Cap. 9 EL CAMBIO Y EL FINAL

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Los golpes continuaron, los latidos de la Tierra también, retumbando con bríos y haciendo notar su desacuerdo con un terremoto proveniente de su centro. La tormenta irrumpió en el firmamento y los rayos que caían a su alrededor combinaban perfecto con el espectáculo catastrófico que enmarcaba la injusticia que se cometía. Los duendes de luz, apresurados y decididos, se acercaban a la Roca del Mensaje, ayudados por toda la vida en el bosque.

-- ¡Ya, por favor! -- pedía Juanito con lágrimas en los ojos, sintiéndose incapaz de responder de otra manera.

--¿Qué? ¿Piensas que llorando lograrás conmovernos? ¿Cuándo los hombres se han detenido por los lamentos de otro ser vivo al que maltratan? ¡Contesta! ¿Cuándo lo han hecho? ¡Yo te diré cuándo!... ¡Nunca!

-- Sé que lo que sufriste fue mucho y que por eso quieres vengarte, pero en verdad yo no fui quien te hizo daño, y si hubiera podido ayudarte lo habría hecho... Lo intenté... Te escondiste y luego te asomaste, algo trataste de decirme, pero yo no te entendí... Recuerdo tu mirada... Y le conté a mi papá y me dijo que de seguro había en ese árbol un portal hacia la tierra de los Duendes y que tú estarías a salvo...

Mientras Juanito pronunciaba estas palabras, el Gran Lagarto lo escuchaba con intensa atención. Era claro que en el fondo de él, aún vivía el espíritu de aquel indefenso lagartito, temeroso y arrinconado, y que podía recordar aquel momento de terror, pero la magia malvada que se había concentrado en él no quería dejar brotar ese lado suyo.

El temblor continuaba, la tierra empezaba a fragmentarse un poco y el viento arreciaba; la lluvia caía lentamente, tan fina e imperceptible al principio que nadie la sintió, pero iba en aumento. Los remolinos tenían vida propia y la noche, luchando porque las nubes de la tormenta le estorbaban, se hacía cada vez más densa.

-- Sé que lo sabes, que algo dentro de ti lo recuerda. Lo veo en tus ojos. No hay maldad en ningún animalito, no la hay en ti, pero el dolor muchas veces hace que sólo se recuerde lo malo, sin tomar en cuenta las cosas buenas...

Y la Madre Tierra, sin poder contenerse más, estalló desde el corazón de Juanito. Una luz extremadamente luminosa barrió con toda la oscuridad, con tal fuerza que casi arrancaba a los árboles desde sus raíces. Las sacudidas de la corteza llegaron hasta la Roca del Mensaje y la fragmentaron, ocasionando grandes grietas desde las cuales empezaban a ascender gotitas de luz, verdes fosforescentes, rodeando a Juanito y luego abrazándolo.

Todos estaban aterrados, sin saber lo que ocurría, pero viéndose involucrados. En ese momento llegaron los duendes de luz al pie de la Roca. La vista que tuvieron era algo extraordinario, y la tierra, llamándoles desde las vibraciones a sus pies, les dijo que estuvieran tranquilos, que había llegado el momento, pero los antihumanos se lanzaron contra ellos, pues no querían que arruinaran la misión. Hubieron golpes, rasguños, patadas... El duende guía fue brutalmente abofeteado y perdió el equilibrio en varias ocasiones. Eran muchos los duendes de tinieblas, pero no tantos como el ejército de luz, la diferencia es que los primeros estaban llenos de maldad y energía negativa, así que a los segundos les era más difícil controlarlos. Arriba de la roca continuaba la confrontación.

De pronto la voz de Juanito se hizo más grave y su tono cambió, atrayendo las miradas de todos y deteniendo la lucha.

