Yo estaba en la tele, en el Show de Jerry Spinger, tratando de sostener a mis tres bebés sobre las rodillas, pero no lo lograba y uno de ellos se me resbalaba todo el tiempo. Me veía horrible: demacrada, pálida y con granos, y tenía el cabello desgreñado y sucio.
-¿Cómo se llaman tus bebés? -me preguntó Jerry.
-Nesta, Izzie y TJ -respondí, sollozando-. Les puse los nombres de mis amigas de la escuela.
-¿A pesar de que son varones? -preguntó Jerry.
Asentí con tristeza.
-Y, ¿cuándo exactamente te diste a la bebida, Lucy? -preguntó Jerry.
-Cuando el padre de mis bebés me abandonó por una estrellita de Hollywood y me dejo viviendo en una pocilga -murmuré, y el público sofocó una exclamación de horror.
-Bueno, esta noche vamos a escuchar a Tony - anunció Jerry-. Está esperando detrás de la cámara para contar su versión de la historia. Ven aquí, Tony.
Tony apareció al costado del escenario y el público lo abucheó. Se veía genial: limpio, radiante, super apuesto. Empecé a pegarle en la cabeza con uno de los bebés, que se había convertido en una almohada.
-Lucy -diji Jerry. Su voz sonaba extraña. Femenina-. Lucy...
_¿Qué...?
Al abrir los ojos, vi a mamá inclinada sobre mí.
-Vamos querida, arriba. Es hora de levantarse -dijo-. El baño está libre.
-Uggg -respondí, desde debajo de las cobijas. Respiré hondo y me esforcé por despabilarme. Tardé un momento en darme cuenta de que había estado soñando. Fue un gran alivió despertarme y ver que estaba a salvo sin bebés.
-Lucy, estás muy lejos -observó papá durante el desayuno-. ¿Qué está pasando por esa cabecita?
-Nada -respondí, ruborizándome un poco. No podía contarle mi sueño. De ninguna manera.
-No es posible pensar en nada -acotó Steve, mi hermano tragalibros, mientras comía una rebanada de pan tostado con mantequilla de maní-.
Lo he intentado. Aunque tu mente quede en blanco, sigues pensando: "mi mente en blanco".
-Como sea -dije. Aparté mi bol de cereales a medio comer y me levanté de la mesa.
-¿No vas a terminar eso? -preguntó mamá.
Meneé la cabeza.
-No tengo hambre.
-Entonces llévate una manzana a la escuela -dijo mamá, mientras iba a recoger la correspondencia, que acababa de caer sobre el tapete en el vestíbulo.
Papá me miró con bondad.
-¿Te preocupa algo Lucy? Estás muy callada está mañana...
-No, nada; es decir, bueno...
-Sabía que había algo -aseguró papá-. Cuéntame. ¿Qué es? ¿Estás consumiendo drogas? ¿Eres una apostadora compulsiva? ¿Qué?
-Sí, claro -respondí, con una sonrisa débil-. No esteee... es que tuve una pesadilla y... es por el viaje del mes próximo a Florencia. Nesta, TJ e Izzie van a ir y me gustaría poder ir con ellas, eso es todo.
Con eso no va a preguntarme por mi sueño, pensé. A veces tengo que ser cuidadosa con mamá y papá. A los dos les encanta analizar los sueños y se las ingenian para extraerle información sin que te des cuenta. Mamá porque es psicóloga y trabaja todo el día haciendo hablar a gente que no quiere abrirse, y papá, porque es muy tranquilo y no es de juzgar. Igual que mamá, parece un viejo hippie con su coleta y sus opiniones liberales acerca de todo. Esta vez, sin embargo, pensé que no sería tan comprensivo. Cuando se trata de chicos, los padres pueden ponerse muy protectores con sus hijas. Y más, si se trata de tener trillizos.
Mamá suspiró mientras regresaba con la correspondencia.
-¿Estabas hablando del viaje a Florencia? Lamento que no puedas ir con las demás, Lucy, pero ya sabes como están las cosas. Steve necesita una chaqueta nueva, Lal calzado deportivo, el seguro del auto vence este mes, las cuotas de la hipoteca acaban de aumentar, nos llegó una enorme cuenta del teléfono... Es de nunca acabar, así que, lamentablemente, por ahora no hay dinero para viajes escolares.
-Lo sé. Por eso no insistí.
-Nuestra escuela está organizando una excursión para esquiar -comento Steve-. Me encantaria hecer eso uno de estos días, uno de estos años, una de estas vidas.
Papá no dijo nada; miró a mamá, puso los ojos en blanco y se encogió de hombros.
Mamá se sentó en la cabecera de la mesa y se puso a revisar la correspondencia.
-¿Ven? -dijo, mostrándonos la pila de sobres-. Nada más que facturas, facturas, facturas... -Colocó la pila frente a ella y la revisó hasta a un sobre que parecía una carta personal-. Ah ¿y esto, que es? -preguntó, luego abrió el sobre y empezó a leer-. Cielos -dijo, al cabo de un rato.
