-aquí están las llaves para los cerrojos de las puertas, no los pierdas- oí decir a la señora Baker, mientras yo recibía la última caja y la dejaba en mi alcoba – mejor te las dejo sobre la mesa- expresó al verme tan ocupado. Mientras, yo trataba de sostener unas cajas apiladas al lado de la sala, y evitar que se desparramaran en un montón de cartón y trozos de porcelana. Oí a la señora Barker retirarse y cerrar la puerta. Murielle Barker, hasta donde sabía, era la casera del edifico al que me mudaba y era una buena persona, fue muy amable al recibirme en el edificio, y trata a todo el mundo con delicadeza; era una dulce anciana, enérgica a decir verdad.
Seguí organizando mis cosas en estantes y mi closet, el cual no era muy grande; a penas si cabía mi ropa. Mientras abría las cajas, decidí sacar de una vez los implementos de baño, y ubicarlos en el cajón del lavamanos, pues necesitaba bañarme e ir a la tienda por la comida de la semana. Abrí el baño, y noté que en el piso había una cinta de "no pase" rota.
-la maldita promoción- murmuré.
Estos apartamentos de miserables 2 habitaciones eran demasiado costosos para mi presupuesto de contador inexperto. Aunque eran "demasiado baratos" según los periódicos y la gente exitosa, eran costosos para mi, todos eran demasiado costos para pagarlos...todos menos este, pues al parecer unas 3 semanas antes de comprar el apartamento y mudarme, el anterior dueño se suicidó dentro del apartamento, esto hizo que nadie quisiera comprarlo incluso con un precio tan bajo que parecía absurdo, nadie excepto yo.
-¿seguro que lo quieres, chico?- dijo la señora Barker mientras firmaba el contrato de renta en aquella ocasión.
-estoy seguro, no soy alguien supersticioso-
-bueno, aunque sea eres un buen muchacho- dijo sonriéndome y soltando una amable aunque senil carcajada.
Siempre me decía que era un buen muchacho, y yo siempre le sonreía de vuelta.
Recogí la cinta y la arrojé a la basura, prendí la luz y empecé a ordenar mis implementos de baño, mis jabones, mi shampoo, mis peines, mi rasuradora, el botiquín, mis píldoras para la tensión, cepillos de dientes, cremas dentales y el papel higiénico.
Ya se hacía tarde y prendí algunas luces del apartamento, pues tenía una ventana en la sala, una en mi alcoba y eso era todo, era un lugar bastante oscuro, y más aún por la noche.
Me bañé, me vestí, y me puse una chaqueta negra, estaba haciendo frío afuera, y no pensaba resfriarme, no con tanto trabajo, pues aquí me mudé fue para trabajar.
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Sobre la mente y otros verdugos
HorrorPregúntese usted cuantas veces ha sentido que algo le observa desde los rincones oscuros de su casa. O si también en ocasiones tiene pensamientos tan horribles que siente la necesidad de olvidarlos inmediatamente. Este libro es una colección de cuen...