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Geeeente, como llegué a los 200 seguidores, 400 lecturas en ésta historia, 40 votos en el primer capítulo, casi 120 votos, casi 6,500 votos en todas mis historias,  casi 15,500 leídas en la primera parte, y más de 30,000 en Agente TF0, he decidido llegarles con esta sopresa que tengo lista desde hace tiempo, pero que he estado esperado para publicar.

Como muchos han de saber, tengo otra historia en la que estoy trabajando- AGENTE TF0-, y ya la quiero terminar para enfocarme por completo. Solo me quedan seis capítulos más de escribir, y me enfoco por completo en ésta. Comienzo a publicar, por lo menos, un capítulo por semana dentro de diez días, el 04 de agosto. 

¡Perdón por tardar tanto!

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 Tara.

La vida en casa de mi abuela era una historia bélica, de esas que tanto disfrutaba leer, pero detestaba vivir: mi tío, Mario, estaba en decaimiento desde hace cinco meses, cuando su novia de casi un año la había dejado y marchado con su perro, que originariamente era mi tío desde que el tenía treinta años, ocho años atrás. Como su negocio como novelista era ambulante, y su paga total no era muy alta, se había mudado con mi abuela.

   Seguía siendo un enigma si su depresión y el llanto que se escuchaba todas las noches, era causado por su ruptura con su novia, o por su perro.

   El otro integrante de la casa era la hermana menor de mi papá, Alicia, quien era desempleada desde algunos meses atrás, pero que siempre  había vivido con mi abuela.  Para ganarse la vida, era costurera. Pero no una costurera normal, que entraba en la mitad de la noche y me tomaba medidas, sino una costurera que cosía ropa para muñecas tamaño escala. No tenía nada en contra de su trabajo, pero si tenía algo en contra con que entrara a mi cuarto en la mitad de la mañana, y me dijera que la acompañara a vender la ropa casa por casa. Obviamente, nadie le compraba ropa a una mujer que parecía esquizofrénica, con cabello tan encrespado que era imposible pasar un cepillo por él.

   Y el último integrante: mi abuela. La mujer que había dejado su casa de la ciudad después de la pronta muerte de su esposo por su delicadeza de salud, y había vendido todas sus pertenencias para comprar una casa en un pequeño pueblo, ubicado en la cima de una montaña; la mujer que impregnaba toda la casa con un olor a incienso, y lo único que hacía a diario era mantener todo el inmobiliario pulcro.  También, la que no nos dejaba tener ningún tipo de conexión con el mundo exterior: nada de internet, teléfonos, celulares, o computadora. La única manera en la que podía comunicarme con mis padres, era mediante a cartas, lo cual me transportaba a el siglo pasado, que creo que es lo que mi abuela deseaba.

   Mi vida se conformaba de libros, diarios, antiguos recuerdos, algunas recetas de cocina, y tareas. Eso era todo. Nada de fiestas o salidas con amigos, más que con algunos compañeros gracias a trabajos. La escuela era tan pequeña, que la escasez de estudiantes era tan palpable como para cerrar por completo los círculos sociales.  

  Así fue como transcurrieron seis meses.

   Y estaba yo, el último espécimen viviente debajo de ese techo de madera, y el más normal, debo de agregar. Algunas veces, me preguntaba que pasaría si alguien que me conociera en mi antigua vida me reconocería: sonreía menos, mi vocabulario era más extenso y vasto que antes, gracias a todas las novelas clásicas, mi cabello más corto, y mi cuerpo era una gran desproporción consistente a la masa corporal.

  Los días eran un mapa que se había dibujado el primer día que llegué ahí: el objetivo diario no tenía desvíos. Levantarme, arreglarme, ir a la escuela, convivir con los únicos quince alumnos de mi grado, ir a casa de mi abuela a pie, aplacar los recuerdos de Taer en mi mente, pelear a diario con Alicia, aliarme con Mario, y cuando me iba a dormir, aceptar el hecho que mi familia no había pensado en mi durante todo ese  día.

2.Tropelías de la vida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora