Todos los duendes de tinieblas aparecieron en la Roca del Mensaje, formando un círculo en cuyo centro estaban el Amo Gran Lagarto y Juanito, inconsciente, a sus pies. Comenzaron a murmurar entre ellos acerca de lo que se imaginaban que pasaría y de cómo pensaban que sucedería. Había muchas hipótesis acerca de lo que diría el mensaje, pero ninguno de ellos sabía cómo hacer para que el mensaje ardiera y el haz de luz le hiciera comprender a "aquel debilucho que según era el elegido".
El Amo Gran Lagarto picó con su cetro las costillas del Juanito, despertándolo al instante. Al abrirse sus ojos, pareció como si dos estrellas se hubiesen presentado a escena, el resplandor que su silueta emitía era ya casi como la luz de una luciérnaga, pero esos dos puntos eran dos faros hechos de miles de cuásares. Tuvieron que cubrir sus ojos para no ser cegados.
Juanito los recorrió con la vista a todos, su mirada ya no reflejaba miedo. Estaba en el lugar y en el tiempo indicados. Era su hora y el miedo lo había abandonado, pues mientras yacía inconsciente, la Madre Tierra había concentrado en él todo el valor que tenía disperso y escondido, sin saber utilizarlo por no haberlo necesitado antes. Aunque ni siquiera sabía qué podía hacer, la fuerza dentro de él que no había dejado de palpitar ni un momento (al contrario, había crecido más y más) seguía hablándole con su ininteligible, pero motivador idioma. Y ahora, ambos pies sobre la Roca del Mensaje, valiente y siendo un faro en medio de la oscuridad para todos, supo que algo grande estaba por ocurrir. Algo para lo cual aquel lejano primer sueño lo había preparado.
La noche estaba al acecho, no quería perderse ningún detalle y por eso no permitió que las nubes le tapasen la vista. Éstas, curiosas también, giraban en torno a los protagonistas, rozándolos con sus suaves y húmedos dedos intangibles. El cielo comenzó a fragmentarse y por momentos, todo aparecía iluminado como si fuese de día. Las hojas y ramas de los árboles se lanzaban el aviso unas a otras para que llegara a oídos de los duendes de luz y su ejército, agitándose en el viento.
***
El guía, al frente de todos, llegó él primero al castillo y abrió con su magia una puerta de hierro sólido que se hallaba cerrada por dentro. Encontró una galería enorme que albergaba cientos de cofres de madera repletos de monedas de oro. Eran los tesoros que escondían allá arriba, en la Tierra, y dedujo que habían sido robados por el ejército de duendes oscuros. En un calabozo contiguo encontraron a cuatro niños inconscientes, se notaban hambrientos y aterrados. Imaginó que el malestar contra los humanos ya tenía tiempo gestándose y que el día del atentado sirvió como un pretexto. Se organizaron para que un equipo devolviera a los niños al pueblo y que regresaran esos cofres a sus lugares originales. Ya iban teniendo una idea más precisa de aquellos antihumanos. Lo que no sabían ni él ni los demás, es que el líder de los duendes oscuros era justamente el lagarto que había sido víctima de la malicia humana aquel fatídico día y que, al encenderse el árbol donde se escondía, la magia que habían albergado los duendes malignos durante toda su vida, fue transferida a él, convirtiéndolo en un monstruo. No eran ellos, era el viejo conjuro de muchas generaciones de maldad usándolos como vehículos.
La tierra les dijo dónde hallarlos, y el viento les llevó las palabras de los árboles. Cuervos, ardillas, mapaches, colibríes, murciélagos... Todos iban deprisa, preocupados por llegar a tiempo para salvar al pequeño que, fuera algún día un héroe para ellos o no, era un ser vivo, y merecía ser salvado de cualquier peligro.***
Juanito detuvo su mirada en el Gran Lagarto y lo observó por un rato. Lo reconoció por sus ojos nunca los olvidaría.
-- ¡Ya sé quién eres! A pesar de que te hayas transformado te reconozco, eres el lagarto al que los otros niños persiguieron y que luego quemaron el árbol donde te escondiste.
-- ¡Lo ven, mis queridos duendecillos! ¡Ha aceptado que los de su clase cometen toda clase de perversidades! -- dijo casi triunfante el Gran Lagarto.
-- ¡Yo no dije eso! ¡Dije que esos niños lo hicieron! Pero no todo el mundo es como ellos.
-- Ah, ¿no? Pues yo creo que sí. He vivido allá arriba y he conocido de primera instancia las complicaciones de cualquier actividad por culpa de tu raza maldita. ¿Qué ocurrió con mi hogar? Fue destruido -- el Gran Lagarto ocupaba un tono de voz muy lúgubre al responderse a sí mismo las preguntas que hacía--. ¿Y la familia que alguna vez tuve? Asesinada. Intentaba buscar alimento y sólo me acercaron a la muerte... ¿Y quieres saber dónde están ellos ahora? ¡Ja, ja! (una risa espantosa) Los tengo como mis sirvientes en un lugar remoto, no volverán a ver la luz del sol...
-- ¿Tú los secuestraste? ¡No les puedes hacer eso! ¡No sabían el daño que causaban...! Sus papás nunca les han hablado de respetar la naturaleza. A mí siempre me lo enseñó mi papá, por eso traté de ayudarte...
Un silencio sepulcral cayó sobre ellos. Se miraron unos a otros, incapaces de entender de qué hablaba ese pequeño humano, y la cara del Gran Lagarto se frunció, mientras recordaba el momento de terror del que fue víctima.
--¿Qué dices, niño insolente?
-- ¡Yo quise ayudarte! ¿No te acuerdas de mí? Me empujaron cuando iba a sacarte de ese árbol para protegerte. Tú asomaste tu cabeza y me miraste antes de que le prendieran fuego. Pedí ayuda, ya no te vi. Pero mi papá me dijo la verdad, me contó que ese árbol tenía un hueco porque era una puerta hacia este mundo... Y como quiera aún así seguía pensando en lo que te pudo haber pasado, en que debí haberte defendido mejor...
-- ¡Mientes! -- y dirigiéndose a su público, dijo: -- ¡Una vez más, tratando de confundirnos! ¿Es que acaso los humanos piensan que todas las criaturas somos tontos? ¿Que no nos daremos cuenta de sus sucios engaños? ¡Se los dije! Con sus grandes cabezas y ojos, los niños son los peores...
--¡No! ¡No te he engañado!
El temblor en el cuerpo de Juanito aumentaba en forma gradual, la voz de la tierra era más y más fuerte, y esa luz fosforescente que emitía era la manifestación de su fuerza. El cielo estaba cargado de electricidad, proveniente de las reacciones del viento, el agua y el fuego en favor de su hermana elemental, la tierra. La tormenta se avistaba, y la temperatura descendía drásticamente. No obstante, ninguno de ellos sentía el frío, tan sumidos estaban en el juicio que se llevaba a cabo.
-- Eres la representación de toda esa plaga que ha infestado nuestro mundo, pero no te mataremos, no te preocupes. Lo único que queremos de ti es que nos devuelvas un poco de cuanto nos han quitado.
-- ¡Pero yo no sé cómo!
-- ¡Oh¡ ¡Será muy fácil! Solamente tienes que decirnos cuál es el mensaje de la Roca, y te perdonaremos a ti y a los tuyos. ¿Aceptas el trato?
Haciendo una horrible mueca que pretendía ser sonrisa, engañaba al niño, pues una vez obtenido el código de la vida, pensaba en acabar con toda la humanidad y, por supuesto, con él también.
-- No sé cómo hacerlo.
-- Quizá lo que necesites es un poco de motivación... -- arguyó el Gran Lagarto, lanzándole un golpe con su cetro en un costado. El niño dejó escapar un grito que el viento, enfurecido sobre su cabeza, llevó de inmediato a donde estaban los duendes de luz, quienes al oírlo, apresuraron aún más el paso en su dirección.
La luz de su pecho era más intensa, la de sus ojos seguía incandescente, y las vibraciones en su alma se presentaban al exterior. Se hubiese creído que moría de miedo al verle temblar así, pero era la fuerza de la tierra, que bullía dentro de él por salir.
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DE VUELTA AL HOGAR [Concurso Literario Elementales]
FantasiaTodos tenemos una misión en la vida y una razón para estar aquí. Para Juanito, el cumplimiento de su misión se le presentó muy pronto, cuando su corazón sólo estaba lleno de pureza, y ésa fue la causa principal de que fuera elegido. Una misión que c...