DOS

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Una hora más tarde llegue a la escena del crimen a pedido de mi viejo amigo Ricardo Hernández, el comisario general del partido de Morón. Pude divisar el ómnibus y un pequeño tumulto de usuarios de la ruta N°25 que habían tomado la molestia de parar a un lado del asfalto a presenciar el operativo policial, estacione mi auto al en el mismo lugar que los curiosos y me abrí paso entre ellos. Al intentar acceder al lugar de los hechos un oficial me detuvo en el cercado.

-Atrás, solo personal autorizado- exclamó el imponente patovica de azul.

-Déjeme pasar, soy detective.- respondí ofendido.

-¿Quién lo manda?- insistió el policía.

-Hernández, estoy acá a pedido de él, ahora muévase.

Al pasar la cinta vi los rostros pálidos de los pasajeros y el conductor de la línea 214 iluminados por las titilantes luces de los patrulleros. Subí al colectivo y me encontré un médico forense examinando el cuerpo, totalmente ensangrentado, recostado en la zona de discapacitados y a un hombre que se presentó como dirigente del caso.

-¿Qué tenemos?- pregunté.

-Una mujer de veintiocho años que pesa unos...- explicaba el forense.

-Ya se lo ocurrido, me refiero a el homicida ¿Saben hacia dónde huyó? ¿Quién era?-

-Era un albañil que estaba trabajando cerca de la comisaria, en un colegio- comento el policía a cargo. -Los testigos indican que corrió hacia aquél terreno baldío que se encuentra al lado de la ruta. Si está dispuesto hay un equipo de investigación que esta por ir a buscarlo.-

-Excelente, iré con ellos.- dije asentando con la cabeza.

Tres hombres y un perro fueron mis acompañantes para atravesar esos terrenos inhóspitos por los cuales se había escabullido nuestro prófugo. Luego de una fatigosa caminata, entre basura, escombros y un par de ratas que el perro atento a corretear, mis acompañantes decidieron abandonar la búsqueda y regresar, idea a la cual yo no me adherí, por lo que quede vagando en la penumbra buscando por mi propia cuenta a un homicida a sangre fría que escapaba de sus actos. La media luna de esa noche de Febrero fue mi única compañera por varios minutos.

No tarde mucho en encontrar a mi hombre, estaba en una zanja en el medio del terreno baldío. Lo llame y el no respondió, lloraba en silencio.

-Arriba hombre- le grité con mi revolver en la mano -levántate y camina hacia mí, para que pueda esposarte.-

El albañil no movió ni un pelo, por lo que me hizo ensuciar mis botas con una mezcla de barro y desechos que abundaban en esa zanja. Le di la última oportunidad para que mostrara una señal de resistencia a la que rechazo con un silencio. Extendió sus manos para que lo espose y camino sin quejas hasta el colectivo. No parecía orgulloso de sus actos, parecía que lo obligaron a llevarlos a cabo, no alguien, sino él mismo, un él que no podía manejar. Tenía un pantalón de jean, unas notas de trabajo y una camisa. Estaba embarrado hasta el cuello y olía intolerablemente mal. Sus ojos estaban llorosos y rojizos. Andaba a desganas pero no disminuía el ritmo que llevábamos. Luego de recorrer casi todo el camino de regreso, ya podíamos ver las luces azules que encontraban un hueco entre los arbustos y árboles al costado de la ruta.

El homicida habló.

-No fue mi culpa... ella me obligó.

-¿Cómo?- respondí confundido.

-No fue mi culpa, ella me obligó.- reiteró el maloliente trabajador.

-¿Qué quieres decir con que no fue tu culpa? En el colectivo al que estamos yendo ahora mismo hay una mujer, policía, que está nadando en su propia sangre.- recordé los hechos apretando mis puños para contener las ganas de soltar un puñetazo hacia su rostro.

El hombre mantuvo su mirada gacha y continuó caminando.

Al llegar a la ruta tres oficiales tomaron al sujeto y lo metieron de cabeza en el patrullero.


LíNEA 214Donde viven las historias. Descúbrelo ahora