Estaba en casa tomando una siesta cuando Emilia abrió la puerta de enfrente. El sonido de la puerta siendo empujada me despertó y caminé desde cuarto a la sala de estar. Venía de su clase de catolicismo; al verme no hizo más que abrazarme. Atrás de ella venían Papá y Julia. -¿Te gustó la siesta? -dijo Julia burlonamente mientras revolvía mi cabello con sus manos. Moví mi cabeza y bufé siguiéndole el juego.
Mi padre me miró ásperamente y con autoridad. Cerró la puerta tras de sí y colgó su abrigo en el perchero. -Sólo era una broma... -gruñí en voz baja, asegurándome de que no me había escuchado; de no ser así habría tenido un golpe como respuesta. Emilia pasó a nuestro cuarto y fui tras de ella. Comenzó a platicarme sobre su día. Ya sabes, cosas de chicas. Después de su relato me sugirió que viéramos algo en la televisión. Al no rehusarme fue en busca del control remoto y yo brinqué al sillón para acomodarme. Ella rodó los ojos ante mi pequeño acto inmaduro, se situó a un lado mío y encendió la televisión. Emilia era del tipo de chica que en lugar de ver telenovelas y caricaturas, prefería ver Discovery Channel, Animal Planet o National Geographic. A mí me gustaban también. De hecho, eran los únicos canales que lograban mi total atención.
Cuando cayó la tarde Julia nos mandó a dormir. Solamente un pequeño rayo de luz proveniente del alumbrado público iluminaba aquella habitación. No mucho. Esa noche, una y otra vez juré haber escuchado pequeños ruidos por fuera de la ventana. Una rama rompiéndose, hojas siendo pisadas... y todo el tiempo pude percibir el olor a sudor, y sangre. Mantuve mis ojos abiertos casi toda la noche