Monday: Grace (III)

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Cuando me dirigía a sesión esa tarde de invierno me sentía más nerviosa que nunca.

Mi aspecto era terrible. Unas pronunciadas sombras oscuras bajo mis ojos hacían contraste con mi fantasmagórica piel, mis ojos verdes se mostraban muertos, y ni siquiera me había tomado el trabajo de darme una ducha.

Me sentía muerta.

Al llegar a la casa de Becca toqué el timbre, y esperé pacientemente hasta que su melena rizada apareció tras la puerta.

—Buenas tardes, Grace.—saluda ella haciendo caso omiso a mi descuidado aspecto.

Asiento con la cabeza y sólo logro esbozar una débil sonrisa. Ella se hace a un lado para dejarme pasar.

Me siento y no digo nada. Supongo que la chica de ojos azabaches ya se habría dado cuenta de mi angustia, pero aun así se tomó su tiempo para hacer dos cafés.

Cuando terminó, me dio uno. Aunque la verdad, no tenía apetito de nada.

—Estás taciturna.—dice luego de un trago.—¿Ocurrió algo?

Mis inquietas manos no dejan de tirar del dobladillo de mi falda. Tengo que contárselo, pero posiblemente le parezca una estupidez.

—De hecho sí, pero no tiene importancia.—digo.

Me mira con el ceño fruncido y se coloca sus gafas de marco grueso que descansaban sobre la mesa.

—Todo acá tiene importancia, Grace.—me explica.—Cada cosa, por más pequeña que sea, puede ser la raíz de algo gigante.

Tomo aire y me dispongo a hablar.

—Tuve un sueño extraño. No sé porque me angustia tanto.—suspiro.—Al fin y al cabo sólo es eso; un sueño.

Becca niega con la cabeza y yo la miro confundida.

—Los sueños es algo muy importantes en el psicoanálisis. Son recuerdos o vivencias reprimidas por el inconsciente, que vuelven a tu cabeza mientras duermes disfrazados de otra cosa para que no los puedas asociar. También son miedos o deseos.

Asiento, y cuando abro la boca me cuesta hablar. Parece que mis cuerdas vocales están secas y mi garganta repleta de un humo espeso.

—Era yo hace unos años. No puedo decirte exactamente cuántos, pero era cuando estaba haciendo el curso de computación en la universidad...

(...)

Soñado el 2 de diciembre de 2015.

Me encontraba sentada en las escaleras de la universidad leyendo La Odisea del histórico escritor Homero, cuando de pronto miro hacia afuera y veo una lluvia torrencial empapando la ventana.

Suspiro y guardo el libro. Me coloco mi antigua chaqueta verde y salgo de la institución para tomar un taxi.

Al poco tiempo de hacer dedo, un carro amarillo para y me adentro en él. El taxista en un tipo viejo de barriga cervecera y pelo canoso.

—¿A dónde? —pregunta mascando ruidosamente un chicle.

—William Brown 93.

Asiente y arranca el auto que amenaza con desintegrarse de lo descuidado que está.

Me coloco los auriculares, y los molestos sonidos de este cacharro son sustituidos por Help de The Beatles.

A los pocos minutos, el auto para seguramente para subir a más pasajeros. Los taxistas son tan hijos de puta que no suelen hacer eso, pero dado el clima estoy segura que el panzón de apiadó.

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