23. Presentimiento.

161 11 20
                                    


Mi collar se vendió bastante rápido. Debo de admitir que me dolió dejarlo ir pero era la única manera de poder sobrevivir unas semanas más.

Alex había salido a diario buscando algo, lo que sea para mantenernos a flote. Cada que llegaba, realmente tarde, y al abrir la puerta lo miraba, parado ahí con una cara que lo decía todo, me sentía fatal. En poco tiempo tendríamos que recurrir nuevamente a la ayuda de mis suegros, pues la comida era escasa. Cierto día, Miranda y Hannah habian ido con sus abuelos, ya que Vivian me había pedido que los dejara llevarlas al museo, supongo que ellos lo hicieron para dejarnos un rato solos. Alex se encontraba en el comedor con un vaso de agua junto a él, hablando por teléfono con algún reclutador y sosteniendo un marcador rojo en la mano derecha, con la cual, tachó un anuncio más en el que ofrecían trabajo.

-Está bien, muchas gracias. - el 'bip' que indicaba que había colgado la llamada fue precedido por un suspiro cansado. Termine de lavar los platos, me sequé las manos y me acerqué a él por detrás. Deslicé mis manos por su cabello hasta sus mejillas e incline hacia atrás su cabeza, me agaché y besé sus labios.

-¿Nada?

-No. El puesto ya ha sido tomado por otro. - Tomó mis manos juntándolas a la altura de su cuello, creando un abrazo. -Esto es tan difícil, no puedo creer que nadie esté solicitando gente y que todos los empleos que quedan sean tan demandantes y mal pagados. No voy a arriesgar a mi familia por un dólar por hora.

- ¿Ya llamaste a Phil? Él te había dicho algo sobre un trabajo en la pizzería...

- Si, pero no me concretó nada. Dijo que llamaría, pero no veo cuando lo hará... -guardó silencio unos segundos y luego agregó- Además no me convence, es poco dinero.

-Lo sé amor, pero no podemos negarnos ya. Cada día, el parto está más cerca y, tú sabes. No quiero presionarte de ningún modo, pero... -me interrumpió.

-Tranquila, Bree. Lo sé, si Phil me llama y dice que sí, yo aceptaré de inmediato. - volteo la cabeza y me miró a los ojos, finalmente, sonrió. Esa cálida sonrisa que solo veía por las noches. Mi marido se había pasado los días partiéndose la cabeza y espalda para conseguir una solución a nuestra crisis. Había conseguido trabajos pequeños con Ralph, como plomería y arreglos, sin embargo, no era suficiente para mantener a una familia-de-casi-cinco. Por las noches, llegaba tan cansado de entrevistas, caminar, transporte público y pensar que solo se metía a la cama, donde yo lo abrazaba y hablábamos. Yo trataba por todos los medios de entretenerlo, de mantenerlo fuera de nuestra realidad aunque fuera solo unas horas. Platicábamos sobre el pasado, de nuestras vidas desde que empezamos nuestra relación (lo cual me había servido para cultivarme más), hablábamos de las niñas, de donde las imaginábamos en un futuro, de lo que queríamos para ellas, de que siempre tuvieran más, mucho más de lo que tuvimos y tenemos, no solo en cuestiones económicas, sino, simplemente en su vida, amor, ese hogar suyo al que siempre pudieran regresar.

El timbre de la casa interrumpió nuestras miradas.

-¿Esperas a alguien? - preguntó Alex extrañado.

-¿En serio? ¿A quién podría esperar? - dejé que se levantara y fuera a atender.

-No lo sé, tal vez a alguien que... -Vaya sorpresa nos llevamos al abrir. ¿Era en serio? ¿Qué quería ella aquí? Anne Prescott estaba parada frente a mi puerta. Como siempre, deliciosamente vestida en un traje Chanel y con los lentes Gucci cubriendo su mirada azul. Ni si quiera su buen gusto para las prendas podía cubrir a la mismísima alma de Satán que vivía dentro de ese cuerpo 60-90-60. Nunca he sido una chica insegura (demonios, yo era una diosa del olimpo bajada a esta tierra de mortales para su disfrute ocular... Bien, dejen mi narcisismo de lado y sigamos) pero sin duda, en estas épocas donde seguía siendo una vaca sudada, me sentía terriblemente intimidada frente a esa zorra.

Tu número ocho.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora