2

79 4 0
                                    

   UNA COSA HE APRENDIDOy es que una tiene que apañarse por sí sola. Poca gente se pone de tu parte cuando haces una tontería. Si no quieres que te pisoteen, tienes que ser capaz de devolver los golpes.
    A veces eres tú quien pega primero. Quiero decir que haces algo que cae como una bomba. Es un placer comprobar cómo contienen el aliento aquellos que siempre saben cómo debería hacerse todo, aquellos que trazan una línea desde su nariz hacia la eternidad, y la siguen, pensando que todos los demás deberían seguirles.
    Pero a veces te equivocas y algo se quiebra. Una cara parece hacerse añicos, y entonces descubres que hay un ser humano detrás de ella, y te dientes horrible y lamentas haber dicho lo que has dicho. Pero es más difícil dar un paso atrás que dos hacia delante; al menos para mí.
   Sentada en aquella habitación, pensé que había descargado un martillazo en el rostro de Ann.
   <<Ahora se hará añicos- pensé-, y yo volveré a casa.>>
   Pero ella sonrió.
   - Sí- dijo al cabo de un rato-. Peter también lo es. No mucho; sólo un poco, pero lo es. ¿Evy?
   - ¿Sí?
   - No creo que puedas herirme.
   Lo dijo en aquel tono confiado que tanto me irritaba.
   - No esté tan segura- repliqué.
   - Tal vez no.- Me miró-. Me gustas- dijo-. Bueno, ya hablaremos mañana. Tengo que acostar a Peter.
    Cogí el cenicero y lo llevé a la cocina. Después subí a <<mi>> habitación. Me desnudé y me metí en la cama.
    Podía oír a Ann hablando a Peter, allá abajo.
   - Po pa- decía él.
   Reflexioné un momento. De hecho, era la única persona con la que <<realmente>> había hablado desde hacía varios años. Supongo que también ella me gustó.
   Me sentía un poco cansada. Me adormecí y, de pronto, me desperté del todo. Ahora ya sabía el porqué. Había algo en ella que en realidad no me gustaba. Era condenadamente hermosa. Me vi a misma como ella: alta, esbelta. ¡Que bien lo pasaría! Su manera de andar. Su cara. ¡Cuánto estrago debió de causar cuando tenía mi edad!
   Tal vez sea verdad que todos deberíamos ser iguales, que todos deberíamos valer lo mismo. Pero hay una diferencia enorme entre una chica vulgar y una chica bonita. Y una lo siente. No es cierto que sólo lo sienta la chica vulgar. Lo siente más, desde luego; pero las guapas también lo notan. Y lo más extraño, aunque nadie puede advertirlo o comprenderlo, es que la chica vulgar es cada vez más vulgar, y las guapas son cada vez más guapas.
   La niña bonita sonríe a la niña vulgar. La vulgar soy yo. La bonita es Ann.

   ME DESPERTÉ TEMPRANO, y unos rayos finos del sol entraban en el cuarto. Poco a poco fui recordando las cosas que había pensado antes de quedarme dormida, cuando todo estaba oscuro y quizá no fueran reales. Pero ahora había luz, y todos los gnomos negros habían estallado.
   Éste es uno de mis recuerdos de cuando era pequeña. Había un viejo en nuestro vecindario que decía que los gnomos estallaban cuando les daba la luz del sol. Decía que lo había visto en sus ojos, y nosotros nos burlábamos de él. Pero, en secreto, yo le creía.
   Sonreí para mis adentros. Miré el reloj: eran las seis y media.
   Me vestí sin hacer ruido y bajé la escalera. El sol entraba también en el dormitorio. Ann Karlsson yacía de costado, agarrada de la almohada, resoplando un poco por la nariz, con la boca entreabierta. Los dedos de los pies sobresalían de las sábanas. No llevaba las uñas pintadas. Dormía casi como una niña pequeña.
   Peter estaba sentado en su camita. El chiquillo calvo guardaba un silencio absoluto. Me observaba, agarrado a los barrotes con sus flacas manitas. Me acerqué a él.
   - Hola- murmuré.
   Alargué la mano con intención de acariciarle, pero, en ese mismo instante, se dibujó aquella mueca en su cara. Tragué saliva y retire la mano. Tenía mocos; por tanto, cogí un pañuelo, lo pasé cuidadosamente por los barrotes, y le limpié la nariz. Él murmuro algo.
   Volví a mirarle. Los grandes ojos negros me observaban fijamente. Entonces apretó la cara en los barrotes y levantó las manos, como si quisiera lo alzase.
    Pero yo pensé que ya había hecho bastante con sonarle, y lo dejé estar.
   Cuando salí para ir a la cocina, oí que farfullaba. Pensé que había muchas cosas extrañas en él. Tenía diez años, pero parecía tener cuatro; sin embargo, cuando se le observaba o escuchaba, parecía un viejo que hubiese vuelto a la infancia.
    Me lavé en la cocina. Me miré al espejo. Aquellos malditos barros no querían desaparecer. Apreté uno de ellos, pero, como de costumbre, sólo conseguí que apareciese una mancha roja y de feo aspecto.
    Me cepillé el pelo, que flotó suavemente sobre mis hombros. Alargué mi rostro y me vi horrible.
    Luego preparé café. Encontré pan, margarina, un pedazo de queso. Hice cuatro bocadillos. Consulté mi reloj. Las siete. Abrí el frigorífico y encontré un pedazo de salchicha. Me lo comí y bebí un vaso de leche. Después, me senté en la mesa y fumé un cigarrillo.
    Se veían los bosques a través de la ventana. Entre los árboles, distinguí el tejado de otra casa, y, más lejos, resplandecía algo. Me pregunté si sería un lago o simplemente el reflejo del sol sobre otra cosa.
     Permanecí sentada, pensando si debería escribir una carta a mamá; pero no tenía ganas de pensar en ella. Entonces pensé un rato en papá, pero ese recuerdo no fue mucho mejor.
    A las siete y media llevé los bocadillos y el café en la habitación de Ann.
    - ¡El café!
    - ¿Qué?- Ann se volvió hacia mí, pestañeando. Después se frotó los ojos-. Querida, ¿acaso no has dormido?
    - Sí, claro. ¿Dónde quiere que ponga esto?
     - Déjalo sobre la cama, en el lado de Bror. Hay un periódico en el suelo.
    Después miró a Peter, y pareció como si un extraño calor subiese su rostro. Rió sin ruido en su dirección.
    Peter estaba sentado como antes, mirándonos.
    - Es un buen chico- dijo Ann.
    Bebió el café y comió los bocadillos. El sol brillaba con más fuerza que nunca.
    - Hará un día estupendo- dijo Ann.
    - ¿Hay algún lago en las cercanías?- le pregunté.
    - Sí, pero el agua está aún demasiado fría. Has sido muy amable al preparar café. Mira a Peter. Por la mañana puede estarse horas sentado de esta manera. ¿Se ha mojado?
    - Creo que no.
    - Entonces debo llevarle al lavabo.
    - Yo lavaré los platos.
    - ¿Lavar los platos? Podemos hacerlo por la tarde. De todos modos, hoy me toca a mí.
    Me dirigió una mirada ligeramente interrogante.
    - ¿Quieres hacer alguna cosa en especial?
    - No sé- dije-. Aquí no hay mucho que hacer, ¿verdad? Subiré a hacer mi cama.
    Subí y me hice la cama. Después me senté en ella y miré por la ventana.
    <<Esto va a ser terriblemente aburrido>>, pensé.
    Oí que Ann trajinaba abajo con Peter, pero no tuve ganas de bajar. Por último, me puse a escribir a mamá: le escribí la carta que ella deseaba recibir.
    <<Y tal vez- pensé mientras escribía-, tal vez lo que yo querría que fuese.>>

CHICA DE VERANODonde viven las historias. Descúbrelo ahora