I.

1.1K 90 17
                                    

Era una noche fría y de fiesta en Londres, todos los empresarios de la ciudad asistirían a una exclusiva celebración, cosa que puso en movimiento las casas grandes.

La casa de los Darling era grande, pero el barullo se concentraba en la habitación de los padres, George y Mary.

George Darling era un banquero respetado y asistiría junto a su mujer a la gran fiesta, lo cual explicaba perfectamente por qué corrían de un lado a otro buscando el moño de la camisa, los botones o el perfume. Corrieron lo que fue necesario para estar bien vestidos, perfectamente presentables y listos para marcharse. Pero no podían irse aún, pues debían despedirse de sus hijos, que apostaban seguirían despiertos.

Mary Darling subió las escaleras presurosa hasta la gran habitación donde dormían, por última ocasión, sus tres hijos; pues al día siguiente Wendy, su hija mayor, sería mudada a una nueva y propia. Abrió la puerta con cautela y se encontró con sus dos pequeños varones recostados, mientras que Wendy estaba sentada con un libro abierto sobre su regazo.

Si había algo que los niños Darling disfrutaran, eran los cuentos de su hermana mayor, quien tenía una increíble habilidad para narrar historias tanto escritas como inventadas.

—Wendy, nos vamos ya. Nana está en el piso de abajo, tu padre le ha prohibido subir, pero aun así cuidará la casa — advirtió la señora Darling.

Nana era el perro de los Darling, una hembra bien educada, aunque de guardiana y aya no tenía mucho, pues era incluso más temerosa que los niños.

—Pero, madre, Nana no debería pasar la noche abajo sola.

—No discutiré con tu padre sobre eso, cariño. Vamos tarde para la fiesta y debe estar tan nervioso como frustrado.

—Bien, pero al menos prométeme que intentarás hablar con él sobre mi mudanza. No quiero dejar la habitación de John y Michael.

—Lo haré. Ahora debo irme, pero estaremos de regreso pronto. Pasen una buena noche, los amo.

Dicho eso se retiró de la habitación, cerrando la puerta tras de ella y dejando a sus hijos con dudas, más que con una noche tranquila.

—¿Vas a dejarnos? — pregunto John, arqueando una ceja.

John tenía solo diez años, pero sabía que si su hermana se tenía que mudar de habitación, eso solo podía significar que se convertiría en una de esas chicas de las que sus compañeros de clase hablaban: una hermana mayor despreciable.

—Por supuesto que no, John. Aunque papá me haga marcharme, me negaré. Pero no hablemos de eso.

John y Michael, quien con solo cuatro años de edad no entendía muy bien lo que ocurría, asintieron y eligieron seguir disfrutando la historia de Wendy.

Esa noche, una aventura ocurría a Peter Pan, el niño que Wendy conocía en sus sueños y a quien le había inventado miles de historias diferentes basándolas todas en su vida peculiar. Peter era un niño ágil, excelente espadachín y capaz de volar por los cielos, pero la cualidad más interesante de Peter era que no crecía. Junto a los niños perdidos y Campanita, su fiel acompañante, vivían todo tipo de experiencias fantásticas.

Sin embargo, Wendy era gentil y dulce, por ello narraba las situaciones en la vida de Peter como algo magnifico, contrario a lo que realmente sucedía en Nunca Jamás, el hogar de estos personajes.

Pero todo estaba por ser descubierto.

Los Darling se recostaron una vez que el cuento había terminado y estaban por quedarse dormidos cuando un estruendo los hizo prender las lámparas de noche. En una esquina se encontraba un jarrón deshecho y un joven familiar.

Wendy abrió los ojos incrédula, mientras John y Michael parecían algo asustados.

—¿Pe-Peter? — preguntó Wendy, sintiendo que un episodio de fantasía se reproducía frente a sus ojos.

—Hola, Wendy — saludó Peter confiado de sí mismo.

—¿Esto es real? ¿Tú eres real?

—¡Claro que soy real! ¿Acaso has olvidado las noches en que te he visitado?

—¿Visitarme? ¿Te refieres a mis sueños?

—¿Sueños? ¡He venido todas las noches desde que te conocí! Adoro tus historias.

—¿Mis historias? — Wendy seguía pensando que aquello no era más que otra idea en su cabeza, seguramente se había quedado dormida sin darse cuenta y ahora soñaba con Peter, como cada noche.

—Sí. Vengo cada noche y te escucho, luego, Campanita y yo vamos a Nunca Jamás y les contamos a los niños perdidos.

—¿A los niños perdidos? ¿En Nunca Jamás?

—¡Sí! Ellos adoran tus historias, les he contado sobre ti y tus hermanos. Creen que ustedes serían perfectos para nuestra familia.

—¿Les has contado sobre nosotros? — preguntó John incrédulo.

—Claro que sí. A ellos les agrada que ustedes sigan pidiendo los cuentos de Wendy, porque eso significa que ellos también podrán seguir escuchándolos. Tal vez deberías ir y contarles uno personalmente — terminó Peter dirigiéndose a Wendy.

—¿Ir a Nunca Jamás? ¿Cómo?

—Oh, volando, claro.

—¡Yo quiero volar! — gritó Michael, deshaciéndose de su cobertor y dando un salto sobre la cama.

—Michael, no. No podemos ir a Nunca Jamás. Papá y mamá se molestarían tanto, además, debemos dormir.

—¡Santo cielo! Wendy, escúchate, ya suenas como toda una adulta aburrida. ¿Qué será después? ¿No más cuentos? — se burló Peter, sabiendo perfectamente que Wendy tenía un temor terrible a crecer y usándolo para convencerla de ir con él.

—No sueno como una adulta aburrida, ¿o sí?

Michael y John asintieron despacio mientras Wendy ponía cara de disgusto.

—Pero no tienes que serlo, ¿sabes? En Nunca Jamás no tienes que crecer si no quieres. Puedes tener la magia y diversión de ser una niña por siempre.

—No lo sé, Peter. No creo que sea correcto.

—¡Por favor! Piensa en Michael y John, apuesto que ellos mueren por volar y por conocer Nunca Jamás.

—¡Sí! — dijeron los hermanos Darling al unísono.

Wendy frunció el ceño y dio un bufido casi inaudible.

—Perdón, chicos, pero no.

En ese momento, algo que Wendy jamás habría imaginado, sucedió. Peter comenzó a negar frenéticamente mientras repetía en voz baja:

—Te di la oportunidad de hacerlo por las buenas.

Enseguida Campanita, que se había mantenido al margen, comenzó a volar en círculos sobre los hermanos Darling, esparciendo un polvo brillante sobre ellos. Michael y John solo veían lo que ocurría sin entender mucho, pero en cuestión de segundos comenzaron a adormilarse. Wendy sintió sueño y cansancio, pero luchó por mantenerse despierta.

Sin éxito.




Nunca Jamás: la historia perdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora