El doctor Myers

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Friederich Myers es uno de los mejores psicólogos de Europa, originario de Francia, cuenta con más de 5 títulos en medicina, antropología y psicología, además de un doctorado en patologías psicológicas; viaja de país en país estudiando y atendiendo los casos más desconcertantes de pacientes con conductas extrañas y hasta peligrosas.

Hoy su trabajo lo trae de regreso en París.



-Haga seguir al paciente, por favor- dije a la enfermera sin despegar los ojos del historial médico del paciente.

"Pierre Le Brune, 48 años, abogado"

-enseguida, doctor- expresó la enfermera dejando la oficina, cerrando la puerta tras de sí.

Vi en el informe la foto de un hombre, en traje, con un peinado hacia atrás, con pelo abundante y ondulado, con una expresión de satisfacción en su rostro, y al respaldo de dicha foto, se aclaraba que la foto había sido tomada de su expediente laboral, previo a que le internaran.

-Merci-exclamé al vacío al notar que la enfermera ya se había marchado.

No obstante, no despegue los ojos de aquella carpeta.

"esquizofrenia paranoide, alucinaciones, delirio de persecución, sociopatía psicopática"

Al parecer ya habían hecho cierto diagnóstico del paciente Le Brune, incluso después de llamarme a examinarle. Cuando me llamaron, me expresaron los doctores su incertidumbre al notar que el paciente cambiaba constantemente de diagnóstico, es decir, que no se podía darle un determinado diagnóstico pues el paciente al parecer cambiaba de síntomas y de trastorno. Esto era común en algunos pacientes con múltiple personalidad, pero aunque sea en estos, la múltiple personalidad era un diagnostico fijo, con este paciente, toda certeza era prontamente descartada.

Oí que abrieron la puerta, y era la enfermera, la cual entró y miró hacia afuera e hizo una seña a alguien para que entrara, entonces vi a dos hombres notoriamente fuertes y grandes en traje blanco de enfermero entrar a la sala sujetando a un hombre en una camisa de fuerza.

Pude suponer que era mi paciente, un hombre delgado, demacrado, con ojeras muy notorias, con moratones en el rostro y cuello, con la mirada baja, perdida en el suelo, con muy poco cabello, no paraba de mirar al paciente, luego a la carpeta en mis manos, y luego al paciente de nuevo; casi acuso a la enfermera de haber confundido el paciente, pero en cuanto este levantó un poco la mirada, reconocí cierta facción en su rostro que vi en la foto del historial médico.

La enfermera me miraba, haciéndome una seña con los ojos, de que dejara sentar al paciente, más bien, de que diera la orden de que lo sentaran.

-por favor siéntenlo, caballeros- dije sin dejar de analizar el rostro del señor Le Brune.

Los enfermeros le pusieron la mano en el hombro, y con la otra mano le indicaron que se sentase, a lo cual el hombre se sentó lenta y gentilmente.

Viendo esto, procedí a tomar mi cuaderno que estaba sobre la mesa junto a mí, junto con mi bolígrafo, y miré de nuevo a mí alrededor.

Veía a los dos hombres parados junto a aquel hombrecillo demacrado, y a la enfermera dejando la oficina y cerrando la puerta.

Al parecer ellos no iban a dejar la habitación.

-buenas tardes, señor Le Brune- dije al paciente sin obtener respuesta.

-buenas tardes, señor Le Brune- repetí con un tono aún más alto y con la mirada fija en él.

Sobre la mente y  otros verdugosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora