Capítulo V

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Mrs. Newell no cabía en sí de gozo. Las perspectivas de tener casada a su hija mayor, le habían conferido una energía insólita. Prácticamente no hacía acto de presencia en Linbourg, más que para dormir, desayunar y en ocasiones cenar. En su mayoría, transcurría su tiempo libre, que debido al número considerable de empleados en la morada, resultaba ser todo el tiempo del que disponía, entre los hogares vecinos y Greever Manor, donde disponía, acompañada de Collette y Thomas, el más ínfimo detalle de lo referente a la boda. Resultaba curioso, como la pareja apenas parecía tener algo que decir en cuanto a los preparativos de su propia boda. Ambos compartían ese tipo de amor, cuya profundidad les permitía subsistir al margen de lo que pudiera suceder en la realidad. Siempre y cuando pudieran amarse el uno al otro, no había manera posible de perturbar su felicidad ni lo más mínimo.

Mr. Newell, por su parte, en las escasas visitas que hacía a la mansión, se limitaba a insistir una y otra vez, en que habría de ser él quien corriera con los gastos de la boda, algo que, en vista de los derroteros que parecían tomar las confabulaciones de su esposa, que incluían una orquesta venida de Italia así como decoraciones compuestas por flores que únicamente crecían en Oriente, estaba muy lejos de suceder si pretendía seguir viviendo en la moderada opulencia a la que estaba acostumbrado. Por supuesto, Mr. Arkwright era de la misma opinión, pues iniciaba una afable discusión con su compañero tan pronto como salía a relucir el tema. El uno y el otro, hacían gala de esa terquedad masculina por la que cada uno, debía ser necesariamente quien pusiera el monedero en cualquier pequeño gasto, como si su orgullo y honor estuvieran en juego.

Al igual que su madre Arianne no pasaba mucho por la vivienda, algo que Liz censuraba intensamente. Mientras que el resto de la familia había quedado cegada por la impactante, pero por otro lado largamente esperada, y habían dejado de lado cualquier otro tema que no tuviera que ver con vestidos, vajillas y alimentos, Liz mantenía ojo avizor pues, es en la calma cuando arriba la tempestad. Esta en particular, tomaba la forma de un oficial de castaños cabellos, que no cesaba de acosar a su querida hermana. Esta, por el contrario, no se molestaba en disimular la dicha que sentía por congraciarse con semejante caballero. Desde una temprana edad, Arianne había aprendido que con toda certeza, habría de conseguir aquello que más anhelaba su corazón, algo por otra parte bastante inevitable, teniendo en cuenta que había sido criada según la lógica de los cuentos de hadas. Con toda la buena intención que puede tener una madre, Mrs. Newell había educado a su niña predilecta, como una insufriblemente consciente y ufana de sus virtudes y tremendamente descuidada con sus defectos. No obstante el amor que sentía por ella, Liz no podía evitar pensar, que la joven no era más que una repetición de su progenitora y se sentía afligida por ello.

La mayoría de las veces, era la propia Liz la que voluntariamente se ofrecía a permanecer en Linbourg para que los demás pudieran hacer vida social, sin tener que angustiarse por su ineptitud a la hora de confraternizar con cualquiera. Sin embargo, Liz sospechaba que su falta de presencia en Greever Manor, entristecía levemente a su madre, pues dicha situación frustraba las expectativas de Mrs. Newell de que Liz contrajera matrimonio con Henderson, algo del todo utópico, a ojos de la propia Liz. La muchacha disfrutaba inmensamente de sus momentos de soledad en Linbourg. La ausencia de la familia le permitía hacer cuanto quisiera. Disfrutaba en particular, de las prácticas que habrían enfurecido a Mrs. Newell, como pasarse el día en camisón e incluso salir fuera con ataviada con el mismo. Para la señora de la casa, la imagen había de preceder a la comodidad. Aunque Liz respetaba y desaprobaba simultáneamente a su querida madre, algo dentro de ella la instaba a aprovechar su soledad: cuando el gato no está, los ratones bailan.

Aparte de infringir normas no escritas, Liz se alegraba de poder estrechar lazos con Jeanine. Previamente al anuncio del enlace, y desde una edad reprochablemente temprana, Mrs. Newell trataba de infiltrarse con sus hijas en cualquier evento social, pues nunca desaprovechaba la oportunidad de tantear los jóvenes solteros de los alrededores. Sí bien en el caso de Liz, bastaba con que se encontraran solteros y su estado de decrepitud se desdeñaba, como podía contemplarse en el caso del duque de Winchester. Como consecuencia, apenas pasaban tiempo en Linbourg, y cuando en efecto permanecían en casa, se encontraba demasiado fatigadas como para prestar atención a una enferma que exigía tantos cuidados y atención. Por desgracia, la existencia de Jeanine era sumamente ignorada y su contacto con el exterior se resumía en la información que compartían sus hermanas sobre el día a día. Tras el último incidente, Liz se había resuelto a poner fin a esa desdeñable actitud. La salud de Jeanine había notado el cambio. Se la veía más risueña y su tez había tomado un tono más saludable.

Mr. HendersonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora