1. Un Nuevo Comienzo

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-¡Ya te oí mamá! ¡Ya para de gritarme!
Si hay algo malo de las mudanzas es esta parte, esta maldita parte del proceso: organización de toda la casa; y eso, por supuesto, incluye acomodar cientos de cajas en lugares donde ya no cabe un insecto, hacerlas entrar de cualquier manera.
Sería algo normal de toda mudanza de no ser por mamá, ella se altera ante todos los quehaceres hogareños: es una maniática del orden y perfeccionista: no puede ver un alfiler fuera de su lugar que automáticamente comienza a gritar y quejarse, obviamente arrastrándome a mi en su rabietas.
Fue un viaje demasiado largo y cansador. Claramente mi plan de vida no incluía una mudanza, no estaba feliz por dejar todo lo que tenía en mi antiguo hogar: mis pensamientos, mis recuerdos, lugares con cientos de anécdotas, entre otras cosas. Podría decir que deje a mis amigos, pero estaría mintiendo; no tengo ni tuve amigos, solamente una sola amiga cuyo nombre era Rachel. Fue la única a la que pude considerar una verdadera "amiga", jamás creí en esas cursilerías de "amigas por siempre", "siempre juntas" y otras cosas. Pienso que la gente cambia, y es absurdo pretender que una persona esté por siempre a tu lado, cuando ni siquiera tú sabes los giros que puede dar tu vida y por lo tanto, mucho menos sabes lo que pasará con la vida de otras personas. Quizás ese pensamiento pesimista es el motivo por el cuál no tengo amigos, pero siendo sincera, prefiero no mentirme a mi misma, no obtengo nada a cambio fingiendo ser alguien que no soy.
Desde que papá se fue, no he visto a los hombres igual. Me refiero a que antes de que papá dijera que se iría a un viaje de negocios y no volviera nunca más, tuve otra visión acerca de ellos. No me agradaba para nada ver a mamá llorar, pasar malas noches y sobre todo aguantar todas mis estúpidas preguntas sobre él. Era pequeña, no sabía lo que "abandonar" significaba. Hasta que finalmente crecí y comprendí lo que habíamos pasado. A partir de ese momento, mamá se convirtió en mi heroína: me sacó adelante sola, con ayuda de familiares claro, pero ella hacía la mayor parte del trabajo. A lo mejor ese hecho trascendental en mi vida me hizo ver las cosas como ahora, desde otro lado, sin creer en las promesas ni en los "para siempre".

- ¡Marie! Es la quinta vez que te digo que me ayudes con estas cajas. No puedo hacer todo yo sola.
"Si mamá, claro que puedes" pienso.

- Estoy cansada. ¿Puedo hacerlo luego?

- Espero que no estés esperando a que yo termine todo el trabajo. Estarás castigada si haces eso.

- Si mamá. Castígame. No me dejes ir de fiesta con mis amigos y prohíbeme ver a mi novio.

- No seas irónica Marie. Te la pasas durmiendo o encerrada en tu habitación. ¿Acaso no quieres ser una adolescente normal, dejar de ser tan antisocial?

- No me interesa. Las cosas que hacen solamente me dan más ganas de no querer tener contacto con ellos.

- Muy bien, supongo que eres un caso perdido. Terminaré con mi parte de las cajas y tu te encargarás del resto. Y lo quiero terminado para esta noche.

- De acuerdo. Ahora si me disculpas déjame seguir con mi vida de antisocial y solitaria adolescente. Gracias.

Apenas mamá dejó mi habitación comencé a desempacar mis cajas. Sentí una necesidad enorme de tirarlas y quedarme nada más con la ropa que tenía puesta; no soporto la tristeza ni el dolor, y el contenido de esas cajas: como ropa, fotos, y otros objetos, solamente me daban nostalgia y me hacían extrañar mi vieja casa. No recuerdo la última vez que lloré, cuando algo me lastima no puedo demostrarlo con llanto porque siento que de esa manera me destruyo y además le doy el poder de destruirme a las demás personas. Puede ser un pensamiento egocéntrico, como si todo el mundo se pusiera como meta hacerme daño, pero no es así, solamente no quiero darle a nadie en poder de destruirme. Sino lo hago yo misma, nadie tiene el derecho de hacerlo.

Con toda la fuerza de voluntad del mundo, terminé de organizar mi habitación. Solamente puse la ropa en el armario, colgué algunos pósters de mis bandas favoritas y organicé mi mesa de noche. No había más nada que arreglar asi que me dispuse a tomar un baño, me puse mis jeans, zapatillas, una remera que me queda hasta las rodillas y até mi cabello en una cola alta.
Salí de mi habitación, bajé las escaleras y encontré a mamá hablando por teléfono con mi abuela; ella era la única persona que respetaba totalmente mi forma de ser y de tratar a los demás, jamás intentó cambiarme y es algo que de verdad aprecio.
Me senté en la barra de la cocina, tomé un plato con una porción de pizza y le di un mordisco.

- La abuela te manda saludos.
Asentí con la cabeza y sonreí.

- ¿Terminaste de desempacar?

- Si. Organicé algunas cosas en mi cuarto también.
La mirada de mamá se tornó comprensiva y preocupada.

- Marie, yo se que esto es muy fuerte para ti. Pero quiero que pongas tu mejor esfuerzo para que esto tome color. Salgamos adelante juntas...

- Como siempre lo hemos hecho- interrumpí.

Mamá me regaló una sonrisa y besó mi frente. El teléfono volvió a sonar y me dejó sola comiendo para ir a atenderlo.
Comencé a pensar en lo que dejé al irme de mi ciudad. Nada me detenía para irme, ni siquiera aquella persona que tuvo mucha influencia en mí y que forjó gran parte de mi personalidad haciéndome quien soy ahora.


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Queridos lectores:

Bienvenidos a mi primera historia. Esto comenzó con una noche se insomnio y con ganas de poder escribir algo antes de que las ocupaciones de la mayoría de edad me consuman por completo.
Esta historia será narrada según mi estado de ánimo: podrán ver situaciones con las que no estarán de acuerdo y por sobre todas las cosas verán giros inesperados.
Espero contar con su apoyo, y críticas, es lo que más espero. Muchas gracias por leer. Sean felices.

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