Capítulo 3

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Abrí las puertas que conectaban al pasillo y salí corriendo al jardín del colegio. El pronóstico anunció un día caluroso, despejado día y noche. El sol ardía en mi rostro, enrojeciéndolo. Corrí hacia mi bicicleta, descolorida, y quitando el candado y guardándolo en mi mochila, me subí a la silla y con todas mis ganas, comencé a pedalear y crucé la entrada al colegio a toda velocidad. Bajé la rampa tratando de evitar a las personas que subían y ni bien bajé a la calle crucé el semáforo velozmente mientras me daba verde y entré al sendero del parque.

Cargaba mi pesada mochila sobre mi espalda, que infringía un peso sobre mi cuerpo, pero no me impedía desplazarme en mi vehículo de dos ruedas que no paraban de girar y girar sobre el pavimento. Esquivando los pozos que interrumpían mi destino, me desvié del típico camino a casa y me dirigí al teatro, donde a esa hora siempre ensayaba la orquesta local y la presentación estaba abierta para todo el público.

Al finalizar la jornada de clases, todo a mi alrededor parecía más bello, más delicado.

Al llegar al pequeño museo musical, aparqué la bicicleta en un pequeño parque frente al edificio y al alcanzar a este, saludé al guardia que ya me conocía, y fui al teatro. Al entrar en la sala y ver a la orquesta tocando una espléndida composición, me senté en una de las últimas filas, y acostándome en una silla dejé que mis ojos cerraran y permitieran que mis oídos prestaran suma atención a lo que iba a venir: un solo de violín que dejando mi piel de gallina me haría dormir en un profundo sueño: vacío. Vacío pero algo más. Yo. El violín. Y la canción.

Percibí una leve incomodidad, como un grito, un hostil movimiento, una interrupción a la música. Abrí lentamente mis ojos en busca de alguna señal que me hiciera reconocer lo que estaba sucediendo. Al abrirlos y divisar una figura borrosa frente mía, me estiré en el lugar y parándome rápido hice una leve reverencia hacia la persona que me salvaría de mi antiguo mundo y lo convertiría en uno nuevo y mejor, lleno de música: Irene.

- ¿Superaste la aburrida y larga charla de fin de quinto año? Espero que no la hayas pasado mal, aunque ¿cómo es posible pasarla mal sabiendo que te vas a encontrar conmigo? -No pude evitar sonreír al notar la razón que podía tener en esa pequeña frase- Alma...

- Irene...

- Un gusto enseñarte a tocar violín

- Un gusto aprender con usted

Había conocido a Irene la primera vez que había ido a observar los ensayos de la orquesta. Había descubierto estos pequeños ensayos investigando en la biblioteca junto con mi profesor de música.

Al llegar al edificio y preguntar por los ensayos, entré al salón en el que estaban tocando el grupo de músicos. Ese día fue un día especial, pero no solo para mí ni para ellos, sino para toda la ciudad, ya que era la última práctica que tenían antes de ir a otro país a un concurso. Me senté en la misma silla de siempre, la octava de la última fila y miré atentamente el movimiento de los instrumentos, en especial el de los violines. Y aún expectante a la música, me dormí con los ojos cerrados, como siempre me sucedía.

En ese momento, conocí a Irene, siempre brillante y alegre. Irene tenía unos treinta y ocho años, joven para estar en la orquesta local. Y al verme en estado adormilado se acercó hacia mí a preguntarme si me sentía bien, invitándome un café. Me llevó a una pequeña parte del museo donde se encontraba una cafetería, que se volvió típica de nuestras salidas y conversamos sobre la música y la orquesta:

- Te he encontrado dormida en la última fila mientras tocábamos. Muchos lo considerarían una falta de respeto, pero me encuentro curiosa al pensar que te hayas podido dormir con todo el sonido en el que te encontrabas.

El ambiente en el que me hizo entrar fue muy agradable para mí, llegado a tal punto que comencé a contarle mi vida. Ella, interesada, se sentó frente a mí escuchando exactamente todo lo que dije. Al despedirse de mí, quedamos en encontrarnos una semana después, en la misma cafetería. Ella iba a aceptar darme clases sobre el instrumento gratis, si le ayudaba con la limpieza en la casa y, más importante aún, si era capaz de superar el rencor por Rosa y sus amigas. Luego de convencer a mi mamá y de terminar quinto año, comencé a tener clases de violín con Irene y comencé a avanzar prometiéndome a mí misma que sería capaz de entrar a la Escuela Secundaria de Arte más importante del país.

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⏰ Última actualización: Jan 02, 2016 ⏰

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Sonate #1 PreludeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora