Una condena eterna

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Me llamo Jorge. Tengo diecinueve años por siempre jamás. ¿Quieres saber por qué? Sigue escuchando.

Hace algo menos de un año, el día de mi cumpleaños, me levanté como cualquier otro sábado y decidí irme a entrenar. Dos horas más tarde, cuando salí del gimnasio en dirección a mi casa, una mujer con la ropa agujereada y un vaso vacío de café en la mano vino hacia mí y me pidió limosna. Tras darle unas cuantas monedas la mendiga me dijo: "Por tu buen acto, permíteme que te conceda un deseo. Pide lo que sea pero, te aviso, ten cuidado con las consecuencias." Esto me pareció bastante extraño pero tenía ganas de irme a casa y la mendiga no me dejaría marcharme hasta que hubiera pedido algo, así que, ya puestos a pedir, le pedí que mis sueños se hicieran realidad. La mendiga me miró decepcionada y sacudió la cabeza lentamente. Tan solo dijo dos palabras más antes de darse la vuelta y desaparecer en un callejón: "Mala elección."

Al llegar a mi casa, me di una ducha y me arreglé para ir a una fiesta con mi familia y amigos. Veinte minutos después ya estaba en la puerta de la casa de mi hermana mayor, donde se iba a celebrar la fiesta. Cuando acabó, decidí quedarme a dormir allí debido a que se había puesto a llover intensamente y ya eran las tres de la madrugada.

Era de noche. Mi mejor amigo, llamado Javier, estaba en un callejón bastante oscuro. Intenté llamarle; nada. Me puse delante de él para que me viera; nada. Era como si yo no estuviera allí. De pronto llegó una especie de "sombra" que se acercó a mi amigo y se acomodó alrededor de Javi hasta desaparecer en el interior de este. Era un espectáculo escalofriante. Yo seguía en el intento de que me viera pero era en vano. Yo allí no era más que un mero espectador, como lo sería siempre a partir de ese momento. Javier se metió en el interior de uno de los edificios a nuestro lado y yo le seguí. Subió las escaleras hacia el ático del edificio y fue caminando lentamente hacia el borde. Entonces lo entendí.

"¡No! ¡Javier no lo hagas!" grité. Seguí gritando más y más, pero, como no, él no podía oírme. Intenté agarrarle pero mis manos atravesaban todo cuanto tocaban. Presencié impotente como mi mejor amigo desde que tengo uso de razón se dejaba caer desde el ático de un edificio de diez plantas y, segundos después, oí el golpe sordo de su cuerpo al chocar contra el suelo del asfalto. No quise mirar.

Entonces desperté. Estaba empapado en sudor y mi corazón iba a mil. Me dije a mi mismo que solo había sido un sueño, que no había nada de qué preocuparse.

_Quiero... que mis sueños se hagan realidad.

_Mala elección.

Antes de que me diera tiempo a pensar en el motivo de haber recordado eso justo ahora mi hermana entró en la habitación en la que estaba.

_Hermanito, esto no te va a gustar. Ven. Mira lo que están diciendo en la tele.

Yo, nervioso, seguí a mi hermana hasta el salón y lo que vi me dejó paralizado.

Eran el mismo callejón, el mismo edificio, el mismo ático y, lo más importante, era el mismo cuerpo que anoche no tuve el valor de mirar el que estaba desplomado en el asfalto rodeado de un charco de sangre rojo oscuro.

...Este joven, Javier Alonso González García, fue encontrado anoche hacia las seis y media de la noche por un vecino del barrio que dijo haber oído un gran golpe y fue a ver que pasaba. El informe de la autopsia aún no está confirmado, pero todo apunta a un suicidio que...

No pude oír más. Me empezaron a pitar los oídos y solo podía oír la voz de la mendiga una y otra vez en mi cabeza, esas dos palabras con las que ahora estaba de acuerdo: "Mala elección" "Mala elección" "Mala elección".

Ese día estuve en mi casa intentando distraerme de cualquier manera: haciendo trabajo atrasado, limpiando, recogiendo, reordenando, etc. Cuando por fin llegó la noche me acosté pensando que por fin se acababa el día; que dormir sería mi salvación. Lo que no sabía es que eso no sería nunca más.

