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SIEMPRE OCURRE LO MISMO. Puedes engañarte cuanto quieras y decir que no tiene importancia, que pasará, que sólo es para un verano, e incluso puedes fingir que no te importa, pero cuando estás sentada en el tren siempre notas esa misma sensación en el estómago.
Te preguntas con que clase de gente te encontrarás, en qué pensarán emplearte. Porque siempre te quieren para algo. A veces todo puede ir muy bien, como hace dos años, cuando estuve con un pareja de ancianos. Ellos únicamente querían compañía, pero no tenía obligación de hacer nada, y pude ver que tenían simpatía. Quiero decir que yo era alguien.
Otros veranos he criado gallinas, triado remolacha, cuidado y lavado a los niños, y siempre era lo mismo; pero sólo durante un verano, con lo que una no se comprometía con nadie.
En ocasiones he reflexionado acerca de todo esto. Está bien que arreglen las cosas de modo que una pueda salir de verano; lo hacen porque creen que es bueno, y realmente lo es, pero, si eres completamente sincera, debes reconocer que te roban un poco de tu vida cada verano. Porque tú no les perteneces. Sólo hay que pasar tres meses. Pero tú estás ausente todo el tiempo, y lo sabes, y ellos también lo saben.
Entonces volví a sentir aquella sensación en el estómago. El verano estaba en sus comienzos, y yo miraba por la ventanilla. Nunca te dicen con que clase de personas vas a encontrarte. Sólo te dan sus nombres. En esta ocasión sus nombres eran Ann y Bror Karlsson, y tenían un hijo, Peter, de diez años.
Bueno, podían ser cualquier cosa. Probablemente agricultores, pues su casa estaba muy al sur,en un pequeño lugar llamados Dos puentes. Por consiguiente, era de suponer que me querían para cuidar del niño. Pero nunca se sabe. Aunque en realidad ellos tampoco sabían mucho de mí; sólo que me llamaba Evy Sjöström, que tenía catorce años y que <<necesitaba mucho un cambio de ambiente>>. Tal vez lo hiciesen por ahorrar, pero yo no lo creo. Esa clase de gente suele tomar cuatro o cinco chiquillos, de unos siete años.
Consulte mi reloj. Estaría allí dentro de un cuarto de hora. Encendí un cigarrillo, probablemente el último del día. De esto si estaba segura: no les gustaría que fumase ni que me maquillara. De hecho, y hablando en términos generales, no les gusta nada que sea parte de la personalidad de una.
Allí casi todo eran bosques, con una casa de vez en cuando. Sonriendo ligeramente pensé que había personas que vivían allí todo el año. Era casi increíble, pero, aún así, era real.
La madre vendría a recibirme. En su carta decía que era alta y rubia, y que tenía un Opel azúl.
<<Bueno, esto importa poco -pensé, aplastando el cigarrillo-. Dentro de tres meses volveré a estar en Estocolmo.>>

EL TREN REDUJO LA MARCHA. Me arregle un poco y cogí mis dos maletas. Cuando el tren se detuvo salté al andén. Había allí una pequeña estación de madera y unas cuántas casitas a su alrededor: un desierto.
Entonces vi a Ann Karlsson. Estaba de pie junto al coche, mirándome; sonrió. Era alta y rubia, muy esbelta, y nada vieja, apenas treinta años. Además, era muy elegante, casi como una modelo.
Me pregunté que pensaría ella de mi aspecto. Yo era muy vigorosa, de cara ancha y vacuna, con unos cuántos lunares, las piernas demasiados gordas, y largos cabellos negros, que son lo mejor que tengo.
Crucé las vías.
- Hola-dijo ella.
- Hola-dije yo.
- Supongo que eres Evy.
- Sí; y usted es la señora Karlsson.
- Llámame Ann.
Abrió la portezuela del coche y señalo el asiento de atrás.
- Ese es Peter-dijo.
Vi una figurita pequeña y delgada. El niño era casi calvo, y observé en él algo muy peculiar.
- Te presento a Evy-dijo Ann Karlsson.
El niño farfulló algo.
- No sabe hablar-dijo su madre -. Es subnormal.
Volví a mirarle. Tenía la cabeza muy grande. Y los ojos muy grandes. Parecía tener una mueca grabada en la boca. Su cuerpo era menudo, con los brazos y las piernas muy flacos. Me hizo pensar en una horrible araña.
- Hola-le dije, lo mejor que pude.
- Te acostumbrarás a él-dijo la madre-. Vámonos.
El cielo estaba gris, como si hubiese lluvia en el aire, pero se resistiese a caer. Viajamos en silencio.
