La primera vez que sentí el dolor de ser rasgado por la pluma fue una tarde de otoño. Llovía a través de la ventana, creo que por eso comenzó a escribir. Las hojas de los árboles habían desaparecido, y dejaban ver un cielo oscuro y tormentoso. Yo me mantenía quieto, sujeto por la palma de la mano izquierda de mi amo, que parecía lleno de buenas ideas. Nunca, en todos los años que estuve en aquella casa, llegué a conocer el mundo más allá del sucio cristal, la impoluta lluvia y el cielo, que a veces se dignaba a sonreír y mostrar un espléndido sol.
Mi escritor era un hombre joven, de ojos oscuros y despeinado por un vendaval de ideas. Movía los ojos con prisa, mirándome como si nunca pudiese cumplir todas sus expectativas. Estuve ahí para contemplar cómo fui el causante de las primeras arrugas de su rostro: aparecieron primero en la frente y después bajo sus tiernos ojos.
Yo hacía mi mejor esfuerzo, permitía que garabatease, que dibujara trazos que al parecer formaban letras en un idioma que no entendía. Letras que creaban palabras, palabras que se transformaban en frases, frases que daban lugar a mundos increíbles que solo él parecía admirar.
Sus personajes estaban llenos de vida, sus escenarios rebosaban realidad y los sentimientos que plasmaba en mí eran lo único que me hacía comprender lo que significaba vivir, aunque yo jamás lo fuese a disfrutar.
Yo lo animaba. Cuando dejaba de escribir, a veces por periodos realmente largos, me movía un poco para caer de su escritorio y que se acordase de mis palabras. Él se acercaba cariñoso y acariciaba el borde de mis esquinas. Sentía lo que era el amor cuando suspiraba escudriñando los huecos entre la tinta de mis letras vacías.
¿Cómo podía yo -pensaba- ser capaz de despertar tantos sentimientos en él, si era fruto de su misma suerte e incapaz de ser empático?
Sentía la terrible carga de ayudarle a terminar, mas no podía hacer nada sino esperar.
El proceso fue duro. Muchas veces fui mancillado. En ocasiones, cuando se enfadaba por alguna incoherencia, dejaba caer el tabaco de su pipa sobre mí y me hacía arder, furioso. El error era suyo, siempre lo era, pero no podía avisarle de que el personaje ya no estaba en esa escena, o de que si escribía aquello, lo otro no tendría sentido.
Llegó un día en el que dejé de darle importancia al por qué yo alegraba a mi escritor, pues el nuestro era un amor que no se podía comprender; entre creado y creador. Era como el Frankenstein de Mary Shelley, del que solía hablar muy a menudo. Creo que su deseo era tan profundo que no llegaba a poder abarcarlo solo entre mis desgastadas líneas.
A mi escritor le gustaban las noches tranquilas, los temas oscuros y las palabras claras. Creo que era un hombre romántico, no de sentimientos, sino de espíritu. No estaba casado, pero tenía una amante, una mujer prometida que le volvía loco y, en más de una ocasión, pobre.
Pero, ¿por dónde iba?
Ah sí, el proceso, el proceso fue duro y largo. Sufrí muchas rasgaduras, tachones, heridas entre las hojas y la tinta que me creaban. Abundantes lágrimas me bañaron, caídas de desesperación y también de alegría. Al principio iba a tener XXV, después decidió XVIII, pero al final me quedé con XXII capítulos.
Mi historia comenzaba diciendo "entre árboles de penumbra..." y concluía con un "...mas ya no tuvo miedo a nada".
Mi escritor se sintió abrumado de felicidad cuando presionó el papel en el punto final. No paraba de repetirme lo perfecto que era, cuánta gente me leería, la cantidad de idiomas a los que me iban a traducir y estudiar.
Me hizo sentir único. A su lado todo era hermoso. Cuando comenzó a coser la tapa que me adornaría me sentí como la protagonista de su historia al ser despojada de la virginidad, lista para dar paso a su vida de adulta, completa y sedienta de su nuevo comienzo, dejando el sufrimiento atrás.
Era un libro joven aún, que solo había pasado por las manos que más iban a quererle en toda su trayectoria.
No sabía que más allá de la lluvia de la ventana había otro mundo, uno fuera de mis páginas, repleto de mejores libros que yo y más pedantes escritores que el mío.
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Memorias de un Libro
Художественная проза¿Crees que ser libro es fácil? Solo somos objetos, ¿verdad? Dame un respiro, vivo bajo la carga de tener que entretenerte, con la obligación de hacerte llorar, reír, emocionarte y, lo más difícil de todo, conseguir que evadas la realidad y te pierda...