-- La tierra es la única dueña de la vida. De ella provenimos. Nacemos y crecemos gracias a lo que brota de ella. Le entregamos una semilla y ella nos regala nuestro alimento, de por vida si quisiéramos; la regamos un poco y ella adorna nuestro paisaje con flores de todos los colores que ha inventado; la ahuecamos lo suficiente y nos deja almacenar agua. Todo cuanto necesitamos lo tomamos de ella, y cuando es momento de morir, toma de nosotros lo necesario para dar vida a otros seres que continuarán con el ciclo. La tierra es eterna y nadie puede poseer el secreto de su esencia, a menos que ella así lo quiera.
Y diciendo esto, en la superficie fragmentada de la Roca del Mensaje comenzaron a caer rayos que trazaban símbolos y letras, se elevaban columnas de fuego y de polvo, que latían en cada respiración de Juanito. El Mensaje estaba siendo grabado, y como en el sueño lo vivió, en la realidad también fueron subiendo por su cuerpo, quemando cada centímetro cuadrado de su piel, las cartas que habían sido escritas para que él las leyera. El viento, la lluvia y el fuego enmarcaban perfectamente el cumplimiento de la profecía de ese mundo.

Las manos de Juanito trataban de moverse, pero no podía doblar una sola articulación. El ardor era infinito, pero a diferencia de aquel primer sueño, hoy no sufría en absoluto. Sus ojos reflejaban la comprensión, y los de los testigos, sorpresa, miedo, duda, conmoción...

Se elevó desde el centro de la Roca el rayo más intenso de todos y el universo entero tronó. Los velos de colorida seda, desde hace rato ya, estaban enfocados en el niño, como el reflector más perfecto que pudiera existir. Un último terremoto, que hizo vibrar a toda la existencia, terminó con dejar caer a Juanito. El secreto de la Tierra era suyo, pues la Tierra lo eligió desde antes de nacer y sembró su semilla en él. ¿Cuál era ese secreto? Era intraducible a nuestro idioma, era un mensaje que sólo podía ser leído con el corazón y con el alma, pero transmitido con los ojos, y cuando él los miró, no supieron cómo, pero todos se encontraron llorando por la emoción. Hay cosas que no pueden ser explicadas, tan sólo sentidas, y así ocurrió con ellos. Los duendes de tinieblas se sintieron avergonzados por cuanto habían hecho y los duendes de luz no guardaron ningún resentimiento contra ellos. Juanito miró a los ojos al Gran Lagarto, pero la magia oscura había sido tan poderosa que no reaccionó de inmediato como los demás. Siguió intentando levantar a quienes fueran sus discípulos para amenazar al niño y que les concediera la energía o lo que sea en lo que se traducía el Mensaje de la Roca. Pero las vibraciones que de Juanito emanaban lo alcanzaron y de pronto apareció ante sus ojos la escena del día del Atentado. Lo vio tratando de ayudarle, y no sólo fue lo que vio, sino que la mirada del niño le transmitió todos sus sentimientos, lo cual fue la clave para desarmarlo. El Gran Lagarto asumió su posición natural y su tamaño se redujo al original, apoyando sus patas delanteras sobre el suelo y corrió hacia él, agradeciendo sus intenciones del día en cuestión, y pidiendo perdón por sus acciones. La magia oscura salió de él en forma de nube y el duende guía, la encapsuló y la guardó en un pequeño saco que llevaba consigo. Se aseguraría de que no causara más daño.

El héroe e aquella vieja leyenda que decía que llegaría a salvarlos, lo hizo, pero de ellos mismos.

El grupo, atento a todo lo que pasaba, se había hecho tan compacto que ni un alfiler cabía entre ellos. Pero, como pudo, un duendecillo se abrió paso. Era muy chiquito y el brillo en sus pupilas reflejaba la inocencia de su ser. Acababa de llegar a ese mundo, era su nacimiento y presentación. Antes vivió en otro lugar, pero ya no volvería. Llegó hasta donde se hallaba el valiente protagonista, le miró y una lágrima recorrió su verde y arrugada mejilla, mientras recibía del elegido un abrazo y un beso en su frente. Estaba en su hogar, a donde pertenecía desde antes de nacer. Los demás duendes le miraron y comprendieron todo de inmediato.

El niño, de pie frente a todos, habiendo vencido la magia oscura que había dividido a la Aldea, ya no era Juanito, su cuerpo era el vehículo que la madre Tierra decidió ocupar, por ser su corazón tan puro, para presentarse ante todas las criaturas del mundo, y subir después a la Tierra y cambiar el futuro de ese planeta que estaba en peligro por los hombres.

Mientras, el alma de Juanito reposaba en aquel duendecillo a quien todos recibieron con afecto.

La Aldea volvía a estar a salvo. Y la Madre Tierra sabría qué hacer allá arriba.

DE VUELTA AL HOGAR [Concurso Literario Elementales]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora