Capítulo I

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Liz era una buena chica. Era una verdad popularmente aceptada en Parxton. Pese a ello, no era del tipo de muchacha con la que un padre casaría a su hijo. Era antisocial e inapropiada. No era ello consecuencia de su laxa educación. Siguiendo el convenio social, había sido educada junto a sus hermanas por una institutriz. Poseía amplios conocimientos de literatura e idiomas, amén de bordar con destreza y tocar el piano y el violín con una habilidad en absoluto despreciable. Sin embargo, no había actividad que la abstrajera y disfrutara como la lectura. Habría que compadecerse, por lo tanto, del pobre desgraciado que osara interrumpirla mientras la practicaba. Puede que fuera esa actitud solitaria e individualista lo que le había llevado a aborrecer la compañía de gran cantidad de individuos. Liz era capaz de discernir al instante la intención de un caballero cuando conversaban. Sabía si buscaban una simple amistad o si por el contrario trataban de cortejarla sutilmente. Era capaz de distinguir incluso su grado de interés en ella. Esta anómala capacidad había conllevado más de un quebradero de cabeza para la familia Newell.

De las cuatro muchachas Newell, tres hijas ya habían sido presentadas en sociedad, pero Liz fue la única que dio problemas cuando se negó a bailar con el duque de Winchester. El caballero se lo tomó como una terrible ofensa a su persona y abandonó la estancia, seguido de la mitad de los invitados. El resto de la velada la habían pasado en silencio. Liz aún no era capaz de entender en que había errado. El duque estaba, más cerca de ser abuelo que prometido. El pobre hombre había perdido a su tercera esposa y Liz se mostró ciertamente reacia a convertirse en la cuarta difunta Mrs. Winchester. Mary Newell, su señora. madre la había mantenido encerrada bajo llave una semana como castigo. Pero Preston, su padre había sido muy comprensivo. Esos eran generalmente los roles que el matrimonio solía adoptar.

De las hermanas, Collette era la mayor. Con veinte años aún no había sido capaz de encontrar un marido. Sin embargo, errarían si dedujeran que la razón era su aspecto. Collette era sin lugar a dudas la chica más hermosa de todo el condado. El pelo rubio caía sobre su impoluto rostro formando suaves ondas. Los preciosos ojos azules, reflejaban la personalidad tímida de la muchacha. Sus modales eran también impecables. Era el objeto de admiración de la mitad de los hombres que cruzaban el condado. Su único problema es que no desistía en su intento de contraer matrimonio por amor, y no por dinero.

En cuanto a las menores, Arianne contaba ya dieciséis años. Era una muchacha muy apasionada. Sin lugar a dudas aquel era el adjetivo perfecto para describirla. Su cabeza vagaba sin rumbo por el mundo. Pasaba los días soñando en su esposo ideal, un oficial de hombros anchos y brazos musculosos. Su deseo por comprometerse, que rayaba en la desesperación la impulsaba a dedicar una cantidad de horas diarias significativas a arreglarse. Acostumbraba a recoger su cabello moreno en un recatado moño, convencida de que ello atraería la admiración de unos ojos color avellana.

La menor de todas, se llamaba Jeanine y a sus quince años, era una muchacha enfermiza que apenas era capaz de aguantar un día entero fuera de la cama. En consecuencia, había sido imposible presentarla. Debido a su enfermedad, su tez había adquirido cierto tono macilento, que quedaba aún más resaltado por su seco cabello rubio. Tras tantas horas encerrada en una misma habitación, su mirada se había vuelto profundamente triste. Y había hecho que su madre desistiera en su intento de encontrarle marido.

Y a pesar de todo, Liz seguía pareciendo la que menos le gustaba a su madre. No solo por el incidente con el duque, sino por su actitud que su madre identificaba como un constante intento de sacarla de quicio.

Aquel día empezó con gritos y acabó con gritos.

-¡Padre! ¡Madre! - gritó Arianne.

- ¿Qué ocurre pequeña? - preguntó Mr. Newell.

Mr. HendersonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora