Nuestro tutor del curso de 2014-2015 del instituto se llamaba Víctor. En verano, nosotros, estábamos en Skype, y le añadimos. Él estaba en su salón de casa, de pie, en frente de la cámara de Skype. Su cara estaba muy cerca.
- ¡Bueno, bueno... alumnos! -Dijo.
Se fue alejando de la cámara, hasta dejar ver casi todo su cuerpo. Levantó sus brazos y dijo: ¡A mí! Cosa que a menudo hacía, pero no con movimientos tan bruscos como hizo esa noche. Empezó a decirlo muy rápido: A mí, a mí, a mí, a mí (con voz muy grave). Mientras hacía eso, daba vueltas alrededor de... ¡¿Una cabeza?! ¿En serio? Esa cabeza decapitada me resultaba muy familiar. Era de uno de nuestros compañeros, y su alumno. Eso no podía estar pasando. Estaba todavía con los brazos en alto y repitiendo una y otra vez: A mí . De repente, se detuvo. Comenzó como a aletear sus brazos como si fuera un pájaro que está aprendiendo a volar. Continuaba diciendo a mí, pero esta vez más rapido, y volvió a dar vueltas alrededor de la cabeza, esta vez corriendo. A continuación, cesó y se sentó sobre la cabeza de nuestro querido compañero, Eduardo, como si estuviera incuvando un huevo. Después de 3 minutos, se levantó y volvió a la normalidad. Se sobresaltó al ver la cabeza decapitada de su joven alumno en el suelo. Lágrimas saltaron de sus ojos. Notaba un peso en la parte trasera de su pantalón, pasó su mano por allí y la observó. Era sangre... La sangre de la cabeza de Eduardo. En la que se había sentado.
Alguien finalizó la llamada.