Papá se puso de pie y fue a mirar por encima de su hombro.
-¿Qué es, cariño?
Mamá miró a Lal, preocupada.
-Es la señora Finkelstein.
-¿Qué? -dijo Lal, cuando papá también se puso a leer y luego lo miró-.
Sea lo que sea yo no fui.
-Es del abogado de la senora Finkelstein -dijo papá.
Lal se puso palido.
-Pero... pero... hace muchísimo que le rompí la ventana. Fue el año pasado. Y le pedí dusculpas. Hasta se lo pagué con mis ahorros. ¿Se acuerdan?
Todo el mundo conocía a la señora Finkelstein. Vivía en una casa grande al final de nuestra calle, desde que yo tenía memoria. Era un sitio de aspecto deprimente y daba escalofríos; parecía sacado de una película de terror, con si jardín descuidado en el frente y cortinas raídas en las ventanas. Cortinas que jamás se abrían. Ella nunca tenía visitas. En todo el tiempo que yo llevaba en esa zona, nunca había visto entrar ni salir a nadie, salvo al gato. Cuando estábamos en la escuela primaria, Izzie y yo pensábamos que la cada estaba encantada y que la señora Finkelstein era una bruja. En lugr de tomar el atajo a la escuela por el callejón que pasaba por su casa, tomábamos el camino más largo para no pasar por allí por si ella salía, nos echaba un maleficio y nunca nadie volvía a vernos.
Yo solía tener pesadillas con ella. Era casi calva y siempre llevaba puesta una chaqueta negra desteñida y sus pantuflas, y empujaba un cochecito para bebés viejo y desvanecido. un día Izzie y yo decidimos armarnos de coraje y pasar más cerca para mirar que había en él. Estaba lleno de periódicos viejos. A veces se la veía recorrer la zona comercial, recogiendo periódicos desechados con su carrito. Cosa rara. Cuando crecí, me di cuenta de que era excéntrica pero inofensiva y ya no me asustaba tanto. Aun así, traba de apartarme de su camino si la veía venir del mismo lado de la acera por el que iba yo.
-Y ¿que quiere su abogado? -preguntó Steve.
-No lo dice -respondió mamá-. Solo dice que Lal debe ir a verlo el viernes, acompañado por uno de sus padres.
-¿Seguro que no hiciste nada, Lal? -preguntó papá-. No voy a enojarme si nos lo cuentas, pero necesitamos saber a que nos enfrentamos.
-En serio -insistió Lal-. No hice nada, de verdad. Sé que es una vieja loca, pero nunca la molesto. De hecho, la última vez que me encontré con ella fue en el centro. Algunos chicos estaban riéndose de ella e insultándola, y yo los ahuyenté. ¿Se acuerdan de que ella siempre llevaba periódicos en su carrito? Bueno, después de alejar a los chicos, le di unos periódicos viejos que había sobre un banco. Es raro, lo sé, pero fue la primera vez que la vi sonreír. Después de eso, no tuve nada más con ella. Lo juro.
-¿Nada? -insistió mamá-. Piensa. Piensalo bien. ¿Algo que hayas olvidado?
Lal se quedo callado unos minutos.
-No. La vi por ahí, pero ese fue el último intercambio que tuvimos, si se lo puede llamar así. Pero sí hablo con su gato. Siempre que paso por su casa, me detengo a hablar con él. Le gusta sentarse sobre el muro del frente y le agrada que le acaticie el mentón. Es muy dulce y ya está viejo, ciego de un ojo y tullido de una pata. Me da pena.
Papá tomó la carta de manos de mamá, la doblo y la puso detrás del reloj sobre la cómoda.
-Quizá le paso algo a su gato -dijo papá-. Y ella te vio hablando con él y, no sé, habrá pensado que tuviste algo que ver. ¿Quién sabe qué pasa por su cabeza? Mira, no te preocupes, Lal. Lo que sea que sea que ella que piense que hiciste o dejaste de hacer, ya lo veremos el viernes. Sé cómo puedenser estos ancianos a veces. Se les mete uno idea en la cabeza respecto de alguien y no hay nada que uno pueda hacer para disuadirlos. Tal vez algún otro muchacho estuvo molestándola. Como sea, ya lo aclararemos.
Trataba de tranquilizarlo, pero Lal se veía preocupado. Obviamente yo no era la única en el vecindario que le había tenido miedo a la señora Finkelstein. Al verlo tan nervioso, me pregunté si, como yo con mi pesadilla, el también estaría guardando algún secreto.
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Vacaciones de Película- Cathy Hopkins
Teen FictionUn viaje escolar a Florencia parece la escapada perfecta para Lucy. Quiere pasar un tiempo lejos de Tony, que está presionándola para "avanzar" en su relación. En Italia, conoce a un chico estadounidense que también está de visita, y que podría ser...