música, desafío a la Tierra por mis manos, que fui capaz de transmitir al mundo, por lo menos por un segundo, la verdadera pureza de la música.


Sonate #1 PreludeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora