VI

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Las lágrimas de Brisa caían desconsoladamente, una tras otra dibujan caminos en su rostro, a la par que sus ojos comenzaban a ganar tamaño y a ponerse rojos, igual que la punta de su respingada nariz.

Su abuela se limitó a acariciar su cabello, largo y sedoso, que la hacía recordar a su juventud. A sus 68 años lo único que le quedaba de su juventud eran los recuerdos que seguían latiendo en su corazón, recuerdos de cuando era igual de joven, cuando tenía el pelo castaño y largo antes de tornarse gris y corto.

Su abuela Indira también recordó el dolor que paso en su juventud, mal de amores, entendía a su nieta, ella también había sido atormentada por la desgarradora tristeza que causa el amor. Por eso tomo la mano de Brisa y sonrió con lágrimas en los ojos

te voy a contar una historia, de un viejo amor que he tenido.

« Estaba en esa época donde comenzamos a madurar y las relaciones se tornan más serias, donde dejamos de darnos besos a escondidas en una plaza y comenzamos a conocer realmente a la persona, empezamos a ir a tomar helado o compartir una merienda, a avisar a nuestros padres que íbamos a ver a dicho chico y sentíamos que sería el amor de nuestra vida.

Asi me paso con Lucas, fue un chico de mi escuela, estaba en ultimo año, y era de esas personas que uno ve de lejos y sabe lo imposible que sería alcanzarla, con rulos hermosos, ojos achinados y una sonrisa tan perfecta que te atrapaba.

Todo parecía un sueño a su lado, la emoción que recorría mi ser era inmensa, era mágico cada momento, la primera vez que lo vi fue en una plaza a orillas del lago, era de noche, una noche de invierno, estábamos muy abrigados y teníamos las manos y la cara fría, ese dia nos besamos, caminamos de la mano y me hizo sentir la persona mas comoda del mundo, estabamos bien, estaba bien todo.

Y si la primera cita fue tan grata, no podria explicarte el primer te quiero, un calor que lleno mi cuerpo y me hizo descargar un par de lagrimas, todo era hermoso, era hermoso salir de la escuela y esperar a que el salga para que me salude y regalarle un chocolate, o cruzarnos en los recreos y darnos un pequeño beso en los labios, que en ese momento era el mayor acto de rebeldia. Eran buenos tiempos y era un buen amor.

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