La maldicion de las flores blancas.

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Nat bajó casi corriendo las escaleras. Llevaba un vestido rojo ceñido que marcaba su buena figura y zapatos de tacón.
Josh, su novio de 20 años, la estaba esperando fuera en la camioneta. Esa noche tenían una fiesta en una finca alquilada en las afueras de la ciudad de Posadas y estaba imperdible.

Nat salió a la calle con una radiante sonrisa y su cabello dorado resplandeció bajo la luna. Con sus 17 años era la chica más joven de Misiones Model's, que era una gran empresa de modelaje.
Subió a la camioneta, le dio un beso a su novio en los labios y éste arrancó la camioneta. Josh era alto y fornido, trabajaba a medio tiempo en la empresa de su padre y por las tardes entrenaba rugby en ligas medianas.

Anduvieron por un camino de tierra que la Ford Ranger cruzó sin problemas y después de 15 minutos llegaron a la fiesta.

El lugar era grande. Había una casa de dos pisos, una piscina, y al fondo, rodeado por árboles, un pequeño cuadrado lleno de flores. Todo estaba lleno de luces excepto el espacio del fondo.
El lugar había sido alquilado por Joaquín, un viejo amigo de Josh, y dijo que estaba barato porque habían rumores de que allí habían muerto un par de ancianos.

La pareja entró a la casa y comenzaron a saludar a los conocidos. Luego se sentaron en el sofá y comenzaron a tomar y a charlar, y luego, a besarse. Él pasó la mano por la pierna de Nat y ésta se pegó más a él, presionando su cuerpo contra la figura musculosa del chico. El alcohol comenzó a aturdir a los invitados que cada vez estaban más divertidos. Josh se levantó para ir al baño, dejando a Nat sola.
Al volver, un chico bastante ebrio estaba sentado al lado de Nat. La sujetaba con un brazo con bastante fuerza y con la otra intentaba subirle la falda. La chica se veía desesperada. Josh se acercó furioso, le quitó la mano al muchacho ebrio y lo derribó de un puñetazo.

La muchacha salió de la casa y su novio la siguió. Al salir, en el silencio de la soledad, recién se pudo escuchar los sollozos de la joven. Se alejó corriendo, tapandose la cara con las manos y se apoyó en uno de los árboles del fondo. Josh se acercó suavemente, rodeándola con los brazos. Ella lloró un poco en su hombro hasta que él buscó sus labios. La besó tiernamente, ella pasó sus manos sobre su nuca y el beso se hizo más intenso. Pasó de ser un beso de consuelo a ser un beso apasionado. Las manos del chico bajaron hasta el borde de la falda y ella no lo paró. Él metió la mano debajo del vestido y la comenzó acariciar con deseo.
Como estaban lejos y estaba oscuro, nadie podía ver lo que estaban haciendo, pero por más intimidad se fueron detrás de los árboles. Al caminar a oscuras y calientes, tropezaron con un cartel. No le prestaron mucha atención, ya que no podían leerlo y tampoco tenían muchas ganas de leer; estaban ocupados en otra cosa ahora.
Se sacaron la ropa y la camiseta cayó sobre el cartel.

Las flores que había en el suelo fueron aplastadas por los cuerpos de los jóvenes que hicieron el amor durante media hora hasta que unas gruesas gotas de lluvia les hicieron decidir volver a la casa.
Al abrir la puerta, el olor a alcohol inundaba la casa y todo mundo estaba ebrio. Ya eran las 5:00 am, así que Josh buscó al anfitrión, se despidió y salieron hacia su camioneta.
Al salir de la casa, el cerrojo se giró sólo. Josh se sorprendió pensando que alguien había cerrado desde adentro, pero un segundo después, se oyó que todas las ventanas se cerraban al mismo tiempo en la casa. El silencio no llegó a aparecer, porque en el mismo momento, cinco rayos cayeron sobre la casa que se prendió en llamas. Nat abrió los ojos incrédula y Josh tuvo que estirar de su brazo para que empiece a correr. Mientras corrían, el muchacho intentó llamar a urgencias con su celular, pero no se prendía. Una luz blanca llamó su atención desde el fondo de la finca y un hombre blanco brillante estaba arrodillado en el lugar donde los chicos estuvieron.
Cuando se dio vuelta a mirarlos, sus ojos negros que parecían agujeros sin fin les infundieron terror, un terror sin antecedentes, de ese que se siente cuando se está al borde de la muerte. Al instante, la figura desapareció y todo el campo de flores se volvió fuego que llegaba a la copa de los árboles que se fueron convirtiendo en columnas de brasa roja.
Los jóvenes no se quedaron ahí para presenciarlo, subieron corriendo a la camioneta, la prendieron y salieron a toda marcha por el camino de tierra mojada. El olor de las flores permanecía en ellos. Transcurrieron un tramo, atentos por si alguien o algo los seguía, pero no había nada. De repente, en una curva pronunciada, la figura blanca apareció en el camino. Los ojos negros devolvieron la sensación de terror al chico, que volanteó la camioneta dirigiendose a un barranco. Ramas y palos golpearon la camioneta que descendía a toda velocidad mientras Josh intentaba esquivarlas con el corazón lleno de adrenalina y temor, pero lo único que conseguía ver eran esos ojos negros que parecían miles de miradas juntas.

Cien metros más abajo, la camioneta paró contra un árbol. Nat abrió los ojos y vio el rostro de Josh atravesado por vidrios y con dos ramas enterradas en su pecho y en su estómago. Intentó abrir la puerta, que milagrosamente se abrió para ella, y bajó entre sollozos y lágrimas.
El perfume a flores nuevamente la invadió y delante de ella se presentó el espíritu que la estaba persiguiendo. Por un momento pudo ver un par de ojos celestes en el lugar donde ahora estaban esos agujeros negros y vacíos. La figura levantó sus manos y ella permaneció inmóvil. Cuando ésta tocó su rostro, sintió frío dentro de su cuerpo. En sus huesos, articulaciones... Es como si la sangre se hubiera enfriado. A su piel, en cambio, la sentía como si le estuviera quemando. Poco a poco su piel fue cayendo de sus brazos y su rostro. Un grito ahogado salió de ella e invadió el bosque. Luego se dio cuenta que ya no estaba en su cuerpo. En cambio, estaba en el lugar donde esa figura extraña estaba hace un momento. Se vio a si misma desintegrarse, quedando sólo huesos y músculos.

Al otro día, en el periódico, salió como portada que una secta suicida hizo un rito en una finca a las afueras de misiones. Cuando los encargados de la empresa arrendataria llegaron al lugar, encontraron a más de cien chicos muertos de distintas formas. Unos ahorcados, otros con las venas cortadas, otros empastillados, otros con balas en sus cráneos. En el camino, la policía encontró una camioneta desbarrancada. Según el informe de los peritos, el joven iba borracho y desbarranco. La chica intentó bajar pero se desmayó, cayendo sobre combustible y cuando la camioneta se incendió, la muchacha se prendió fuego con ella. En la zona alrededor del accidente, fueron halladas pequeñas flores blancas que acompañaban el olor a carne quemada, y en la finca, encontraron un cuadrado lleno de las mismas flores blancas, rodeado por árboles grises, como columnas de brasa apagada.

El lugar quedó clausurado por siempre, y cuando algún curioso se acerca, es sabido que no vuelve.
Los gritos de la muchacha, que aún lucha por salir de su eterna prisión fantasmal, suele llamar la atención de algún descuidado, que sufre un desafortunado y parecido destino.

El cartel que la pareja había ignorado decía "Aquí descansa Arnold Sperill." y tenía del otro lado una cita que el anciano ahí fallecido había escrito antes de morir: "Mi cuerpo muere, pero mi alma queda; viviré por siempre en las flores que planté, en la tierra que labré. No estorbes el reposo que mi alma guarda, o verás lo que yo veo, y esa será tu condena."
Los vecinos saben que Arnold Sperill murió hace más de 150 años de cáncer de ojos, y que aunque pasen los años sus flores permanecen frescas. También recomiendan a sus hijos no entrar nunca en ese terreno, para no sufrir la maldicion de las flores.

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⏰ Última actualización: Jan 02, 2016 ⏰

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Poesía de un joven poeta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora