•En busca del perdón de Shiho Miyano

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(Narra Brandy)

"Buff, en serio, qué puñetero aburrimiento—suspiré—. Ojalá terminase ya la tortura de clase de historia...", pensé hace una media hora. Ahora me encuentro con mi cabeza acurrucada entre mis brazos entrecruzados durmiendo tranquilamente sin que se de cuenta la profesora ya que me cubre el de delante completamente. No se oyen mis suaves suspiros debido al murmullo de algunos compañeros y a los constantes altos tonos de voz de la maestra para mandarles callar o para hacerse oír. A pesar del alto nivel de volumen concentrado en clase, soy capaz de dormir como un tronco. Justo estaba tan a gusto que un ruido me hizo que me sobresaltase.

¡TRRRR, TRRRR, TRRRR!

Me levanté de golpe de la sorpresa de la alarma que indicaba que se habían terminado las clases. Fue tanto el sobresalto que me dio que me caí de la silla.

—Ay...—me toqué la cabeza que me dolía del golpe. Abrí los ojos y la vi a ella—Oye, ¿no me podrías echar una mano?—supliqué.

—¿Por qué debería, estúpido? Además, recuerda que tú ahora eres un desconocido para mí—suspiré ante su contestación. Me lo debería de haber imaginado.

Después de eso, vi de reojo cómo disimuladamente miraba hacia mi boca y noté cómo se sonrojó levemente. ¿Y a esta que le pica ahora?

—Oe, ¿qué te pasa? ¿Acaso tienes fiebre?—pregunté como un idiota.

—¿Ah?—respondió con una mirada incrédula—¿Tú qué crees? Por tu culpa no he podido atender en clase debido a tus suspiros, necio—entrecierra los ojos y vuelven a apareces rastros de ruborización en sus mejillas—. Me han... desconcentrado demasiado.

—Ajá...—mascullé como forma de entendimiento—¿Acaso te pongo, señorita Miyano?—pronuncié en un tono de voz sensual falso junto a una sonrisa irresistible pero no obtuve la reacción que esperaba, o mejor dicho, que quería.

—¡IMBÉCIL!—un fuerte golpe de una cachetada sonó—Que sepas que era porque tenía miedo a que te pusieses a roncar en medio de la clase... ¡Eres el mayor estúpido por pensar eso, Shinichi Kudo!—se marchó increíblemente roja sin poder ocultarlo, se paró en la puerta y se volteó a mirarme—Y que sepas que todavía estoy enfadada por lo que ocurrió esta mañana, ¿o acaso no lo recuerdas?—me dirigió un dedo acusador y se fue.

"Buff, tendré que ir a buscarla y pedirla perdón por todo esto...", pensé.

Recogí los cuadernos y los libros, cogí la mochila y me la puse en la espalda por encima del hombro. Salí de la clase ante las atentas miradas de las chicas mientras hablaban en susurros y cuchicheaban. "Chicas...—resoplé—No hay quien las entienda", mascullé.

Busqué por todos los pisos del edificio: aulas, cuartos de baño, polideportivo, azotea... pero no la logré localizar por ningún lado. "Tal vez alguno de la organización la esperaba y la recogía... No, no creo, me hubiese avisado... aunque con el humor que tiene no querría ni dirigirme la mirada". El único lugar que me quedaba por revisar era el patio, así que me dirigí hacia allí. Cuando salí de la puerta de entrada, vi que estaba lleno de niños pequeños: unos jugaban con castillos de arena, otros se montaban en el tobogán o en los columpios, algunos jugaban a las casitas, otros a la rayuela y los demás a algún deporte como el fútbol.

Les miré con nostalgia y, debo admitirlo, con un toque de envidia. Tengo un vago recuerdo de mis padres pero no sé quiénes son con exactitud y certeza. Mi infancia no ha sido muy bonita, ni de color de rosa que digamos. A pesar de tener 5 años, tenía un gran coeficiente intelectual y los de la organización me trataban como si fuera tonto y no tenía ni tengo un pelo de ello. Recuerdo que pedía explicaciones sobre dónde se encontraban y qué les sucedió, pero ellos con estúpidas excusas me engañaban, a lo que yo les creía pero era mentira. Tampoco quise insistir demasiado ya que le debo la vida al jefe... Pero es una larga historia.

Amor prohibido, corazón enloquecidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora