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✶【𝕯𝖍𝖆𝖗𝖆】✶
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Estaba apunto de pasar.
De pronto, la noche se consumió por el ruido ensordecedor de numerosos explosivos. Al poco cundió el pánico, y los gritos se entremezclaron con el olor de gases tóxicos, y el fuego abrasador, que iba prendiendo las tiendas de la aldea.
La Padawan se cubrió nariz y boca con el brazo de forma instintiva. Permaneció inmóvil hasta que cesó el pitido en sus oídos.
Aunque todavía no veía con claridad el entorno, se desplazó como pudo entre el caos.
<<Tengo que ayudar a esta gente>>
<<¿Pero que hay del grupo? ¿De los reyes ? ¿De mi Maestro?>>
Los pensamientos se cruzaron con velocidad, pero ella también debía ser veloz. Tenía que actuar.
Instintivamente llevó una mano al cinto, donde había guardado el datapad. La información estaba ahí, eso quizás podría esperar, pero los locales necesitaban ayuda de inmediato.
Logró llevar a algunos de los nativos a zonas seguras, alejadas del epicentro del desastre. Los atacantes habían lanzado bombas tanto en los exteriores de Zit (donde se ubicaba la carpa de los oligarcas), como en el corazón de la aldea, o ello pudo discernir por la cantidad de humo que provenía del centro del asentamiento.
Allí es donde se habría celebrado las recepciones ceremoniales y posteriormente, la cena.
Pese a su preocupación, confío en que sus amigos estarían bien. Y que habrían cuidado correctamente de la realeza, como de sí mismos. Aunque en breves ella misma lo comprobaría.
Después de asegurarse de que en aquel sector los aldeanos disponían de un refugio alejado de las llamas, decidió reunirse por fin con su grupo. En su camino hacía el centro de Zit, descubrió a su pesar agresores causar estragos. Perseguían a los locales amenazantes, infundiendo miedo, con el odio gravado en sus ojos rojos. Echando verdaderamente en falta su espada láser, tuvo que disuadir a los atacantes con la Fuerza, así como de las llaves que había aprendido en su entrenamiento. Sin ser una pacifista consumada, tampoco era una extrema fanática de la violencia, aunque recurría a ella cuando era necesaria. No obstante, debía admitir que la actividad física resultaba gratificante, y en ocasiones una más que satisfactoria liberación de tensión.
