Tenía miedo. Él estaba intentando pegarle otra vez y ella no podía hacer nada.
—Joshua, no... —susurró asustadiza. —Por favor, hay algo que no te he dicho.
—¿Crees que digas lo que digas cambiaré de opinión y no te golpearé por ser tan...?
—¡Vamos a tener un hijo! —exclamó Jade horrorizada. —No quiero que los perdamos, es nuestro pequeño...
—¡Ese hijo no es mío, maldita sea! —el hombre agarró un arma y le apuntó a su esposa. —Será mejor que me deshaga de ustedes.
Jade se acercó en busca de piedad, lo siguiente solo fue un montón de espacios vacíos. Ellos forcejeando, el arma se dispara, mucha sangre en el piso, el hospital, la comisaría, una discusión con los padres de su difunto esposo, demandas, papeleo y finalmente, en donde se encontraba: la cárcel.
Tenía muchísimo miedo. Las mujeres la veían con odio, como si tuvieran ganas de matarla a golpes.
—Esta es tu celda. —anunció el guardia que la estuvo custodiando. —Intenta no discutir con Edwards, es muy ruda.
Entró a su nuevo "hogar" y se recostó en la litera de abajo, dejando pequeñas lagrimas salir de sus ojos.
—Siento haber sido tan débil, mi pequeño... —susurró acariciando su vientre.
—¿Qué haces en mi litera? —gruñó una voz suave pero potente.
Jade levantó la mirada. Era alta, su pelo rubio caía suavemente hasta la mitad su espalda y sus ojos azules resaltaban su piel blanca.
—Lo siento... —dijo levantándose nerviosa. —En serio, solo... No sabía que tú ibas a... No quería hacerte enoj...
—¡Cállate, no me agrada tener compañía aquí y si piensas salir ilesa de aquí, estarás bajo mis malditas reglas!
—Sí...
Las lágrimas brotaron de los ojos de Jade, no quería hacerlo, mas las hormonas no la dejaban tranquila.
—¿Por qué lloras? Estás aquí porque fuiste una perra con quien sabe quién, no tuviste el corazón y le hiciste daño, te metiste en problemas y no pudiste salirte con la tuya —la joven la miró de mal humor.
—¡Yo solo estaba defendiendo a mi bebé! —chilló Jade enojada. —¡Yo no quería matarlo, el arma se disparó sola! —un sollozó más fuerte se escapó —Pero el dinero todo lo puede y me mandaron aquí...
—¿Te pedí una explicación? No, no lo creo. —respondió. —No importa si fue un accidente o no, estás aquí porque lo mereces. No puedes cambiar el daño que has hecho.
Jade bajó la mirada, ella tenía razón.
—¿Cómo te llamas? —susurró.
—Perrie Edwards, no te importa más nada, ¿entendido, princesita?
La joven madre asintió.
—¿Puedo dormir abajo? —preguntó. —Solo... No me tengas piedad a mí, tenle piedad al niño en mi vientre...
—¿Estás embarazada? —la mirada de Perrie dejó de ser dura. La castaña asintió suavemente, soltando una risita.
—¿No crees que me hubiera suicidado si no fuera por eso? —sonríe triste. —Él merece algo mejor que esto, pero es todo lo que le puedo dar...
—No se te nota la barriga todavía, ¿cómo puedes saber si es un chico?
—Lo puedo sentir...