Prólogo

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Las vacaciones de la familia Jauregui estaban en su punto final. El crucero por el Caribe había resultado encantador, refrescante y satisfactorio para todos.

Incluso para Lauren: la chica que no se enamoraba, lo había hecho. No sabía si era un amor eterno o pasajero, pero quería disfrutar todo lo que pudiera, quería llevarse los mejores recuerdos de allí y de su amante. Al fin y al cabo, de esas locuras se basa la vida, ¿no? Amores a primera vista, despedidas, corazones rotos, y una sonrisa a pesar de todo.

-Lauren, te busca tu... amigo.

Una sonrisa se escapó de los labios de la enamoradiza chica. Recogió su cabello rápidamente, besó la mejilla de su madre y corrió en busca de su Romeo.

-Espera, hija -suspiró-. No me gusta ese hombre, tiene algo extraño, no quiero que te acerques a él.

La oji verde miró a su madre confundida. ¿No era ella la primera en pedirle siempre que se fijara en un hombre atractivo y agradable, de buenos sentimientos? Entonces, ahora que por fin se arriesgaba, ¿por qué quería detenerla?

-Mamá, lo amo.

-¡¿QUÉ?! ¡¿Qué barbaridades dices, por Dios?! Una semana, Lauren, ¡una semana es lo que llevas de conocerlo! No lo verás más en lo que queda del viaje, he dicho.

-Ya tengo 18 años, madre. No puedes prohibirme nada -decretó firmemente y salió de la habitación.

Maldita la hora en que Lauren había conocido a ese hombre.

Clara era una persona que analizaba a otras personas, las estudiaba; siempre buscaba una falencia, la más mínima cosa para apartarlas de su vida, o de la vida de su familia. Había una cosa en el comportamiento de ese chico que la hacía estremecer, que la hacía desear jamás haber abordado ese crucero. Solo que no sabía qué era, pero de alguna u otra forma sabía que su hija debía permanecer alejada de él. Tal vez era su raro comportamiento en la mesa, o su manía de jugar con las manos nerviosamente siempre, o el hecho de sudar como si de un corredor de la maratón se tratara. Seguía sin saber, pero algo había ahí.

Algo malo.

Oh, el sexto sentido de una madre, jamás falla.

En la otra punta del barco, se encontraba un hermoso italiano, sonrisa coqueta, traje bien puesto y aroma encantador, abrazado a la cintura de una tonta chica de 18 años, sonriendo soñadoramente.

-No quiero irme nunca más de aquí, Paolo. Quiero seguir contigo siempre.

-Es un deseo mutuo, bella Lauren. Pero... Es algo que no te puedo ofrecer por el momento.

Ella suspiró. Era obvio que no podía, ni por el momento ni nunca más. Una vez se bajaran de ahí, cada quien seguiría con su vida, y quizá jamás se volverían a ver. Demonios, primera vez que sentía algo por alguien, y era en un viaje. Simplemente genial.

-Quiero que me recuerdes siempre, bella mía -suspiró mientras se soltaba de ella, para mirarla fijamente-. Quiero que te entregues a mí, Laur, quiero hacerte mía-. Los ojos de la chica se abrieron completamente. No se esperaba eso-. Te prometo que no olvidarás mi nombre nunca más, doncella.

-¿Te refieras a tener se...sexo?

-¡No! Yo quiero hacer el amor contigo, quiero ser el que te cambie la vida.

Lauren lo pensó un par de minutos, sospesando las posibilidades.

¿Entregarle su virginidad a ese hombre? Nunca más lo volvería a ver, era solo su amor de verano, su locura en el crucero. Pero...sentía que lo amaba, entonces, ¿por qué no hacerlo? Siempre tan reservada, siempre tan callada. Era hora de darle emoción a su vida, era hora de vivir aventuras.

Esa misma noche, Lauren entregó su preciada virginidad a aquel hombre, Paolo, que le prometía el cielo y las estrellas a cambio...

Oh, Lauren, ¿qué hiciste?

Un día después, bajo las miradas furtivas de su madre y los deseos del resto de la familia por quedarse, la oji verde finalmente abandonaba el crucero, con un hermoso recuerdo.

-¡Lauren! ¡Bella! ¡Espera!

Todos los Jauregui voltearon a la vez, para encontrarse con un Paolo sonriente. Clara y Michael miraban con cierto recelo, mientras Taylor y Chris rodaban los ojos: Lauren ya estaba con los ojos llorosos.

-No digas nada, solo...solo ten esto -le entregó una cajita roja aterciopelada algo grande, con moño color plata-. Promete que no lo abrirás hasta que estés en tu casa, o en el avión, pero sola. ¿Lo prometes?

-Sí.

-Perfecto. Nunca me olvides, Lauren, recuérdame siempre.

*******

Una vez en el avión, casi todos los pasajeros dormían, menos Lauren, quien seguía sosteniendo la cajita. ¿Qué sería? ¿Un anillo? ¿Una foto? ¡Tenía que ver qué era!

Finalmente se decidió a abrir la caja, y lo primero que sacó fue un papel.


"Hola, bella. Te prometí que no me olvidarías..."

Siguió mirando el siguiente papel fijamente, que le indicaba levantar su regalo y abrir el envoltorio. Cuando lo hizo, creyó que se trataba de una broma de pésimo gusto. Sus manos taparon su boca de una vez, evitando un grito que despertara a todo el mundo.

En el empaque había un ratón, un ratón muerto.

Agarró el último papel, dejando que las lágrimas salieran, conteniendo sus sollozos, y sientiendo como su mundo se caía poco a poco.

-¿Por qué yo? -Fue lo único que susurró, antes de dejarse llevar por las lágrimas del todo.

"Hola, bella. ¿Viste cómo te cambié la vida? ¿Viste cómo nunca me vas a olvidar? Felicidades, pequeña zorra. Ahora eres una portadora del VIH. Suerte con tu sida, que seas muy feliz, doncella"

Lauren's SecretDonde viven las historias. Descúbrelo ahora