"¡Hola! Jorge, ¿hay alguien ahí?"

"¿Eh? Ah, si, claro, perdón" respondí. Quien me llamaba era Clara, una compañera de la universidad. Se sienta al lado mío. Estábamos en clase de filosofía, y teníamos que hacer un trabajo con la persona que se sienta a nuestro lado. Me agaché a recoger un lápiz que se me había caído y de pronto toda la clase se calló de golpe. Había dos hombres colocando una especie de máquinas en las esquinas derechas de la clase... ¡¿Qué era eso?! Acto seguido los hombres ataron el extremo de un hilo a cada máquina y empujaron las máquinas hacia el lado contrario de la clase. Yo seguía agachado pero alcancé a ver cómo cada una de las cabezas de mis compañeros eran cortadas por aquel fino hilo y caían al suelo una detrás de otra. No pude aguantar más tiempo el grito que estaba conteniendo mi garganta.

Y volví a despertar. Otra vez sudando, otra vez aterrorizado, pero esta vez pensando en si este sueño también se cumpliría. "No. Es imposible que se cumpla. Hoy no tenemos filosofía y, además, ¿cómo va a pasar algo así? Probablemente lo de ayer fue tan solo una casualidad. Macabra, pero casualidad." Me dije a mí mismo. Me vestí, desayuné, y me fui a la universidad.

A primera hora teníamos matemáticas pero el profesor no había venido y la profesora de filosofía aprovechó para dar su clase puesto que, al día siguiente, cuando sí que teníamos filosofía, ella no iba a poder venir. Me empecé a poner nervioso, pero aún así no podían venir dos hombres y hacer aquello del sueño... ¿no?

Estando yo en esos pensamientos, Clara me tiró un lápiz al suelo para que la prestara atención.

_ ¡Hola! Jorge, ¿hay alguien ahí?

En el momento en que me agaché a recoger el lápiz, entraron dos hombres y empezaron a montar las máquinas. No podía moverme, estaba completamente paralizado por el miedo. "No, no, no, no. No puede ser. Pero, ¡¿Cuántas posibilidades había?!" Pensé. Entonces empezaron a rodar cabezas. Cuando cayeron los compañeros a mi alrededor me tiré al suelo e intenté hacerme el muerto para salvar mi vida.

Y así siguió durante varios meses. Cada día tenía una hipótesis diferente: al principio pensé que tenía sueños premonitorios pero luego recordé que yo le pedí a la mendiga que mis sueños se hicieran realidad. Intenté combatirlo, cambiar el destino de alguna manera, pero no hubo manera. Siempre pasaba como yo soñaba. No siempre eran pesadillas; un día, hasta me tocó la lotería, pero casi siempre eran cosas malas. Y sobre todo muerte, mucha muerte.

Visité a curas, ocultistas, santeros e incluso diversas sectas intentando librarme de esta maldición y, mientras tanto, mis seres queridos morían a mi alrededor.

Finalmente decidí librarme de ello de la única manera posible. Me suicidé. Pero lo hice bien. Dejé cartas a mis seres queridos; les dije todo lo que les tenía que decir, arreglé asuntos pendientes y, finalmente, cogí un cuchillo y me corté las muñecas desde el inicio de la mano hasta casi alcanzar el codo.

Sin, embargo, ahí no acaba la historia. Me desperté en el mismo lugar donde morí, solo que claramente no con cuerpo. Atravesaba todos los objetos y paredes, y nadie me veía. Mi familia lloraba por mí; decían que me había vuelto loco y que no pudieron salvarme. Eso no hizo más que sumirme en un mundo de tristeza y soledad. Seguía teniendo sueños que se hacían realidad, un día era un atentado terrorista y al otro un novio nuevo de mi hermana, otro día era un oso que se escapaba del zoo y al siguiente era otro miembro de mi familia muerto.

Y así sigo hasta hoy. Un alma en pena condenada a vagar eternamente con una maldición como única compañía.


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