"Los Mendigos las Prefieren Gordas"

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Amance
Hola... Me llamo Amance. Tengo cuarenta y ocho años. Vivo en París, Francia, próxima a Jardins du Trocadèro, cercanías de la Tour Eiffel . Actualmente, tengo dos hijos y convivo feliz con mi marido, Arsène. Nuestra historia es algo especial, y quisiera relatárosla. Pues, muchas personas me han juzgado por cómo soy, pero pocas han sabido ver en mi interior.. Y, sin embargo, un joven mendigo lo hizo... Situando nuestro amor ante todo lo demás...

«Yo era una adolescente de catorce años, en el 1981, hija de una familia adinerada.. Mi tamaño es algo mayor de lo habitual, si, por qué no decirlo; soy gorda.. Diréis, "menuda historia, es gordita"... Pero todos, hasta los más rellenos, tenemos nuestra propia novela...
Fue aquí mismo, lo recuerdo como si fuese ayer. Todas las mañanas iba a mi colegio, el Guillmore Académie, acompañada de mis colegas. La verdad, la única relación que tenía con ellos era que acudíamos al mismo curso.
A las afueras del colegio se postraban todos los mendigos y vagabundos de los alrededores, esperando recibir alguna limosna de los ricos colegiales. Yo era de los pocos que no hacía la vista gorda a este panorama, todas las mañanas recogía parte de mis ahorros y mi almuerzo, repartiéndolo entre los agradecidos hombres y mujeres. Todos me daban mil gracias, repitiéndolas una y otra vez. Todos, excepto uno. Éste, lo único que hacía, era quedarse contemplándome. Aceptaba la ofrenda, pero, lejos de hablar, no apartaba sus ojos grises de mi rostro.
Aparentaba rondar los veinte, su aspecto era mugriento y tenía barba de varios días. Estaba lisiado, su pierna era un muñón, pálido y con frío.
Una mañana de invierno, llegué pronto a la escuela. Aún no había amanecido, me arrebujé en mi abrigo de piel. El viento se me colaba por las rendijas de mi vestido amarillo.
A esas horas casi ninguno de los pordioseros haían llegado. Es más, sentado ante la cancela del edificio mientras se soplaba las manos se hallaba el extraño joven de ojos de tormenta.
Inquieta, sin saber muy bien por qué, me acerqué y extendí la mano con las monedas. Él levantó la mirada. Alzó su palma. Suave, pero temblorosamente, deposité el dinero en su mano. Pero cuando fui a retirarla, me la agarró con fuerza. Inspiré bruscamente, con miedo

- Eres... Eres hermosa...-Sin poder evitarlo me sonrojé. No sabía qué podía encontrar de hermosa en mí. Hasta ahora todo varón que hubiese conocido me había tratado de gorda e inútil. Sentía sus tristes ojos clavados en mí. Con cuidado, retiré la mano, que se había calentado con el contacto de la suya.

- No.. No creo.. -vaya estúpida. Me echaban el primer piropo de mi vida y solo se me ocurría decir eso...

- Pues yo te indico de que es así.. No solo tu aspecto, sino tu interior. Das y das, sin importarte que no recibas nada a cambio.. Eres humilde, pese a tener lo que otros no tienen. Nadie se fija en nosotros, y tú, que podrías estar en un rincón lamentándote, estás aquí, regalándonos hasta tu almuerzo.. Si, eres bella, dulce, hermosa en todos los sentidos... Siempre que te veo, pienso: " Mira, Arsène.. Por allí viene aquel ángel... Afortunado será el que obtenga el tesoro que lleva en su pecho"...Con cada palabra que el joven pronunciaba yo me sentía más confusa y mareada. Sentía que mi piel blanca se acaloraba. Me alejé unos pasos. Sin saber qué hacer repuse:

- Lo siento... No.. No te conozco...

Me giré y eché a correr hacia el interior del edificio. Lo último que vi de aquel dulce acosador fueron dos lágrimas cristalinas rodar por sus mejillas.»

*************
Arsène
- Cariño, Arsène, voy a preparar un poco de té. Mientras tanto, continúa tu, amor.
- Claro, querida. Empiezo...

«Mientras la veía adentrarse en su gris escuela, desperté como de una especie de sueño. Dioses. Choqué la cabeza contra la pared, arrepintiéndome de cada palabra que había dicho. Llevaba observando a esa muchacha desde que llegué a ese lugar, y poco a poco me daba cuenta de cosas que nadie mas parecía saber ver. Mi momento favorito del día era cuando ella venía y me entregaba aquella pequeña, pero significativa limosna. Y ahora le había asustado, diciendo cosas que sólo mi yo más interior sabía. Puede que nunca quisiese volverme a ver. Además, ¿Qué va a querer tener una muchacha rica de catorce años con un pobre mendigo veinteañero de las calles de París?
Me sentía cada vez más desgraciado. Y así, solo se me ocurrió una salida. La más tonta que se me ocurriría jamás en mi vida»

Los Cuentos de Quién sabe QuéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora