Eclipse de noche buena.

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Nick.

-Nick- la voz de Ali me extrajo de mi ilusión, al mismo tiempo que me golpeó con la punta de su bota en mi rodilla. A mi lado, chiteó-. Deja de mover tu pie si no quieres que te corte la rodilla o haga que nos cambiemos de lugar a una mesa normal, donde todos podrán ver que tienes la mitad de tu pierna lampiña.

Parpadeé rápidamente, volviendo a la realidad, y toqué mi pierna lampiña, instintivamente.

-No tendría que preocuparme sobre eso si no fuera por tu culpa- le gruñí de vuelta, subiendo de nuevo las manos sobre la mesa y cruzándolas.

Todo había sido un accidente, o por lo menos eso me había dicho Anneliese después de poner la tira de depilar sobre mi pierna cuando el dije que había visto el escenario que ella y Eric, mi mejor amigo, nuestro vecino y el novio de mi melliza, habian montado en el porche de nuestra casa, y que yo los había grabado, lo cual era mentira.

-Sabes que mis amenazas no son simples amenazas- dijo ella, volviéndose hacia mí.

Yo me quedé con brazos cruzados, viendo el salero fijamente.

-Y tú sabes que no me interesa ver pornografía en vivo.

-¿Estás diciendo que te excita vernos a mí y a Eric juntos, acaso?

Hice una mueca de disgusto.

-Dios, no. Es repugnante, si te soy sincero- negué con la cabeza- Por cierto, ¿Ya llegó el eclipse?

Así era como llamábamos al novio de mamá, Raymundo, por recónditas razones que todo el mundo podía ver.

-No- contestó ella, moviendo de un lado a otro el salero. Puse mi mano sobre la suya, parando su movimiento de nerviosismo. Sabía que si no paraba de hacer eso, con la gran suerte que mi querida hermana tenia, terminaría tirando la sal-. Se supone que iban a estar aquí hace quince minutos.

-Iban a ir por sus... hijos. Es normal que se tarden un poco- dije.

Cansado ante la situación, comencé a mirar hacia lo lejos, examinando el lugar, sin ninguna finalidad: los adornos de navidad ya estaban puestos; los colores mexicanos y navideños fulgurantes cayendo como los copos de nieve que nunca caerían en el pequeño pueblo donde vivía, en Goer. Un pequeño pino estaba situado al lado derecho de la puerta, con pocos adornos sobre el, y al lado izquierdo, había un muñeco de Santa Claus tamaño escala, que sostenía en sus manos ficticias fantoches, que los pocos niños de las escazas familias que pasaban noche buena en un restaurante, tomaban. Había festones de color esmeralda, blanco y carmesí corriendo de un lado al otro del restaurante, colgados del techo, y también algunas esferas bordadas con dibujos que estaban colgados con hilos que, aunque eran transparentes, se podía llegar a identificar. Las sillas de las mesas, que no eran dos sofás, uno enfrente del otro con una mesa de intermedio, tenían listones con una gran anchura atadas a su alrededor, y todas las mesas tenían manteles blancos sobre ellas, con bordados navideños. El olor a pavo proveniente de la cocina dulcificaba la estación, y despabilaba mi famélico estado.

Hacia muchas navidades que no nos sentábamos en una mesa, con ese tipo de olor viajando por el ambiente, y esperando que éste viniera a nuestra mesa. La mayoría de las navidades éramos solamente Ali y yo, sentados en el sofá de la casa, con la comida rápido enfrente de nuestros ojos, y viendo las malas películas que pasaban en navidad.

No era como si me pudiera quejar. No me gustaba la auto lamentación, y además, siempre me ponía el pensamiento que había personas que pasaban por peores cosas que yo, sin padres en navidad, y sin fuegos artificiales en año nuevo. La vida, desde mi perspectiva, era conformarse con lo que estaba a manos, era tangible y se podía sentir. No pensar en ilusiones, no soñar en cosas que sabía que no podía suceder. Era un lugar donde sabía que podía pasar, y lo que sabía que no podía pasar, lo echaba a un lado, logrando que dejara de existir.

2.Tropelías de la vida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora