Un muchacho perseguía a su pequeña amiga. Reían y jugaban por toda la plaza del parque en el que se encontraban. Entre risas cayeron al suelo y rodaron por la colina. Al levantarse y comenzar a subir de nuevo, el niño preguntó a la muchacha:
- Oye... De mayores nos casaremos.. ¿Cierto?
Un brillo travieso se encendió en la mirada de la pequeña:
- No te lo diré.
- Venga...
- No, no. -La niña se cruzó de brazos.
- Pues.. ¡Tendré que hacerte cosquillas!
Riendo corrieron colina arriba. Pero de pronto, alguien les hizo caer:
- ¿Qué... Habéis... Dicho?
- N-nada...
Frente a ellos estaba el matón del barrio. Tenía cuatro años más que ellos, y no dejaba de molestar a la pequeña desde que llegó al lugar. Se inclinaba sobre ellos diciendo:
- Me pareció oir... Que alguien expuso su idea de... Casarse con mi prometida.
La niña, temblando, se levantó tratando de parecer valiente.
- Claro que lo ha dicho. Por que así será, me casaré con él.
El pequeño, maravillado e incrédulo, le pasó un delgado brazo protector por los hombros.
El joven, temblaba de ira. Su rostro, demasiado rojo, anunciaba tormenta:
- De acuerdo... Vosotros lo habéis querido.
Con todas sus fuerzas, plantó una bofetada en la cara del niño, seguido de una serie de puñetazos. Le dejó inconsciente. Agarró a la muchacha del cabello y le arrodilló ante él:
- Ahora.. Me vas a dar un beso, o te pegaré.
- No... No quiero, por favor...
- ¡Calla!
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20 años después
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Ethan Dupont seguía trabajando en su bar restaurante. Eran las 00:07 y hacia cinco minutos que había cerrado. Pasó la balleta por la última mesa y suspiró. Tendría que preparar todo para el día siguiente.
Arrojó el trapo a la pila, llena de platos y cubiertos ya limpios y, con cuidado, colocó y estiró el mantel, blanco con pequeños encajes. Con desesperación se dio cuenta de que una pequeña pero llamativa mancha de tomate no se había desprendido del lienzo. Retiró el objeto citado y lo introdujo en la lavadora.
Al rato, había dispuesto todo el local con la suficiente elegancia como para celebrar una espléndida boda. Contempló su trabajo. Suspiró agotado y, cogiendo su abrigo y sus llaves se dispuso a abandonar el lugar. Una pequeña lágrima rodó por su mejilla, gota que desapareció rápidamente secada por la mano del joven.
Aseguró el candado de la cancela del pequeño jardín y comenzó a andar hacia su casa. El día siguiente tendría mucho que hacer.
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- Toc, toc... ¿Se puede?..- la puerta se abrió dejando ver el rostro de una mujer sonriente.
- ¿Sí, mamá? -Adeline rodó los ojos y miró a su madre.
La mujer entró, alisando su vestido rosado.
- Hija, tu padre y yo tenemos algo que comunicarte.... ¿Verdad, Andrew? -terminó dando un grito.
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Los Cuentos de Quién sabe Qué
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