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200 11 12
                                    

La suerte ha sido mi enemiga desde que nací, de pequeña siempre me caía y llevaba moratones donde más se veían, pero sobre todo, en la frente y en verano, en las rodillas. Aunque, ¿qué es la suerte en sí? ¿Buena fortuna? ¿Felicidad? La suerte es algo abstracto, extraño, que nunca llegamos a alcanzar con total facilidad, puede que la suerte esté reñida con ciertas personas y sea amiga de muchas otras. La suerte no me quería a mí en su círculo de amigos, aunque pienso que es mejor vivir sin suerte porque de esta forma, sabes que lo que consigues, que lo que llegas a alcanzar ha sido gracias a tu propio esfuerzo, y suele producir cierta paz y tranquilad,y a veces, incluso confianza en nuestra persona.

Desde siempre había sido la típica chica rechoncha a la que todos le decían que hermosa estás pensando que a mí me gustaba o algo por el estilo, la verdad es que lo detestaba, pero a la única conclusión a la que llego es que mi cara no era muy expresiva y por eso me lo decían siempre, de pequeña hasta me parecía bien pero cuando crecí, no me gustaba en absoluto. Mi madre y mi padre llevaban desde los 15 años siendo novios pero nunca se casaron, siempre tuve la esperanza de que terminaran haciéndolo, ellos siempre me decían que querían que yo llevara los anillos y se estaban esperando a que fuera mayor. Vivíamos todos con mi abuelo, en una casa al lado del hospital porque mi abuelo era médico y si había alguna emergencia tenía que estar cerca. Como os imaginareis teníamos dinero, pero no nos limpiábamos el culo con el porque tampoco nos sobraba. Mi madre era periodista, la verdad nunca llegue a comprender porque pasaba todo el día fuera de casa, siempre pensé que su trabajo lo podía realizar en casa pero nunca se lo dije, y mi padre era pintor.

Las navidades siempre eran algo muy especial en mi casa, la ilusión reinaba siempre y estaba decorado hasta el último rincón, aunque mi abuela no estaba, yo la sentía cerca, nunca llegue a conocerla pero con las historias que me contaban sobre ella me sobraba para entender que fue era una gran mujer con un corazón de oro.

Cuando yo iba a cumplir 6 años, mis padres decidieron que ya podían casarse y empezaron a organizarlo todo, mientras yo estaba en el colegio, ellos preparaban algo nuevo y siempre me lo enseñaban para que les dijera si me gustaba. A mi edad me gustaba todo y siempre sonreía, ahora recuerdo con alegría y añoranza esos días.

Cierto día, digo cierto día porque aunque sepa la fecha no me apetece en absoluto recordarla, era pequeña, pero los pequeños pueden llegar a ser más listos que algunos adultos; ese día fue en el cual mis padres decidieron irse de viaje para organizar algo especial para la navidad. El día transcurrió con total normalidad, hasta que, por la noche, mi abuelo empezó a preocuparse y a llamar a mis padres desesperado perdido. Yo no estaba preocupada ni lo más mínimo por lo que me puse a ver una película de dibujos animados en la televisión, ver películas me relajaba, me tranquilizaba aunque no me duraba mucho. Y cuando menos me lo esperaba mi tranquilidad se vio interrumpida por una información de última hora, desearía no haberla visto nunca. Dicha información relataba que hacía unos minutos se había presenciado un accidente de tráfico y que los heridos estaban en un estado grave. Un par de heridos eran mis padres, en las imágenes se podía observa como las enfermeras se ayudaban unas a otras para subirles en las camillas y sus ropas estaban rodeadas de sangre. Pensareis que es la típica historia de unos padres muertos en un accidente, pero es que estamos expuestos día a día a ello, y ojala nadie nunca tuviera ese concepto en la cabeza, ojala ningunos padres murieran en accidentes dejando a sus hijos huérfanos, ojala ningunos padres murieran porque es algo imposible de superar y aunque parezca que se ha conseguido, el dolor siempre va a estar para atormentarnos cada día. Ojalá fuéramos inmortales, ojalá supiéramos cuando vamos a perder a alguien porque intentaríamos tanto que no sucediera, que nos dejaríamos la vida. Ojalá algún día la gente muriera porque le llegó la hora y no por ninguna enfermedad o cualquier cosa por el estilo, ojalá ese día no fuera un simple deseo de la humanidad. Cuando reaccioné ante aquellas imágenes empecé a gritar, a llorar, el dolor se empezaba a apoderar de mí y mi abuelo fue lo suficientemente rápido como para presenciar la catástrofe que se acababa de hallar en la estúpida caja tonta y que nos iba a cambiar la vida.

Ya no volví a ver la televisión jamás. Además, detesto con todas mis fuerzas la Navidad.





Levántate y se fuerte.Nada es para siempre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora