Querido yo a los 30 años:
Bueno, ¿qué decirte? No sé cómo estarás tú, pero supongo que bien. No sé si estarás trabajando en lo que te gusta o si habrás encontrado a esa persona que te hará inmensamente feliz el resto de tu vida.
Estamos acabando el 2015, y ya tienes 17 años. Es difícil describir todo lo que te ha pasado este año. Puede que no te acuerdes, y por ese motivo voy a refrescar tu memoria.
A lo mejor puedes pensar que este año fue como otro cualquiera de los que viviste durante tu adolescencia, pero hay muchas cosas que cambiaron.
El año empezó fuerte: la mudanza. Eso implicaba dejar atrás la casa en la que te habías criado y en la que vivían también miles de recuerdos. Fue bien. Todo fue bastante bien y ahora vives en una casa preciosa justo a tu familia, junto a las 2 chicas que más quieres en el mundo.
Fuiste a mil conciertos e hiciste mil cosas de fangirl de esas que solías hacer siempre que podías.
El año se sucedió normal. Puede que algo rápido los primeros meses. Bueno, ahora me parece que pasaron rápido, pero entonces pasaron despacio para ti. Puede que no lo recuerdes, porque ya pasaste ese capítulo de tu vida (cosa que me parece muy sensata), pero también sufriste por amor. Te quedaste enganchada de una persona de una manera distinta a como te podría haber pasado antes, y lo pasaste mal. Ahora no le deseas ningún mal a esa persona, a pesar del daño que te pudo hacer. Nunca se lo deseaste.
Han ido y venido tantas personas este año...
¿Recuerdas el viaje de estudios? Era el último viaje con el colegio y visitaste Roma, esa ciudad con la que habías soñado durante tantos años. Qué faena ponerse mala con fiebre el último día... pero eso no te impidió seguir en pie luchando con el malestar que sentías. No te podías permitir el perderte ni uno de los rincones de aquella ciudad mágica.
El verano fue algo más raro de lo normal. Más de dos largos meses calurosos en Madrid, aunque te aseguro que apenas paraste: miles de sesiones de fotos, quedar con amigas, ver series en casa, trabajar en la Parroquia... y una semana bien merecida en la playa.
Todo cambió en septiembre. Creo que se podría decir que fue un mes que marcó, y recuerdo casi todo con nitidez: empezaste 2º de Bachiller, un año clave, el cual a simple vista te asustó y llorabas cada vez que pensabas en lo que se venía encima, pero luego te relajaste... y te diste cuenta que no tenías tiempo para eso y había que ponerse las pilas de verdad y no era necesario llorar.
Mi septiembre continuó y, sin duda alguna, ocurrió una de esas cosas que no le suelen ocurrir a muchas personas: conocí a mi ídolo. Nadie entendía por qué llorabas cada vez que pensabas que ibas a conocerle, pero tú no eras capaz de explicar todo lo que te había hecho sentir él a través de la música y todo lo que te había ayudado. Su abrazo te curó. Qué larga fue la depresión post-concierto...
Septiembre. Aún no había terminado el mes. Como de costumbre, quedaste con tus amigas para ir a las fiestas del barrio. Lo típico en estas fiestas. Todo parecía normal (sin contar que había que aguantar a los de clase con una cantidad ingente de alcohol en las venas): hacías el tonto, bailabas y te hacías fotos. Conociste a unos chicos, que te harían salir de tu grupo y que te harían ver que hay mundo más allá de aquella burbuja en la que vivía.
Largos e intensos meses de estudio, de risas y de buenos momentos son los que continuaron hasta el día de hoy. Hasta los días de Navidad.
Querido yo a los 30; espero que te esté yendo bien. Que disfrutes de cada momento. Que rías y que llores, que ambas cosas son necesarias. Que recuerdes que tienes una familia que te quiere y te apoya. Que tienes a Dios, que nunca te dejará sola. Pero, por encima de todo, que seas feliz.
Mamen, 26 de diciembre de 2015