<< Con que era esto - pensé-. He aquí lo que me toca esta vez. Cuidar a un niño subnormal. >>
Penetramos en el bosque. La carretera se estrecho; luego seguía una pendiente tan pronunciada que Ann tuvo que pisar con fuerza el freno. El Opel dio un bandazo y, después de una nueva curva de la carretera entramos en un patio.
De momento pensé que aquello parecía una casa de campo, pero enseguida vi que era una típica residencia de verano, con césped y macizos de flores, un columpio, muebles de jardín, y un pequeño excusado exterior, con un corazón rojo pintado tontamente en la puerta.
Nos apeamos.
- Es bonito- dije-. Esas flores son muy bonitas. Y hay un bonito retrete.
Ann Karlsson lo miró.
- ¡Oh! - dijo ella-. No sé. Esta bien aquí afuera,pero el corazón estaría mejor en cualquiera otra parte.
Temí haber dicho una tontería.
- ¿Sabes?- siguió diciendo ella-, compramos esta casa este año y no ha habido tiempo de hacer gran cosa.
Peter estaba en pie detrás de ella, bajo la luz sesgada del sol, inclinado hacia delante como un monito, agarrado al dobladillo de su vestido.
- Entremos- dijo Ann-. He preparado unos bocadillos. Debes tener hambre.
- Sí. Gracias, tita - dije.
Ella me miró. Después se echó a reír, levantó a Peter y entró con él a casa. Les seguí con mis maletas.
- De momento, déjalas en el vestíbulo.
Preparó la mesa en la cocina, que era muy pequeña, aunque tenía un fregadero, un horno y un frigorífico.
- Calentaré el café- dijo Ann Karlsson.
Peter se sentó en el suelo y empezó a jugar con los dedos de los pies. Su madre estaba de pie dándome la espalda, alta y esbelta, muy segura se sí misma.
- Es la primera vez que tenemos a alguien durante las vacaciones- dijo.
- ¿Sí?- dije.
Y pensé: también es la primera vez que yo te tengo y a esa extraña criatura. Pero pensé que, por el momento, era mejor tener cerrado el pico. Una siempre es la <<invitada>>, la que ha <<ido de visita>>.
Tomamos café y comimos bocadillos.
- ¿Cómo te ha ido el viaje?- preguntó Ann.
- Oh, muy bien.
- Espero que te guste.
Siempre decían lo mismo.
- Gracias-dije-. Estoy segura de que me gustará.
- ¿Por qué lo crees así?
No respondí enseguida. La miré.
- ¿Acaso no debería creerlo? - dije al fin.
Ella sonrió.
- Supongo que dependerá de todos nosotros- dijo ella-. ¿Más café?
- No, gracias.
- ¿Quieres un cigarrillo?
De pronto pensé que todo parecía distinto de lo que debía ser. El niño no estaba es sus cabales y su mamá no parecía mucho mejor. Había oscurecido poco a poco en la cocina. Los árboles que rodeaban la casa tenían un color verde pálido y proyectaban largas sombras. <<Esa mujer debe estar chalada>>, pensé.
- ¿No fumas?
- Tengo mis cigarrillos.
Saqué uno y lo encendí. No valía gran cosa.
- ¿Fumas mucho?- preguntó Ann Karlsson.
- Así, así- dije vacilando.
Ella encendió también un cigarrillo.
- Bueno, eso es cuenta tuya- dijo-. Pero tendrás que pagar tu propio tabaco.
- Claro-dije.
Estuvimos un rato en silencio.
- Bror, mi marido, empieza sus vacaciones dentro de dos semanas. Vendrá el Viernes. Hasta entonces, sólo estaremos tú, yo y Peter. Nos turnaremos para lavar los platos. Yo empezaré mañana.
- Muy bien- dije.
- Te mostraré tu habitación.
Salimos de la cocina y pasamos a la habitación más grande de la casa. Había una mesa, cuatro sillas, un juego de bolos, varios coches de juguete, unas cuantas pelotas y dos montones de libros. Nada más.
Después pasamos a un cuarto pequeño, sin duda al dormitorio principal. Había una cama matrimonio, una camita y una radio. Nada más.
Aún me predecía. Subimos una escalera, y ella abrió una puerta.
-Éste es tu cuarto -dijo.
La habitación no era muy grande. Había una cama, una mesa, dos sillas, una estantería vacía, un aparato de televisión en un rincón, y un jarrón en el antepecho de la ventana. A través de esta podía verse la estrecha carretera que se adentraba serpenteando en el bosque.
-Si necesitas algo me lo dices -explicó Ann-, Nosotros casi nunca miramos la televisión. Por eso pensamos que era mejor que la tuvieses tú. Tal vez te guste más que a nosotros. Hay un orinal debajo de la cama, por si lo necesitas. Así no tendrás que salir de noche al exterior.

CHICA DE VERANODonde viven las historias. Descúbrelo ahora