01 de Diciembre del 2015

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Me senté en la esquina de la cama viendo a un punto fijo en el suelo. Estaba rompiéndome, estaba sangrando y nadie se daba cuenta. Froté mis palmas desesperadamente contra mi muslo y las puntas de los dedos se tiñeron blancas debido a la fuerza que estaba ejerciendo.

No me imaginaba el escenario en el que me encontraba, jamás había esperado ver cómo me perdía a mí misma, jamás había esperado fallarme.

Un suspiro prolongado salió de mis labios y de repente se sintió como si lo hubiera estado guardando por mucho tiempo, como si antes de que sucediera el desastre ya estuviera predestinado, como si supieran que lo iba a necesitar.

Los pies me dolían debido a las horas que había pasado con la planta pegada al suelo y las piernas ardían. Mi estómago se sentía pesado, como si tuviera un montón de piedras asentadas en él y no tuviera espacio para nada más. Mis manos seguían blanquecinas y dolían por la presión que cargaban. Los hombros se sentían como si hubieran soportado toneladas de peso la noche anterior y mi cabello mojado escurría pequeñas gotas cristalinas de agua que se comprimían debido al agarre que había logrado de los mechones incontrolables.

Todo el cuerpo me dolía, cada parte de piel que estuviera expuesta al roce agonizaba cuando tocaba cualquier cosa ajena a mi persona. Estaba adolorida por tanto esfuerzo, por tanto llanto y por tanto fracaso.

Volteé a ver el espejo sin quererlo, mis ojos tenían una fina capa de agua sobre ellos y las pupilas estaban dilatadas. En una dolorosa fracción de segundo me encontré a mí misma pidiendo en forma de súplica que terminara con esto, que estaba yéndome sin decir adiós, que estaba afrontando algo a lo que no estaba preparada y que debía detenerme. Pero había visto esa mirada muchas veces, la había captado antes en el reflejo de cristal y era demasiado cobarde como para borrarla, para cambiarla.

Agaché la mirada y contemplé el suelo por unos minutos. Ella dijo que pronto volveríamos a casa pero yo no encontraba la manera de decirle que lo que se sentía como "en casa" estaba justo ahí, que hace tiempo había perdido una parte importante de mí y ahora estaba de vuelta.

Di un paso hacia la salida y me dolió, incluso los huesos pesaban y se encajaban en mi piel, luchaban por salir y desplomarse, la sangre ya estaba cansada de correr por mis venas, era más espesa y circulaba lentamente provocando que todos mis músculos se tensaran incapaces de ceder a mi lucha constante por seguir.

Todo en mí era sensible, todo se encajaba, todo me hacía sangrar. Sin embargo había uno sólo de mis órganos que no alcanzaba a distinguir, no lo sentía ni podía escucharlo. Coloqué mi mano derecha sobre mi pecho por acto reflejo y entonces lo comprendí. Alguien dentro de mí esperaba una respuesta, y estaba ansioso por saberla aún cuando ya la suponía.

Tragué saliva con dificultad y cerré los ojos con fuerza. ¿Cómo demonios le explicaba que le había fallado? ¿Cómo le hacía entender que no hice lo suficiente, que debí esforzarme más?

Un sollozo se escapó de mi garganta e inspiré profundo, susurré un par de frases inteligibles y por último un 'lo siento' cargado de sinceridad. En serio lo hacía, lo lamentaba mucho por él, porque sabía que en cualquier momento se rompería, porque era tan frágil como una pieza de cristal.

Mis pulmones se negaban a abrirle paso al aire y mi respiración era demasiado irregular. La capa fina en mis ojos se había convertido en una barrera extensa llena de emociones y de repente todo sucedió, mi corazón se desplomó hacia mis pies y no tuve el valor para acomodarlo de nuevo.

Una simple escritora.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora