El amor no merece disculpas

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Cuando Eleonora le pide a Alas verlo, en seguida imagina lo peor. Y lo cierto es que lo merece. Le ha faltado el respeto en su propia casa. Pero había esperado tanto por ese momento... no podía dejarlo pasar, y no lo lamenta.

Pero está dispuesto a disculparse de ser necesario.

Entra en la mansión y camina por el largo pasillo que conoce perfectamente como un condenado a muerte. Intenta creer que, en algún momento, eso les hará gracia a los tres.

Podría incluso pasar a la historia: El dramático conde enamorado asesinado por una condesa aún más enamorada. Ya puede verlo.

Llama a la puerta de la sala de reuniones algo nervioso. Debe ser serio. Eleonora no entra en esa habitación voluntariamente de no serlo.

Le abre. Lo mira de arriba abajo unos instantes, y después asiente a modo de saludo.

—Pasa. —le dice, y vuelve a su posición del sofá.

Alas obedece, cierra la puerta y recorre la habitación con la mirada. Laira no está ahí. Pero está en la mansión por seguro. Ese último pensamiento lo tranquiliza, y se sienta en el sofá frente a ella.

Se miran en silencio.

—Supongo que no tiene caso preguntarte que pasó. —dice Eleonora, entrelazando los dedos.

—Podría explicártelo mejor si me lo permitieras...

—¿Por qué no me lo dijeron, Alas? —pregunta, decepcionada.

Más que eso, dolida. Alas suspira.

—No hallamos el modo. —confiesa. —Nunca quisimos herirte.

—Todos mis invitados lo vieron. —dice Eleonora, mirando al suelo.

—Lo lamento. No pretendíamos ofenderte.

Eleonora alzó la vista de golpe.

—¿Ofenderme? Deja eso. ¿Sabes qué pensarán de mí?

Alas se queda en silencio, sin saber qué decir. Ciertamente, fue una ofensa grande. Los ojos de Eleonora brillan. Prosigue.

—Que soy un monstruo por no permitirles estar juntos.

De todas las cosas posibles, a Alas nunca se le habría ocurrido esa. La miró aún más fijamente.

—Y no soy un monstruo. —continúa Eleonora. —Por eso debieron decírmelo.

Se quedan en silencio unos instantes, aun mirándose a los ojos. Después de segundos que parecen centurias, Alas vuelve a hablar.

—Lo lamento, Eleonora. —dice sinceramente.

—¿La amas? —pregunta ella a su vez.

—Con mi vida. —responde él sin dudarlo.

—Entonces no debes disculparte por eso.

Le sonríe. Después, se quita el anillo de su pálido dedo y se lo ofrece.

—Lo necesitarás. —le dice, sin poder evitar un dejo de tristeza.

Alas lo toma y juguetea con él entre sus dedos. Le sonríe mientras suspira.

—Gracias. —susurra.

Se pone en pie para marcharse. Eleonora también se pone en pie. Ambos se dan un abrazo. El último.

—Gracias, Eleonora. —vuelve a susurrar contra su mejilla, y ella lo estrecha más fuerte.

Alas se marcha. La señora Tessa sale de detrás de las gruesas cortinas sonriendo. Eleonora le devuelve la sonrisa con el rostro cubierto de lágrimas.

—Has hecho lo correcto, niña. —le dice.

—Lo sé. —Eleonora suspira, y enjuga sus lágrimas con las mangas de su vestido. —¿Sabe? Espero que algún día, alguien me mire como él la mira a ella.

La señora Tessa aparta un mechón de cabello de su rostro.

—Y sé que así será. —le habla en voz dulce. —Es sólo cuestión de tiempo... y también del destino.



GreensleevesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora