CAPÍTULO I: EL COMIENZO DEL FINAL

69 7 14
                                    


La noche se acercaba, hacía mucho frío, los planetarios se habían portado mal durante las tres estaciones anteriores y los dioses los habían castigado con un duro invierno que no fue muy agradecido por parte de la vegetación.

El caballo de Kindición galopaba lo más rápido que podía con su amo montado en su lomo yendo velozmente entre los frondosos árboles del bosque Dréndom.

Al caer la noche se detuvieron enfrente de un árbol caído enorme y completamente hueco, aunque no lo estaba por dentro. El hombre se bajó del caballo y da unos golpecitos al tronco.

-Está bien, si no queréis salir...

Kindición estira sus brazos a punto de atacar cuando una mano misteriosa tira de una cuerda y el anciano queda atrapado en una red colgando de las ramas gruesas y duras de un árbol. El joven Arturo desenvaina su espada.

-¿Creíais que no os había escuchado a vuestro corcel cuando os acercabais a mi morada?-Preguntó Arturo-. Me he criado solo entre estos árboles. Conozco más de Dréndom que la propia Gea.

Kindición se ríe.

-¿De qué os reís?

-Os parecéis más a vuestro padre de lo que yo mismo creía, afortunadamente no os parecéis a vuestra madre.

-Yo no tengo ni padre ni madre.

-Os cuesta creerlo ahora mas, en un futuro muy cercano...-Kindición se queda callado y hay unos segundos de absoluto silencio.

-¿Qué?

-No importa.

-Sí que importa.

-Vos acabáis de decir que no tenéis progenitores así que da igual-dijo Kindición.

El mago chasquea los dedos y la cuerda que ata la red al árbol es cortada por arte de magia y Kindición queda flotando en el aire hasta que llega al suelo herbazal.

-Sois un mago-dijo Arturo-. No me interesan los magos. Podéis iros.

-No he venido para hablar con un ignorante-dijo Kindición-. Puede que vuestra vida sea maravillosa entre estos árboles, lo cual me puedo permitir dudar, mas allí fuera ha estallado una guerra. Los restantes que quedan con un poco de cordura estamos reclutando fuerzas de no sabemos ni de dónde sacarlas mas la esperanza y la fe es lo único que nos queda.

-¿Y por qué debería entrar yo en esa guerra? ¿Acaso ha hecho este mundo algo por mí? Me abandonaron al nacer, fui criado en una cabaña a la que tenía que llamar hogar puesto que era dueña de dos borrachos que me esclavizaban y la única compañía maternal que tenía era la de las prostitutas que, de vez en cuando, me consolaban quitándome algo de trabajo. Cuarenta y cuatro estaciones más tarde, el día de mi cumpleaños, fui a traer agua del pozo y, cuando volví, la cabaña había sido destruida y los cadáveres de los borrachos estaban esparcidos por el suelo. Llevo ocho años viviendo en este tronco de árbol y aunque no esté hecho ni de paja ni de ladrillos me permite sentirme orgulloso de poder llamarlo hogar. El mundo no es mi hogar, es este bosque y, en especial, su fauna que tanto nos hemos ayudado entre nosotros para sobrevivir a las largas noches de invierno.

-Pasmoso, realmente pasmoso. El mundo os ha tratado mal, joven Arturo, y os pido perdón en su lugar.

-Si algo he aprendido en la vida es que nunca hay que hacer las cosas gratis, mi buen señor. Yo puedo aceptar el perdón del mundo mas a cambio de algo. La palabrería no llena el estómago ni calienta en invierno.

Luces oscuras IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora