Capítulo II

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Meses después, el padre de Elizabeth, el Señor Collins y sus hijas, las 2 hermanas menores de Elizabeth, fueron invitados a cenar con su hermano, el Señor Williams.

Estos meses fueron de mucho desagrado para Elizabeth; no había encontrado a ese encantador joven y aún no encontraba esposo. Esto era desastroso, ya que iba a cumplir los 18 en pocas semanas y muchas de las vecinas ya se veían comprometidas a los 17 a pesar de ser inferiores a Elizabeth en elegancia, fortuna, belleza, clase social, etc.

Cuando el carruaje estaba listo para la familia Collins, se fueron en su camino hacia la gran casa del viejo Señor Williams, que vivía sólo, ya que su esposa, Lady Williams, lamentablemente falleció hace años, y sus dos hijas ya se casaron y se mudaron, dejándolo solo al Señor Williams con la compañía de su confiable sirviente y amigo, el joven Newman.

El Señor Williams le dio a conocer a su sirviente que alguna de su familia vendría a cenar y que debía atenderlos de la mejor manera posible, ya que eran de clase muy alta y eran algo obstinados y orgullosos. Newman no lo podía creer, ya que el Señor Williams no era nada así, pero tomó la palabra de su amo.

Esta sería la primera vez que Newman conociera familia de su amo, que no eran sus hijas, yernos y nietas, y el estaba preparado para servirles, sin importar quienes puedan ser.

Cuando el carruaje de los Collins llegó a la casa del Señor Williams, el estaba esperándolos en la puerta principal y mando a Newman que les abriera la puerta del carruaje a sus estimadas sobrinas, las señoritas Collins.

Primero salió la menor, Maria, de 12 años, luego Charlotte, de 15, y finalmente, Elizabeth, la mayor, de 17 para 18.

¡Qué sorpresa tan inesperada! Que esa Señorita Collins que conoció hace tiempo era esta Señorita Collins. Y para ella, ese joven misterioso y perfecto que se encontró una mañana en la ciudad le estaba sosteniendo la puerta.

Por un momento, ambos se olvidaron del tiempo y del mundo entero y compartían una mirada de admiración y otra cosa no definida en sus ojos, que brillaban al versé otra vez.

Pero el movimiento repentino de los corceles destruyó ese momento para siempre.

La mirada de Elizabeth cambio de sorpresa a confusión y sus pensamientos estaban desordenados al caminar hacia su tío para saludarlo.

Mientras el Señor Williams y su hermano charlaban, tomando asiento en los muebles exteriores en el pórtico, Elizabeth solo miraba sin emoción a ese joven, cuyo nombre había descubierto ser Newman, atender a su padre, a sus hermanas, y con cierta vergüenza, atenderla a ella.

"Es el sirviente de mi tío," pensó Elizabeth, sin saber que sentir, preguntándose como era posible que, siendo de las clases más bajas, Newman tenía los rasgos de galanes de las clases más altas, y hasta los excedía en ser cortés, ser encantador, ser sumamente agradable en todos lo sentidos, a excepción de no tener fortuna ni fama.

"No puede ser," ella pensó, el hombre que pensaba que amaba era nada, era nadie. ¡Qué desastre! Y le hecho una mirada de desagrado, vergüenza y arrepentimiento por lo que algún vez sucedió entre ellos.

"No puede ser", pensó Newman, tan delicada, dulce, de buen corazón que aparentaba... resultó ser sobrina de su amo y ahora lo detesta por ser inferior. Pero aún así, él la amaba.

Cuando la cena ya había acabado, y los Collins se preparaban para su estancia en la residencia de Williams, Elizabeth chocó con Newman en la esquina del amplio corredor.

Él le ofreció una pequeña sonrisa, pero ella volteo la cabeza, alejándose de la presencia de Newman.

Pero él no se rindió, se atrevió a tocarle su brazo, y a su toque ella se congeló, pero mantuvo su fría actitud.

-No te atrevas a tocarme ni hablarme. Ten en consideración que no somos iguales. Yo fui ignorante al no saber ni preguntar quien eras, pero ahora que lo se, que eres nadie a lado mío, no quiero nada que ver contigo. Ahora ¡muevete, qué estorbas!

Sin otra palabra más, el entendió que era él para ella y la dejó pasar. Ella le dio su espalda y se fue hacia su habitación.

"Y pensar que aún amo a esta niña orgullosa y de mal gusto," pensó Newman al verla desaparecer.

Nunca más Elizabeth le dirigió su palabra ni su mirada hacia Newman, con miedo a enfrentarlo, o mejor dicho, con miedo a enfrentar sus sentimientos.

Unos días después, era tiempo que los Collins regresaran a su hogar. Todos expresaron su máxima gratitud hacia el Señor Williams, y las dos señoritas Collins menores también expresaron gratitud hacia Newman por haberlas atendido como todo un caballero durante la estancia. Después de las despedidas y los abrazos, los Collins montaron su carruaje y se fueron para nunca regresar.

Otra vez solos, en la biblioteca, el Señor Williams le preguntó a Newman, -Mi estimada sobrina, la Señorita Elizabeth y tú, Newman, ¿ya se habían conocido antes?

Newman suspiro en tristeza y humillación.

-Esos ojos tan brillantes como el cielo le pertenecían a ella. Por favor disculparme por mi atrevimiento amo, no tenían la menor idea que era su sobrina.

-Newman, no tienes porque pedir disculpas, cualquiera se enamoraría de una rosa como ella, hasta que descubres sus malditas espinas.

Newman reflexionó sobre todo lo que le había sucedido con respecto a la Señorita Elizabeth Collins y llegó a su conclusión: nunca jugar en los jardines de rosas otra vez... Sin estar preparado.

Perfección ImperfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora