"El Ojo"

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A veces se produce un error en el plan donde la
realidad nos incluye. A veces
es tan grave, que ser consciente de ello resulta un
hecho extraordinario, algo
para lo que nuestro cerebro no fue programado.
Intentar comunicarlo es lo
mismo que buscar la consideración de loco entre
nuestros iguales. Yo lo sé, lo
he vivido: he visto el velo rasgado y los
engranajes que se ocultan detrás.
Todo ocurrió en una madrugada de noviembre. Yo
dormía plácidamente, sin
preocupaciones, como cualquier otra noche.
Entonces, desperté de improviso.
Ese fue el error, el fallo dentro del plan. No
debería haber despertado en ese
momento, no estaba previsto que así fuera y, sin
embargo, por causas que me
son desconocidas, lo hice.
Abrí los párpados de súbito, despejado por
completo y sin el menor rastro de
sueño. Creo que fue esa reacción tan inhabitual
en mí la que sorprendió a la
realidad con el pie cambiado. Así alteré sin
quererlo el futuro que me estaba
predestinado.
Un ojo flotaba en mitad de la oscuridad de mi
habitación. Un ojo de aspecto
humano, con el iris de azul hielo ¿Pertenecía a
alguien que estuviera ahí, en
silencio? No, no era eso lo que parecía, pues
habría alcanzado a ver algo más
del rostro o silueta del extraño; no tendría sentido
que sólo una parte tan pe-
queña fuera visible, nada más.
Era un ojo solitario, que me observaba sin
pestañear.
Mi propio terror quedó paralizado, mientras
analizaba la forma de aquel ojo sin
expresión, fijo en mí. Sé que hubiera perdido el
juicio en el mismo instante del
descubrimiento, de no ser porque, en el fondo,
aún no podía creer que estuvie-
ra despierto. No... no es cierto, yo sabía
perfectamente que ya no dormía, que
aquel ojo era tan real como mi cama y que estaba
ahí, observando mi estupor;
pero yo prefería intentar engañarme -protegiendo
mi anterior y sencilla concep-
ción de la realidad y, tal vez, mis últimos minutos
de vida-, jugar a autoconven-
cerme de que experimentaba uno de esos sueños
lúcidos, que se moldean casi
como los actos de la vigilia, con mano firme
sobre las riendas de la imaginación.
Darme tiempo para asimilar que lo imposible
estaba ocurriendo delante de mí.
Intenté que la conmoción y su efecto se
mantuviera, conteniendo el miedo
creciente que, de estallar, precipitaría que el
dueño de ese ojo -fuese lo que
fuese- se lanzara a terminar conmigo, único error
y testigo de su existencia.
Ganar minutos a la muerte, concentrando y
extendiendo mi pensamiento en
analizar qué podía ser aquello que me observaba
desde la oscuridad.
Podría haber sido una persona; un asesino, un
ladrón. Pero, de ser lo primero,
ya estaría con la garganta abierta, y un ladrón
hubiese huido al saberse descu-
bierto. Además, en la actitud de la mirada que
bañaba el ojo, había algo profun-
damente frío, carente de emoción alguna,
inhumano incluso. Y como dije antes
¿Qué sentido lógico tendría que sólo esa pequeña
parte del rostro apareciese
iluminada ante mí? No, era obvio: ahí sólo había
un ojo flotando en la oscuridad.
Podría ser que aún estuviese durmiendo, viviendo
uno de esos sueños nítidos
en los que todo se siente con más intensidad que
incluso durante la vigilia, y
que llegan a confundirse con ella. Pero decidí
morderme la lengua, un acto de
voluntad libre, con objeto de poder descartar tal
posibilidad. Sí, sentí la modula-
ble presión de mis dientes, el dolor intenso, real...
estaba despierto.
Tal vez un ser de pesadilla había escapado a la
red de mis sueños, o a su dimen-
sión particular; y ahora estaba ahí, observándome,
antes de tomar una decisión
que bien podría acarrear mi muerte o el quebranto
de mi cordura, en el mejor
de los casos. Si bien no existe forma humana de
poder despreciar tal hipótesis
con total garantía, ya desde el mismo momento se
me antojó como algo ridícu-
lo, una rémora de los viejos miedos infantiles que
todos escondemos en algún
rincón de nuestro subconsciente.
Entonces se iluminó en mí una extravagante
posibilidad, una opción alucinante
que, de tan inconcebible, y precisamente por ello,
bien podría ser la más certera.
Si nuestros sentidos, ideas, percepciones...
nuestro cerebro al completo -y por
lo tanto nosotros en su interior- es esclavo de
todos aquellos elementos relacio-
nados con la adaptación al medio... ¿No será al
tiempo absolutamente ciego ha-
cia el infinito cosmos de cuanto nada tiene que
ver con la supervivencia? ¿Cómo
podría captar un perro la existencia de una
ecuación? ¿Y si ese perro, durante
un fugaz segundo, pudiese concebir las
dimensiones del mundo que habita, su
ínfima posición en él?
Un error de los que están ahí detrás me permitió
a mí, ignorante perro humano,
descubrir que todo aquello que consideramos
realidad se deriva de una exquisita
programación biológica que mantiene constante
una ilusión extraordinaria en di-
mensiones y contenidos.
Y por tanto, sin más valor que el que entre todos
le otorgamos.
Mientras así pensaba, sé que pestañeé durante un
instante prolongado, intentan-
do procesar las abismales consideraciones que
ahora se abrían ante mí como po-
zos de soledad eterna; y cuando abrí de nuevo
los ojos...
El ojo azul ya no estaba allí.
Miré hacia un lado, hacia otro, pestañeé varias
veces... pero todo era oscuridad.
Había desaparecido mientras concebía aquella
hipótesis, como si se hubiese senti-
do descubierto en su integridad, confirmando así,
involuntariamente, que estaba
en lo cierto.
Desde aquel momento, la vida dejó de ser cuanto
había sido hasta entonces. Las
puertas de la locura se abrieron ante mí, y las
franqueé formulando preguntas, ya
sin poder parar...
¿Por qué era un ojo? Ellos -o ello, lo que quiera
que sea eso que está ahí detrás-
no son humanos ¿Era una broma? ¿Se burlaban
de mí?
Si todo cuanto toco es una simple reacción
atómica concebida para hacerme creer
que el objeto tocado posee realidad.
Si todo cuanto veo no son más que los resultados
que mi cerebro crea ante el
impacto de frecuencias y ondas, al igual que con
cuanto llega a mis oídos.
Si todo lo que como son átomos, moléculas,
aglomeraciones unidas por configura-
ciones electrónicas estables ¿Configuraciones
electrónicas? ¿Pero qué esencia tie-
nen? ¿Qué estoy comiendo? ¿Qué significa
comer? Proceso electrones que corren
temporalmente junto a otros electrones... ¿Cuándo
se llega al fondo del átomo?
Si con quienes hablo son fantasmas
autoengañados, desconocedores de sí mis-
mos, víctimas de nuestra común condición, con
quienes sólo puedo intercambiar
mentiras repetidas.
Mentiras y más mentiras, tan profundas que se
confunden con la verdad. ¿Cuán-
tas soledades se contienen en la soledad de
aquel que sabe que ya ni siquiera es
una persona, sino un acto procesual del devenir?
Si todo esto es así... ¿Cómo es
la auténtica realidad que nos es vedada?
Mi ego es un sistema de creencias acerca de lo
que creía ser. Una carátula, una
máscara sobre un proceso constante, invisible,
que delimitaba y contenía un río
de nada sin fondo. Una configuración electrónica
más, ya difuminada, disuelta,
destruida...
Ahora floto en el caos de la realidad absoluta.
¿Quién habla? ¿De dónde surgen estas palabras?
Me hablan, me inyectan, me medican, me hacen
dormir. Pero despierto, y las
preguntas lo inundan todo como un caudal
titánico aunque invisible ¿Quiénes
sois? ¿Qué creéis que sois? Os compadezco y
envidio, porque yo ya no puedo
creer en nada, sólo flotar en una tormenta
electrónica de sufrimiento sin dolor
físico. Me intentáis convencer, palabras, palabras,
palabras, y casi podría llorar
de ternura ante vuestra ignorancia, por la que yo
daría, haría cualquier cosa.
Cualquier, cualquier cosa.
Y a medida que hablo, que pregunto sin cesar,
algunos se quedan fascinados,
escuchándome. Pero ellos no permitirán que
llegue a convencerles, a descubrir
que existe otra realidad tras el velo. Inventaron la
etiqueta de la locura para
aislar y castigar a los visionarios que
descubrieron el gran engaño. Porque siem-
pre nos reímos de quien dice la verdad. O lo
matamos, para no escucharle, para
que nada cambie.
No lo permitirán. Cuando alguien empiece a creer
en lo que digo... me desco-
nectarán.
Ellos lo llamaron muerte, pero no existe tal cosa.
Disolviendo mi cuerpo se ase-
guran de que no seguiré hablando; mi voz
quedará sólo en estos papeles, sin
añadir una palabra más. Pero mi alma electrónica
fluirá, se entremezclará con
tantas otras, esas presencias invisibles, infinitas,
que ahora mismo siento a mi
alrededor. Me fundiré en el caos absoluto que
nos espera tras la gran Mentira.
Ya han comenzado a trabajar sobre mí. Será un
proceso lento y doloroso. Me
quebrarán por dentro. Debilitarán mis órganos,
mis nervios... como a tantos
otros, me postrarán en una cama, me convertirán
en un completo demente,
después seré un vegetal que respira... antes de
ser desconectado para siempre.
¿Por qué tuve que abrir los ojos aquella noche?
Yo habría sido dichoso en mi
ignorancia, como un niño en el paraíso de su
infancia inconsciente ¿Por qué
cometieron el error de rasgar el velo? La realidad
es el peor de los infiernos,
oculto para protegernos, para permitir la vida.
Nunca salgas en su búsqueda,
nunca quieras conocerla. Te destruirá sin
remedio, créeme. Ojalá nunca des-
cubras aquello que causó mi fin.
Un ojo azul observándote en la oscuridad.

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