Capítulo IV

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Cristian llego dos horas después. Sus planes habían cambiado, en vez de ir a la pizzería recibió un texto de la novia del jefe, y decidió comer en uno de los restaurantes más finos de la ciudad y de paso, a un motel no tan lejos de allí. Tenía que desestresarse, y también que la novia del jefe —que se llama Marisa por cierto— le inventaría una buena historia de por qué había faltado la mitad de la jornada.

Cuando abrió la puerta de su casa, y vio a la niña profundamente dormida en el sofá con algunas bolas de papel que se le habían caído de los bolsillos. Se acercó a ella, y vio que tenía las mejillas coloradas. Había vuelto a llorar.

Dejaría que durmiera, y mañana irían en búsqueda de su madre. Él tenía que despegársela y ella tenía que estar con su mamá.

Recogió las bolas de papel y las boto a la caneca. La tapo con una manta, y dejo con cuidado una almohada debajo de su cabeza. Se acostó en su cama y pensó en el día tan raro y agitado que había tenido hasta quedarse dormido, y tenía que agradecer que mañana era sábado y no tendría que trabajar.

***

El despertador lo levantó de mala manera a la mañana siguiente, y somnoliento, se puso una pantaloneta y se cepillo los dientes, se bañó; y una vez debajo del agua fría, se acordó de Rosa. Se arregló rápido y bajo, pero la vio aun durmiendo y se dirigió a la cocina.

Los sollozos de la niña lo hicieron volverse rápidamente hasta llegar al sofá donde se encontraba Rosa. Ella se encorvo hasta quedarse sentada. El joven vio la respiración agitada de esta última, y le dio un severo escalofrió de preocupación; hasta para él era anormal verla respirar tan rápido.

No tenía el celular a mano como para preguntarle que le pasaba, y el lápiz de ella no tenía punta, así que solo espero a que se calmara y que ella misma hablara.

—Mamá, mamá...—Susurro la niña, anonadada y profundizada aun en un sueño.

Él se sintió incapaz de hacer algo, porque ni siquiera podía consolarla; no se sintió capaz de abrasarla, así que solo la miro.

—Quiero a mi mamá...—chillo despacio y bajo, casi en un susurro; a la vez que su respiración se coordinaba.

El dejo que llorara un poco más, hasta que se calmó y al parecer, se acordó dónde estaba. Se levantó y se puso lo zapatos y camino hasta la cocina; Cristian la siguió con la mirada y cuando regreso, le entrego el celular.

Él se le quedo mirando sorprendido por que la niña pudiera darse cuenta de lo que él quería, y empezó a escribir.

— ¿Tienes hambre? —Preguntó la voz robótica.

—Sí, pero papá dice que es de mala educación recibir comida en una casa que no es mía.

—Yo hablaré con tu padre cuando te encuentren, ¿sí?

—Sí.

Cristian se levantó y ella también lo hizo. Lo iba a seguir pero recordó la manta y se devolvió, le tomó un rato doblarla pero lo hizo, y sonrió cuando acabó. Se iba a dirigir a la cocina, Cristian ya estaba comiendo en el comedor, y se dio cuenta que se había demorado.

Se sentó enfrente de él con dificultad, y miro el plato. Huevo revuelto. Y entonces las tripitas le dijeron que no lo comiera, y dejo el huevo para el final; cogió el pocillo de porcelana, jamás había tomado en un vaso así de grande y la hizo sentir a ella como una adulta. Le encantaba el chocolate pero jamás le habían dado así de arto, y en un pocillo tan grandote, eso le gusto.

El señor Cristian le paso un cuaderno y un esfero.

"¿No te gustan los huevos?"

"No"

Rosa y el hombre mudo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora