Primavera

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Como cada mañana, despierto en mi casa de locos. Una casa bonita y bastante grande si no fuera por las ocho personas que vivimos ahí dentro. Como cada mañana, me despierto justa de tiempo para llegar a clase. Y, como cada mañana, tengo la misma media melena ceniza, sin forma. El espejo ansía de ganas de gemir de dolor al ver mi cara pálida y mis ojeras. Siempre he considerado que mis iris son considerablemente más amplios que los de la media, y eso me gusta. Pero desde luego las venas hinchadas de falta de sueño no combinan con el color miel.

Como cada mañana, bajo a desayunar y ya se oye el rugir de la cafetera que encienden mi madre y mi tía en la cocina. Mis primos gemelos de seis años corretean por el salón armando jaleo. Mi padre y mi tío debaten sobre política en el sofá y mi hermana Nikki, la curiosa, mira la televisión mientras se zampa un bol de cereales.

-Hola, buenos días. Tengo prisa, mucha prisa -le doy un beso de buenos días a cada uno colocándome bien la mochila-. Mamá, cojo esto, me tengo que ir -digo cogiendo un croissant-.

-Algún día llegarás temprano.

-Si no estuviera aislada del mundo, quizá escucharía algo más que el cantar de las hurracas por la mañana -protesto quejándome de mi habitación, que está en la buhardilla y, por lo tanto, es la mas oscura, aislada, fría, húmeda, sucia y pequeña de todas-.

-Eres la que menos va a durar aquí de todos los que estamos, pronto irás a la universidad y luego encontrarás trabajo y nos dejarás a todos aquí tirados - Se entromete mi padre, con su peculiar humor -.

-Por supuesto -afirmo-, precisamente por eso deberíais mimarme un poco más. ¿Tantas ganas tenéis de libraros de mi?

Cuando salgo, veo un matojo de dientes de león en la esquina y me acuerdo de mi bisabuela, del único recuerdo que tengo de ella. Hay varios dientes de león en los límites del jardín que hay al lado de mi casa, uno de los muchos que hay en Dublín. Me encanta mi ciudad, así que me tomo mi tiempo en admirar los rojos ladrillos y las puertas georgianas de los colores del arcoíris. Pero no dura mucho mi admiración, ya que me doy cuenta de que el croissant que he mordido está relleno de chocolate y mi paladar lo celebra dando saltos de alegría. 

Mientras camino, pienso en las clases y en que ahora me toca literatura universal. Podría haberme quedado durmiendo un rato más, pero lo aprovecharé leyendo algún otro libro o pensando en si esta noche publicaré un cuento o un artículo en el blog. Últimamente veo muchas noticias que me interesan. 

Como bien se dice popularmente: en Irlanda puedes presenciar las cuatro estaciones en un solo día. Y, de un momento a otro, hay nubes, el cielo se cierra y siento una gota de agua en la mejilla. Corro a resguardarme bajo el primer techado que veo, dentro de ese jardín de los dientes de león. Empiezo a sospechar que es privado, porque no hay nadie más. Así que saco "Asesinato en el Orient Express" de Agatha Christie.

Varias páginas después, un chico con la capucha de su sudadera azul tapándole la cabeza, se acerca corriendo, tan desconcertado como yo antes. Saluda sin insistir mucho y se mete bajo el mismo techo en el que estoy yo, mirando al cielo y resoplando. Me ha sorprendido lo alto que es. No aparenta más de dieciocho o diecinueve años y su pelo corto y oscuro deja caer unas gotas de agua a su frente color almendra.

 Desvía los ojos hacia mí y los esquivo, porque no me había dado cuenta de que lo estaba mirando. Bajo la cabeza hacia el libro súbitamente, pero mi curiosidad me hace volver a analizarlo, y encontrarlo lanzándome una sonrisa ladeada, de bizarra superioridad. Es que es un chico bastante raro. Bueno, también puede que sea algo guapo.

-Sí, soy yo. -Me dice. Me quedo unos segundos desconcertada.
-¿De qué hablas? - Frunzo el ceño. Él me mira confundido con una cara simpática, entrecerrando sus ojos oscuros.
-¿No te preguntabas si era Riley?

Claro, guapo pero idiota. Sacudo la cabeza y me vuelvo a centrar en el libro. Él se gira y se acerca.

-Perdona, he pecado de arrogante. Creía que me habías conocido.

Asiento sin apartar la mirada del libro, sintiendo como se coloca a mi lado.


-Soy Riley Hood -pronuncia al alargarme su mano-.


-¿Hood? ¿Como Robin? -Pregunto. Sonríe con una sonrisa blanca y derecha, una sonrisa bastante bonita.

-Sí, como Robin Hood. ¿Cuál es tu nombre?

-Daniela Graham.

-¿Puedo llamarte Dani, o Dan?


-Daniela está bien.


-Mejor, porque Dan se llama un amigo mío y sería muy raro que te llamases como él -Asiento sonriente porque no sé que más puedo hacer. El chico que ahora sé que se llama Riley empieza a hablar conmigo sobre el tiempo y acabamos sentados en el suelo, con la espalda en la pared, escuchando cómo cae la lluvia. Me miro las Converse incómoda -.

-¿Qué tipo de música te gusta, Daniela? - pregunta él, con tono interesado. 

-El jazz -contesto quedándome pensativa unos segundos- y el rock  - Después me doy cuenta de que no tiene nada que ver una cosa con la otra -.

-Extraña combinación -objeta-. Oye, no te creas que soy un presumido o algo así.

-Solo creo que eres extraordinariamente sociable -Añado antes de que siga. Y después se ríe con una dulce carcajada.

-Soy músico. Bajista, en concreto. Y bueno, unos amigos y yo tenemos una banda, Orange Road. No es que tengamos mucho éxito ni nada de eso, pero casi llegamos ya una cifra con cuatro ceros de seguidores.

-¿En serio? Eso es genial.

-Sí, mira- mis primeros pensamientos no se lo creían mucho, pero me enseñó muy ilusionado que salían en Wikipedia y la cantidad de suscriptores que tenían en Youtube-.

-Está bien, Hood, entonces estoy hablando con una futura leyenda atrae-adolescentes, ¿no?

-Más o menos, eso espero -bromea-.

-Está bien saberlo -Nos reímos a la par. Riley se asoma un momento a mirar el cielo. Parece que está escampando, al fin -.

-Parece que escampa - dice-. Entonces, Daniela, ¿Puedo invitarte a un café por mi malentendido?






Dandelion - Define "clímax".Donde viven las historias. Descúbrelo ahora