Cap. 1 EL LAGARTO

74 4 0
                                    

     Hay, en la vida de todos, un momento que se queda grabado para siempre en la memoria, que se vuelve decisivo en la vida de cada individuo, y del cual depende todo lo que pueda llegar después. Para Juanito ese momento llegó cuando tenía sólo diez años.

     Él era un niño muy listo, pero algo tímido. Pequeño para su edad, pero con una inteligencia emocional de las que se pueden contar muy pocas. Su madre lo tuvo después de mucho tiempo de espera, pero cuando él cumplía apenas los dos años, le fue arrebatada por un accidente fatal. Desde entonces, había crecido sólo con su padre, quien aparte de cuidarlo y procurarle vestido y alimento, le enseñaba el valor del trabajo, llevándolo desde muy chico con él a las labores del campo que realizaba.

     Para Juanito era algo cansado, pero había heredado el buen carácter de su padre y siempre tenía una sonrisa en su rostro.

     Una tarde, sentado en una banquita afuera de su casa, escuchó muchos gritos y maldiciones. Unos niños iban corriendo detrás de algo que no logró identificar por su veloz movimiento. Lanzaban piedras y se detuvieron ante un gran árbol de Tamarindo que estaba en una esquina frente a un campo, lo rodearon y seguían gesticulando furiosos. Juanito de inmediato se levantó de donde estaba y fue hacia ellos para entender de qué se trataba.

  -- ¡Oigan! ¿Qué pasa? -- preguntó, asustado por la ferocidad de sus rostros.

  -- ¡Tú vete de aquí!

     Le señalaron el camino que acababa de recorrer para que volviera por él.

  -- ¡Tiene que salir!

  -- ¿Pero dónde está? ¡No lo veo!

  --¡Miren! ¡Por aquí se metió!

     Y uno de ellos comenzó a arrancar con todas sus fuerzas un pedazo de corteza del árbol para dejar al descubierto un hueco.

  -- ¡Un hueco! ¡Por aquí se metió! -- y los demás se unieron a él para hacer esa entrada más extensa. Hasta que a uno se le ocurrió una espantosa idea...

  -- ¡Hay que prenderle fuego!

  -- ¡Sí! Mi papá tiene gasolina...

  -- ¡Y yo traigo unos cerillos!

     Juanito sintió cómo el estómago se le hizo pequeñito y en ese momento vio la cara de un lagartito asomarse mientras aquellos malvados hacían sus planes. No salió ni corrió, volvió a ocultarse, y sólo veía ese brillo, como queriendo decirle algo, seguramente pidiendo ayuda... No pudo ignorarlo y se enfrentó con los dos niños que se habían quedado haciendo guardia. No pudo recordar después qué les había dicho o qué le respondieron ellos, pero cuando los otros dos llegaron y corrieron a echarle gasolina al tronco, él se lanzó a meter el brazo para sacar a la criatura indefensa. Pensó que si les obstruía el paso ya no podrían continuar, pero ellos lo empujaron a un lado y... Lanzaron el fósforo...

     Nunca olvidaría esa tarde. Sus risas por ver lo que acababan de hacer, festejaban... Esos ojos brillantes que quedaron incinerados en el corazón de aquel árbol; el fuego consumiendo algo más que simple materia. La inutilidad de su esfuerzo y el dolor que dejó... Recibió gritos y regaños, porque cuando se acercaron los vecinos los vieron a todos ellos jugando con el fuego, divirtiéndose... La gente no pregunta, simplemente asume que uno es igual a quienes están cerca.

     Se sentía muy triste, el recuerdo de las vidas destruidas difícilmente se iría. Le contó eso a su papá, y él le habló acerca de los duendes, protectores de la naturaleza, y de cómo ellos suelen esconderse para no ser vistos, viviendo en los árboles, por ejemplo. Así que ese árbol con el tronco hueco, seguramente era en realidad la casa de uno de ellos, o la entrada a su ciudad subterránea. Lo más probable era que ese lagarto se hubiera asomado y le haya mirado de esa manera para darle las gracias por tratar de ayudarle, y para decirle que estaría bien.

  -- ¿Pero cómo es eso? Si en ese hoyo no había nada... Ni había huellas de que fuera la casa de alguien ni nada...

  -- Los duendes tienen poderes, hijo, son muy pequeños, parecen unos viejitos arrugados pero en color verde, y son muy sabios. Son dueños del libro de la Naturaleza, con sus conjuros y sus fórmulas. No es raro que sean invisibles para casi todo el mundo, porque así es como quieren que sea. ¿Te imaginas que cualquier persona pudiera verlos y saber dónde viven? Seguro que algunas malas personas ya estarían aprovechándose de ellos...

  -- ¿Como esos niños malos?

  -- La verdad, no creo que ellos sean malos, simplemente no saben lo que hacen porque nadie les ha dicho que los animalitos sienten como nosotros... El caso es que los duendes tienen que ser muy cuidadosos y no dejar que cualquiera los vea a ellos ni sus casas. Entonces eligen quién puede verlos y quién no.

  -- Ah, bueno. ¿Y por qué viven en árboles?

  -- Porque los árboles, por medio de sus raíces están conectados a la tierra, que es donde tienen su aldea.

  -- ¿Y tú has visto alguno, papá?

  -- ¿Yo? ¡Claro que sí! Pero eso fue hace mucho. Tú aún no nacías.

  -- ¿Y te dijo algo?

  -- Sí, me dijo que pronto llegaría a mi vida un gran tesoro. Y ese tesoro eras tú.

  -- ¿En serio? ¿Y todos son buenos?

  -- La mayoría lo son, hijo, pero la maldad a veces aparece en el mundo, así que debemos siempre buscar eso que nos hace buenos. Los únicos que no guardan maldad en sus corazones son los animales, en ellos sólo brilla la luz del sol.

  -- Bueno, papá. ¿Y tú crees que algún día podré ver uno?

  -- Estoy seguro de eso, pero ahora, ¡a dormir! Que ya es tarde.

     El padre de Juanito le dio un beso en la frente y lo cobijó bien. Es fácil deducir que con toda esa información nueva, no era precisamente sueño lo que él sentía. Tenía tanta curiosidad por saber más, por escuchar más, que se quedó imaginando ese mundo subterráneo que escondía a esos seres misteriosos. Pero el poco sueño que tenía se unió al cansancio del día y a toda la carga emocional y mental con la cual lidiaba, que se quedó sumido en un rodar sin fin de imágenes y escenas de un mundo desconocido para él. Hasta ese momento...

DE VUELTA AL HOGAR [Concurso Literario Elementales]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora